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Una Casa Repleta de Bananas. El agotamiento del folclore peronista.

Por Silvano Pascuzzo


No vamos a reiniciar viejas discusiones. Todos sabemos que el Peronismo fue siempre un Movimiento que, en sus orígenes, confluyeron grupos con identidades y experiencias distintas, e incluso antagónicas. Es un tema que creemos agotado. Nadie puede soslayar que esa mezcla de orientaciones ideológicas y representaciones socio culturales, es su mayor tesoro; pero, al mismo tiempo, la causa de enormes tragedias. Cuando, en los años ‘80 y ‘90 del siglo XX, quienes lo conducían quisieron convertirlo en un Partido Socialdemócrata, primero; y Liberal, después; nosotros – siendo muy jóvenes – nos opusimos, con determinación y energía, a un aparato territorial de punteros, que era la contracara de aquella legendaria herramienta de liberación, que derrotara a la Dictadura entre 1969 y 1973, trayendo de retorno al país a su fundador.


Pero la construcción del Frente de Todos actualiza este problema. Asusta ver a ciertos personajes – notoriamente ambiguos, por no decir algo peor – ocupando ministerios y secretarías; tomando decisiones importantes y demorando otras. Las indefiniciones de un Gobierno timorato, dubitativo y lento, quizás tengan su origen en la abdicación de su rol, por parte del Kirchnerismo; el sector más dinámico y resuelto, el que tiene la mayoría de los votos y de la militancia.


Muchos elementos han confluido para que, tipos y tipas con un pasado olvidable, tengan a la vista de todos – o tras bambalinas – un peso y una influencia que no encuentra correlato, ni en su popularidad, ni en su prestigio, ni en sus talentos. La tan mentada “unidad”, resucitó a muchos muertos, que juzgan, opinan y hablan, en pose de salvadores de la Patria o de próceres redivivos. Las discordias y los conflictos internos – normales y sanos en todo frente electoral – se han traducido en un “paquidermismo”, inocultable e indisimulable.


Gran cantidad de compañeros y compañeras, temerosos del futuro o confiados en los talentos esotéricos de Cristina Fernández, resaltan cada gesto y cada guiño, como si fueran victorias, avances hacia cambios y transformaciones de fondo. Hay una desesperación compulsiva por ver reeditados los años gloriosos de la “década ganada”; que hace cerrar a muchos los ojos ante los errores, las cobardías y la poca capacidad de gestión del oficialismo. Pareciera que se contemplaran los hechos, con anteojeras voluntaristas, visualizando eventuales triunfos, en medio de notorios retrocesos. Una mezcla de ingenuidad e insensatez.


Las alternativas no son mejores. Fuera del Peronismo, existe un gorilismo rancio, anti popular y decadente, portador de violencia y desmesurados odios de clase. Una caterva de vociferadores de consignas vacías, pueriles y absurdas, que son la base electoral de tecnócratas y políticos cipayos y entreguistas; y el claqué de los grandes medios y de las corporaciones. Un elenco de anacrónicas figuras, torpes y egoístas, que no puede – ni podrá – aportar al conjunto, ni tan siquiera, estilos renovados y alguna que otra idea original.


Dentro del Peronismo, por otro lado, oportunistas y truhanes de baja estofa, acomodaticios funcionales a todos los gobiernos, que constituyen la burocracia rancia, dispuesta a todos los trabajos sucios, es lo que crece a pasos agigantados, desde diciembre de 2019. Los mejores espacios construidos en casi dos décadas, se deshilachan y desarticulan con presteza; mientras la dirigencia gremial vuelve a ser conducida por personajes que, en realidad, son gerentes de conglomerados empresarios, en lugar de sindicalistas.


El Kirchnerismo, con sus errores y sus deficiencias, había podido ofrecer a todos los argentinos algo nuevo y distinto. La Juventud, otra vez en la calle luchando, los movimientos sociales trabajando en las barriadas, porciones de las clases medias, asociadas al desarrollo nacional y a la ampliación de derechos. Un conglomerado de actores unidos por referencias comunes y sueños compartidos; además de por las figuras de Néstor y de Cristina. Cuatro años de Macrismo, persecuciones y resistencias, no pudieron desdibujar sus contornos esenciales, hasta el día – para nosotros fatídico – en que la ex Presidenta, extorsionada por el PJ y el FR, se bajó de la pelea por la Primera Magistratura; señalando, en un video, a la persona de un vicario, carente de representatividad y con un pasado de traiciones abultado.


Ya hemos dicho muchas veces, en sucesivos artículos, que no compramos ni adscribimos a la verticalidad automática y a la quimera de la “unidad”, por la “unidad” misma. Nos sumamos al proceso iniciado en mayo de 2003, por lo que éste representó en términos estratégicos y tácticos; por la valentía con la que sus dirigentes se plantaron ante los poderes fácticos. Nunca pensamos que aquella experiencia fuera interesante como fuente de recursos o empleos bien pagados. Habíamos visto en el Peronismo demasiados rostros indeseables desde los ‘70, como para caer en la trampa simplista de una ortodoxia y un dogmatismo folclóricos. Los procesos políticos suelen ser, afortunadamente, mucho más ricos y complejos que eso.


Las redes sociales y los medios de comunicación electrónicos, han contribuido – una vez más – a simplificar opciones y a desdibujar matices. Hay un oficialismo bobo, vocinglero y festejante, que hace la comparsa a todo lo que el Gobierno dice. No sorprende, claro, que el Estado tenga sus obsecuentes y operadores a sueldo – el Kirchnerismo los tuvo, y de bastante escasa calidad – pero el hecho no deja de ser peligroso, si constituye la única respuesta frente a las críticas y las desviaciones. Se ha puesto de moda un discurso nac & pop de utilería; que intenta ver, en el Presidente, un “estadista”, y en dos o tres exterioridades, un contenido que brilla por su ausencia.


Las elecciones de 2021 van a ser claves, porque allí se definirá el futuro del Movimiento Nacional y Popular en los próximos años. Es posible que el Frente de Todos termine haciendo un papel decoroso, habida cuenta de lo paupérrimo de las huestes opositoras. Pero la pregunta es: ¿Para qué?¿Con qué objetivos estratégicos? Es sabido que muchos referentes del oficialismo están más cerca de Macri que de Cristina. La obtención de mayorías es necesaria, pero no suficiente para orientar transformaciones de fondo. Menem tuvo, durante una década, el control hegemónico del Justicialismo y la CGT; y terminó destruyendo empleos, enajenando el patrimonio público por dos pesos y desarrollando una política reaccionaria y antipopular, sancionada en las urnas de modo positivo. El éxito y el fracaso no son la medida de la justeza de una causa.


En aquellos años infaustos, de privatizaciones y despilfarro, de corrupción y desmesuras, muchos aceptaron esa ecuación de poder interno en el Peronismo y sobrevivieron respetando el “status quo”. Otros nos fuimos, para volver entre 2003 y 2005, de la mano de Kirchner. Optar por lo menos malo no es elegir; es apenas una conducta sensata, en medio de la ubérrima carencia de opciones. Una acomodación a las consecuencias de un retroceso estratégico.


Ya no creemos en siglas y estructuras. Ya no confiamos en “discursos para la gilada”. Intuimos un vacío de representación, más allá de los enganchados al tren de la militancia rentada. Observamos carencia de organización popular, debilidad de los entramados sociales; descreimiento en todo lo que huela a proyecto colectivo y a cooperación. Luego de la esperanza de 2003 a 2015, los mejores se van yendo despacio y por goteo, mientras solo sostienen a la coalición oficialista, una fe obstinada en los milagros, el prestigio de tres gestiones exitosas, y un folclore anquilosado, que habla todo el tiempo de gorilas, cuando tiene la casa repleta de bananas.



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