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Nuestra Trinchera

Por Melany González

“Porque esto tiene otra llave

Y el gaucho tiene su cencia”

-Martin Fierro, Canto IX.

Consumada la Revolución francesa, se dió inicio a una transformación en el sistema internacional, el cual se vió sacudido desde sus mismas estructuras, emergiendo un nuevo modo de producción, que se tradujo en una disrupción en todos los ámbitos societarios conocidos. A partir de la caída de la monarquía francesa, se implantó el sistema capitalista sustentado en el pensamiento liberal, y esparcido por el mundo desde la corriente de pensamiento Iluminista, que propone - a oscuras - un mundo ahistórico, laico, individualista y un hombre a la luz de su propia razón.

Dicha corriente generó un caldo de cultivo, dando espacio a la sujeción cultural, que logró filtrarse en todas las instituciones que hacen el esqueleto del cuerpo social, viéndose reflejado en la conformación de las primeras universidades del país, hasta llegar a incidir, con sus ideas, en el proceso de consolidación del aparato estatal.

Sin embargo, se encontrará con la primera barrera, el Pueblo. Si el iluminismo, a través de las logias, difundió la jerarquización del principio de placer como basamento para la instauración de un capitalismo que fomenta la competitividad en términos económicos y sociales, la doctrina social de la Iglesia buscaba enfatizar el principio de realidad por sobre el de placer.

Es así que se puede afirmar “que el catolicismo en América del Sur jugó un rol de ideología defensiva contra la subordinación ideológica-cultural cuando Inglaterra, a través del gobierno de Bernardino Rivadavia, intentó profundizar tanto la subordinación económica como ideológica-cultural de las Provincias Unidas del Río de la Plata (actual Argentina). En esa ocasión, el caudillo riojano Facundo Quiroga, perfectamente consciente del rol que el catolicismo podía jugar como ideología defensiva y como escudo protector de la nacionalidad, se levantó en armas contra el gobierno pro inglés de Rivadavia, haciendo expresa como consigna de batalla el lema religión o muerte”1.

Es así como el pueblo, consciente de la discusión ideológica cultural, se presenta como el primer actor disidente al pensamiento único indiscutido de la época.

Asimismo, será la Iglesia quien, en los albores del capitalismo, se proclamará en contra de este modelo impuesto, que persigue la aniquilación de cualquier sistema de valores que fomente la hermandad entre los pueblos y su identidad. En este sentido, la Comunidad Organizada se nos puede presentar como una trinchera, como un espacio de resistencia ante el avasallamiento del pensamiento ilustrado, que rechaza el pensamiento positivista laico, y fomenta los infinitos lazos que tiende el hombre con el mundo circundante, promoviendo la participación activa en la última (o primera) cadena del eslabón político que son los barrios, el territorio. A partir del trabajo social focalizado, se pulveriza la comunidad desde el sentido de cercanía y la defensa de lo propio.

En ese sentido, la Comunidad Organizada sintetiza aquellos preceptos que deben ponerse en valor como ejes ordenadores de nuestra vida societaria. En ella, el Justicialismo no hace más que resumir aquellas prácticas que se encontraban latentes en el pueblo argentino y que conformaban parte de nuestro patrimonio histórico y cultural.

El peronismo es profundamente humanista y cristiano, pero no por capricho, sino porque el pueblo (la piedra, siguiendo la metáfora de Miguel Ángel) ya contenía ese valor en su interior. El conductor (el escultor) busca la forma que le dicta la propia piedra y, al descubrirla, se da cuenta que es menos importante el artista que la piedra. La doctrina justicialista es cristiana, porque el pueblo de donde surge es cristiano.

A partir de la aceptación de esta condición, podemos rastrear, en la doctrina social de la Iglesia, muchos de los valores fundamentales e innegociables que embandera al peronismo; tales son la justicia social, el sentido de comunidad, la reconstrucción del ser nacional (consolidando nuestra identidad desde la periferia), una postura humanista (entendiendo que todos los hombres y mujeres poseen una dignidad intrínseca fundada en el carácter de hijos de Dios), la solidaridad como valor supremo capaz de garantizar la armonía (entre lo público y lo privado) entre todos los actores que componen la comunidad, y la remuneración justa, entre otros.

El documento primario donde nos podemos situar es la Encíclica “Rerum Novarum” de 1891 y la encíclica “Quadragesimo Anno” de 1931, que parten de la idea de establecer un orden social natural y cristiano al ver los albores de las crisis del ‘30, y los resultados de la implantación de capitalismo con su lógica de sobreproducción y consumo.

En ese sentido, la Iglesia comienza a postular la necesidad y la urgencia de volver a reestablecer los valores de la familia como elemento fundante de la sociedad, ya que, en su seno, reproduce los primeros principios morales que despiertan el sentido de pertenencia y de comunidad. Se entiende como pertenencia al apego (o cariño) y defensa que hace uno del espacio en donde habita por sobre la adopción de modelos extranjerizantes que socavan el ser nacional.

El sentido de comunidad, por otro lado, aporta a la idea de un sistema de economía social, que tenga como punto de partida la justicia redistributiva y la ponderación del trabajo productivo por sobre el especulativo. Donde la organización de las partes se convierte así, en un pre requisito imprescindible para concretar la justa redistribución; sin este punto de partida, cualquier medida con fines redistributivos que emprenda el Estado, será asistencialismo y/o clientelismo político, que reproduce la vulneración de derechos y lejos está del derecho de las partes sociales.

En este sentido, es el Papa Francisco quien, en los últimos años, ha retomado esta doctrina y la ha puesto sobre la mesa de discusión, en un mundo cada vez menos humano, individualista, competitivo e intolerante; fue de los primeros líderes mundiales en hacer hincapié en la teoría del descarte, que relega a los hombres y mujeres a prestar un servicio con una remuneración de subsistencia, manteniendo el status quo intacto (ricos más ricos, pobres más pobres), aumentando, desde los medios comunicacionales, la propagación de discusión de formas que evitan la problematización de fondo.

A su vez, debemos mencionar la suma relevancia de operatividad que adoptan estas teorías; el mecanismo de difusión es de arriba hacia abajo, por lo que nos corresponde, desde el subsuelo, sublevarse y generar teorías alternativas que vuelvan a poner en el epicentro nuestro principios comunitarios. Es así como la Iglesia, como actor político y social a lo largo y a lo ancho de nuestro país, ha sabido mantener esta batalla, organizando y empoderando a la comunidad desde las bases. Poniendo en práctica valores más humanitarios, que ponen en el centro y como punto de partida al ser humano y su realización en comunidad, colocando al bien colectivo por encima del individual.

Referencias

1- Gullo, Marcelo (2018). “Relaciones Internacionales: Una teoría crítica desde la periferia sudamericana”. Biblos.

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