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Movimiento y Partido

Por Silvano Pascuzzo

Este artículo, ha sido reformulado por el autor, a partir de la Ponencia “Aproximaciones al Estudio del Populismo Argentino. Marco para un Análisis en Ciencia Política”; presentada ante el Congreso Nacional de Ciencia Política, organizado por la SAAP. Ciudad de Córdoba, Noviembre de 2005.

El Peronismo, desde sus orígenes en 1945, se concibió a sí mismo, como un Movimiento, más que como un Partido. Su identidad quedaba definida por dos características principales: una ideología nacionalista, y una paralela masividad popular. Nación y Pueblo se vinculaban para dar forma a un actor político que representaba, ante todo, las expectativas y los deseos de las grandes mayorías. Lejos de inspirar en Perón y en el grueso de sus seguidores, reminiscencias fascistas; el concepto de Movimiento implicaba la superación de un modo de entender la política y las instituciones, junto con la presentación en sociedad de un instrumento poderoso de representación, alternativo al de los obsoletos y gastados agrupamientos tradicionales; símbolos, entre amplias capas de la ciudadanía, de fraude, dependencia y corrupción.

Así, dentro del Justicialismo, siempre convivieron dos tipos de estructuras diferentes: las organizaciones sociales y el partido político. Esta combinación es decisiva para entender la dinámica histórica del nacionalismo popular argentino. Para el General Juan Domingo Perón, el Partido Justicialista (PJ) era: “un instrumento que sacamos un día antes de las elecciones y que guardamos uno después, hasta el próximo compromiso”. Su visión de la organización era absolutamente instrumental. En pocas palabras, lo esencial estaba en el Movimiento; cuerpo vivo, dinámico, legitimado por la fuerza de movilización de todos los peronistas.

Por otro lado, el Justicialismo era visto, por su fundador, como una entidad compuesta por tres actores principales: el Conductor, los cuadros intermedios y la Masa. El liderazgo impone, desde arriba, por persuasión más que por la fuerza, los objetivos de mediano y largo plazo, mientras dirige los esfuerzos colectivos en medio de los desórdenes y la incertidumbre de la política. Los cuadros intermedios, preparados en la función de traducir las directivas a una masa adoctrinada y encuadrada por ellos. El Pueblo, presente en su masividad y su fuerza, en los momentos cruciales y definitivos, en donde se deciden los asuntos fundamentales.

Ese Movimiento, a su vez, se encontraba compuesto por tres estructuras de representación: el Partido Peronista Masculino, el Partido Peronista Femenino y la Confederación General del Trabajo (CGT). Esto es, dos organismos de carácter político electoral y uno de tipo social y corporativo. De allí la constitución en ramas, cuerpos interdependientes de dirección y apoyo a las políticas gubernamentales, instrumentos poderosos de representación popular activa y de difusión de los principios ideológicos y programáticos del Justicialismo.

Al mismo tiempo, Perón dejaba en claro, siempre que podía, una distinción tajante entre su Movimiento y los partidos políticos liberales. Recalcaba, con particular insistencia, el carácter orgánico de su fuerza, frente al desorden imperante en el campo rival. Dos elementos resultaban, en torno a esta cuestión, como cruciales: la Doctrina y la Organización Popular. Primero, el Peronismo tenía una ideología propia, que se fundaba y se orientaba a través de sus postulados, en acción política colectiva. “La Identidad – decía Perónno debe estar dada por la lealtad a un hombre; sino por la lealtad incondicional y permanente a una idea, a una doctrina”. Mientras radicales y conservadores se caracterizaban por ser “partidos sin ideas, que se conforman alrededor de caudillos paternalistas, sin programa y sin proyecto”. Segundo, estaba la organización de las estructuras movimientistas, basadas en una identidad muy sólida y en la acción simultánea del Líder y de los cuadros intermedios, sobre una Masa “preparada y adoctrinada”.

De ésta manera, el Peronismo original, el de 1945, se definía como una representación vital del Pueblo, de las mayorías; opuesto en toda la línea, a los “anacrónicos partidos del fraude y la dependencia”, anteriores a 1943. Como bien lo han destacado varios autores, este Justicialismo constituyó para el país, una gran cantera de nuevos cuadros políticos, no comprometidos con el pasado y legitimados por su desempeño local o gremial.

Sin embargo, también tenía en su interior una serie de componentes más tradicionales, heredados del viejo orden. Eran los caudillos desprendidos, en Buenos Aires y el Interior, del Radicalismo, el Conservadurismo y los Partidos Provinciales; uno de los grupos más fuertes de la coalición electoral de 1946. Traían con ellos, usos y costumbres – nepotismo, paternalismo, patronazgo – que eran de uso corriente en Argentina, desde tiempos inmemoriales. Figuras como Hortensio Quijano, Juan Cooke, Leopoldo Bravo y Raúl Tanco, entre otros; educados en años de componendas y triquiñuelas electorales y fraudulentas. Y junto a ellos, dirigentes sindicales y de izquierda, como Atilio Bramuglia, Ángel Borlenghi, José María Freire o José Espejo, muy acostumbrados al encuadramiento sindical y al adoctrinamiento ideológico.

Este Peronismo fundacional, era tan poderoso como el que vendría después. Congeniaba en sí mismo, un entramado complejo de valores e intereses que no resultaban fáciles de mantener unificados. Las negociaciones de listas del verano de 1945 y 1946, fueron un momento signado por una creciente inestabilidad de la coalición que apoyaba a Perón, surcada por reiterados conflictos internos, en los que el Líder debió mediar, salvando la cohesión de manera exitosa, pero muy ardua. Todo lo cual conformó un estilo y un perfil que caracterizaría al Peronismo, a lo largo de toda su Historia.

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