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La Nueva Tiranía de la Libertad. Post Modernismo, Crisis Ética y Peronismo.

Por Silvano Pascuzzo. Vivimos tiempos grises, ambiguos, faltos de épica. Ello no debería, a priori, ser algo malo, excepto por el hecho de que éste fenómeno es consecuencia de una crisis civilizatoria global, a la que Juan Manuel de Prada – el caustico y polémico escritor tradicionalista español – ha llamado: “La Nueva Tiranía de la Libertad”.


En nombre de la autodeterminación del sujeto, todo es posible, porque nada está prohibido, ya que las barreras éticas han sido abrogadas en nombre de una ideología utilitarista, basada en la manipulación y la búsqueda del lucro. En medio de ésta nueva Sofística, tener valores, sentido de la trascendencia, es un acto criminal. Asistimos al vituperio canalla de unas derechas y unas izquierdas cómplices del más voraz Capitalismo Financiero, contra los principios de armonía y solidaridad sociales, contra la idea de Comunidad.


Se ha impuesto – en todo el planeta – el Relativismo, como ausencia de valores, inspirado en fuentes ideológicas bien concretas: el pragmatismo demagógico de los sofistas de tiempos de Sócrates y Platón; el utilitarismo de Jeremías Bentham y John Stuart Mills; el mecanicismo; de la Ilustración británica y francesa; el positivismo y el darwinismo social de un Herbert Spencer; y sobre todo, el discurso amoral de Adam Smith, en las páginas de su poco conocido Tratado Sobre los Sentimientos Morales. Todo, pasado por el tamiz interpretativo de la Filosofía Alemana del XIX, portadora de una pesimista visión del Hombre, y plasmada en textos como: El Mundo como Voluntad y Representación, del anímico depresivo Arthur Schopenhauer; Genealogía de la Moral, del demente Friedrich Nietzche; o Ser y Tiempo, del nazi culposo Martin Heidegger; presentados a la juventud rebelde de fines de los años 1960, por la pluma de intelectuales vanguardistas, como Jean Paul Sartre, Albert Camus, Michael Focault o Gilles Delluezze.


Neoconservadores y Post Modernistas, han entronizado a la Libertad y al Escepticismo, como los puntales de una sociedad fragmentada, amónica y consumista. Una moda, que encubre la explotación y la manipulación del Sujeto, en nombre del Pluralismo y la Diversidad. Tal y como José Ortega y Gasset lo predijera, el planeta está poblado por un número creciente de seres abúlicos y, inmediatistas, adoradores del decadentismo ético y cultural, “del fetiche de la mercancía” al decir de Karl Marx. Lémures que se mueven al compás de imágenes vertiginosas y bellas consignas vacías.


Ahora bien: ¿qué efectos tiene este proceso, en la cultura política argentina? Ser un militante parece hoy, una representación grotesca de lo que ese término significara en el pasado. Ninguno de los actores de peso – ninguno – defiende ideas; pues constituyen un conglomerado de operadores pragmáticos, una Oligarquía. Sus discursos – vacuos y superficiales – resultan sólo creíbles para un círculo pequeño de cortesanos o para los miles de tecnócratas que medran en derredor de los candidatos y referentes de la escena electoral; así como para millones de individuos intelectualmente empobrecidos, por una lógica de odio, violencia verbal y polémicas estériles.


El Peronismo, por ejemplo, otrora un Movimiento de Liberación Nacional, es ahora una estructura decadente y bizarra. Ha abjurado de dos elementos esenciales de su rica identidad ideológica: por un lado, el que intentó combinar lo mejor del Liberalismo y del Socialismo, bajo el paraguas del Humanismo Cristiano; por el otro, el que soñó con hacer del Capital una herramienta al servicio de la Dignidad de los seres humanos, más que una palanca para la acumulación de riquezas. Siguiendo a Aristóteles y a la Escolástica, se propuso neutralizar los efectos nocivos del Individualismo, a través de una Ética de la Justicia.


Perón soñaba – a pesar de sus lecturas de Maquiavelo – con una Comunidad de hombres y mujeres imbuidos de una Fe que “pudiera practicarse”, sin resignar sus contenidos doctrinarios, en el altar del Egoísmo. Puso expectativas enormes en la formación de cuadros y líderes intermedios, unidos por una Historia común, al servicio de un Pueblo consciente y una Nación soberana. En una palabra: todo lo que los mandarines del Orden Global, detestan y combaten. La Identidad Justicialista debía ser para Perón, un Corpus Ético, no un catálogo baladí, de eslóganes vacíos.


Por desgracia el Justicialismo de hoy, no es nada parecido a eso, dista enormemente de sus sueños y principios liminares. No sostiene ya una Doctrina, es un puro instrumento electoral, una pieza indispensable del orden establecido en el país, desde 1976. Su dirigencia gesticula y nos miente, en medio de la impudicia. El asunto no es táctico, sino estratégico, incluso antropológico. Sin una concepción del Hombre, que se apoye en la trascendencia de la especie humana, no hay Justicia Social, ni Grandeza Nacional, ni mucho menos, Felicidad Verdadera; para un Pueblo que sobrevive en medio de la falta de Dignidad, acosado por crisis inducidas, por la corrupción y la entrega de los intereses nacionales al Capitalismo foráneo. En una palabra, acostumbrado a la permanente desmesura, de los que cínicamente dicen servirlo.



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