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La Nueva Oligarquía y la Crisis Nacional

Por Silvano Pascuzzo. Hay procesos sociales que en su transcurrir se parecen a los arroyos que erosionan los lechos pedregosos de sus cauces siguiendo al Gran Historiador francés Fernand Braudel, uno puede pensar que la crisis política que vive el país por estos días, es la continuidad de ese abismo abierto en la década de los 90, entre el Pueblo y los estratos dirigentes de todos los sectores sociales relevantes.

La Verdadera Grieta es entre Privilegiados y el Pueblo.

En términos de Aristóteles, podríamos hablar de consolidación de un Régimen Oligárquico, que se funda en una “minoría que gobierna en beneficio de sí misma”. La Democracia Representativa no funciona, en ningún nivel de gobierno, ni en ninguna organización política o social de relevancia.

En éstas elecciones – las de noviembre de 2021 – la competencia entre candidatos, se realizará con un trasfondo de apatía y desinterés muy marcados, puestos de manifiesto por dos indicadores básicos: la banalidad de los discursos y el ausentismo cada vez mayor de amplias capas sociales. Un sentimiento se vuelve predominante para muchos argentinos: el de que la “Política” no aporta ninguna solución útil para sus vidas, y por el contrario, representa un serio obstáculo para su desarrollo y progreso individuales. Elemento de gran peligrosidad para la perduración y a la calidad de los procesos democráticos, y excusa potencial. Para el surgimiento de corrientes de origen autoritarias y violentas.

El juego “endogámico” – cerrado y exclusivista – al que se prestan los dirigentes políticos y sociales, obtura la solución de los más acuciantes problemas. El desarrollo económico, la inserción internacional del país, la construcción de vínculos abiertos y dinámicos entre grupos, la consolidación y defensa de los Derechos Humanos, el control de la corrupción, la evasión impositiva y la fuga de capitales, así como el disciplinamiento de las élites dominantes, por parte del Estado. Argentina parece vivir en una anomia generalizada, y estar sumida en una decadencia irremediable e irresistible, de sus instituciones, de su cultura y de su economía. No hay liderazgos efectivos, solo ruidos y altisonantes consignas, sectarismos y puja de facciones privilegiadas, que se financian con el esfuerzo y el trabajo del resto del país.

| La grieta real, la verdadera, es entre el Pueblo y la dirigencia; entre quienes sufren las consecuencias de un rosario de decisiones absurdas y erróneas, y quienes arbitrariamente las toman. La división no es ideológica o programática; es – en términos de la sociología clásica – “funcional”. La Soberanía está invertida, es auto fundante, en la medida en que las élites controlan la distribución de roles arbitrariamente, sin legitimidad y sin decoro, abusando de las pasividades, las tolerancias y las distracciones de sus supuestos representados. Un sistema que favorece – sin ambages – a los poderosos; desigual, inequitativo y muchas veces, francamente despótico.

La brecha abierta entre minorías privilegiadas y mayorías, es el dato de nuestro tiempo. No hay tarea urgente, más útil y necesaria, que la de reconstruir la representación popular, como herramienta de progreso colectivo y de equilibrio social. El aspecto desolador que orece ésta Democracia, tramposa, oligárquica e inoperante, no es sólo un asunto institucional, sino, por el contrario, un elemento sustancial y causal de la decadencia argentina. Necesitamos nuevos mecanismos de articulación y liderazgo, menos formales, pero más efectivos, participativos e igualitarios.

El sentido liberal individualista de la representación, desvirtuado incluso por la acción convergente del marcketing y de los medios masivos de comunicación; tiene que ser urgentemente revisados; y sustituido por otro más orgánico, basado en la organización territorial, productiva y cultural, en toda geografía, diversa y compleja, de la Nación. No puede un Movimiento Popular desempeñarse como un partido político clásico, como aparto de competencia electoral o como agencia de colocaciones laborales, para expertos tecnócratas y mercenarios. Debe ser abierto, plural y sobre todo, permeable a las demandas de sus bases por definición, diversas y portadoras de interés y cosmovisiones contradictorias.

El liderazgo - o los liderazgos – deben entonces estar asentados sobre legitimidades poderosas, por vínculos de retroalimentación y control dinámicos entre representantes y representados. La competencia – siempre útil y necesaria – debe combinarse con la elección popular de los cargos, revocables y sujetos a programas de acción explícitos y metas realistas y concretables en plazos relativamente prudenciales. No pudimos continuar depositando el destino de millones, en manos de pocos individuos auto referenciales y egoístas, distanciados ética y funcionalmente de sus compatriotas, por escandalosas diferencias de status.

Sin reversión del proceso de oligarquización, no será posible, ni el funcionamiento óptimo de la Democracia, ni la construcción de un modelo económico generador de riqueza con equidad. Nuestro país no funciona tal y como hoy está organizado, ninguna institución se comporta de acuerdo a sus fines y funciones formalmente determinadas. No hay planificación, organización, ni resultados socialmente útiles y provechosos. Parecemos estar inmersos en un lodazal pegajoso, en el que es imposible moverse, ni en una, ni en otra dirección. Hay que decidirse a emprender otra cosa a tomar otro rumbo; aunque el costo sea la incomprensión y el vilipendio. Hay que refundar la Nación sobre nuevas bases.

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