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La Identidad Peronista: ¿Movimiento Nacional o Partido Liberal?

Por Silvano Pascuzzo


Las últimas cuatro décadas largas, han sido un período caracterizado, en el Mundo, en Latinoamérica, y en la Argentina, por un conjunto de transformaciones decisivas. En 1975, no sólo se inauguraba el ciclo histórico favorable a las políticas económicas neoconservadoras, sino que los argentinos asistían al quiebre definitivo de las expectativas que, sólo dos años antes, habían acompañado el retorno definitivo del General Juan Domingo Perón (1895-1974) al país, luego de casi dos décadas de exilio. Una etapa de crisis y violencia política se abría, junto con la conformación de una coalición de actores hegemónicos, dispuestos a trasponer todos los límites, con el objeto de cambiar de raíz la estructura social y cultural de la Nación. Coalición que tomaría formalmente el poder, el 24 de marzo de 1976.

El Peronismo – como movimiento reivindicativo y reformista – sufrió naturalmente los efectos corrosivos de la Dictadura que comenzaba, y que lo había desplazado del gobierno. Su doctrina, así como sus estructuras de representación, fueron trastocadas de un modo irreversible, hacia rumbos, un tiempo antes, absolutamente impensables. La muerte de su fundador, así como el enfrentamiento interno desatado entre grupos de la derecha fascista y la izquierda revolucionaria, lo apartaron ya de su fisonomía clásica: la de un Movimiento Nacional y Popular de masas, progresivo y promotor del desarrollo integrado con Justicia Social. Perplejas y desorientadas, su dirigencia y su militancia asistirían, con impotencia y espíritu acomodaticio, a la licuación de su identidad ideológica y de su legitimidad social. En resumidas cuentas, sufría una crisis de la que no podía salir ni incólume ni intocado.

No obstante, con las elecciones generales de octubre de 1983, otro escenario quedaba configurado. El Justicialismo – como el resto de las fuerzas democráticas – había sobrevivido al cataclismo. En ese contexto, debía afrontar un desafío básico: transformarse internamente, desde su tradicional configuración como Movimiento; a otra, con formato de Partido Político Liberal y Democrático. Tarea difícil, en tanto y en cuanto, el Justicialismo siempre se había considerado – desde sus orígenes – como la negación rotunda del país tradicional, dependiente, oligárquico y faccionalmente organizado; con un Estado dominado por caudillos paternalistas y maquinarias electorales, sin Doctrina ni Programa. El Movimiento era – en su Filosofía seminal – la alternativa a la decadente y nepotista clase dirigente, del fraude y el peculado.

Ese desafío, plagado de dificultades, fue tomado por la nueva generación de políticos en ascenso dentro del Peronismo. Los renovadores, identificaron la derrota en las urnas en 1983, con la obsolencia definitiva de la idea de Movimiento; así como de la caducidad de una identidad tercerista, propugnada desde siempre por Perón. Los periodistas y analistas que conformaron el entorno de los operadores, caudillos y tecnócratas de la Renovación, recomendaron con fuerza y energía la conformación de un Partido Político, transformado por la imposición de normas democráticas de competencia interna; y por la asunción de un programa de centro izquierda, a tono con las victorias socialistas en Francia y España, ocurridas en 1981 y 1983, respectivamente.

Ese experimento, audaz y atrevido, tuvo como consecuencia paradojal, el surgimiento de un proyecto de acumulación de poder diametralmente opuesto al buscado. El Menemismo, una versión conservadora y pragmática de la misma Renovación, estuvo caracterizado por tres elementos fundamentales: el auge y crecimiento de la política mediática; la formación de una alianza estratégica con la derecha antiperonista; y la definitiva institucionalización de una estructura clientelística de base territorial, conocida vulgarmente como el aparato. Resultado tanto más paradojal, en cuanto los dirigentes renovadores – como ya dijimos – buscaban construir la versión progresista y democrática del Peronismo.

El Menemismo representó, por lo tanto, el resultado directo de la transformación institucional e ideológica del Justicialismo. La versión más ruda de una práctica política conocida desde antaño en el país; la instauración de un modo particular de entender el Estado y la Sociedad; la utilización decidida de los instrumentos del gobierno. Ese Partido Político era, ante todo, el producto de un hecho único: las elecciones internas de Julio de 1988 y, por lo tanto, el desemboque de las expectativas de los dirigentes y la militancia justicialistas. Una imagen cruda y paradojal de la renovación metodológica y generacional de los años ‘80.

La crisis de 2001 y la emergencia del llamado Kirchnerismo, puso en crisis otra vez a la identidad peronista; ésta vez, desde las ideas y los imaginarios de eso que, a fines de los ‘70, fue llamado por muchos: el Camporismo; una visión democrática, popular y reformista del Movimiento, transformado en un Frente Social y Político, comprometido con la promoción de un desarrollo autónomo, un Estado dispensador y ampliador de derechos individuales y un respeto irrestricto a las reglas de juego de la Democracia Liberal.

Desde entonces, y a lo largo de otras casi dos décadas, Néstor Carlos Kirchner (1950-2010) y Cristina Fernández de Kirchner, hicieron girar al peronismo otra vez a la izquierda, construyendo una amplia representatividad social, y representando una amenaza concreta a los intereses hegemónicos que se apoderaron de los resortes de poder esenciales, a partir de la muerte de Perón en 1974. Una aventura que pareció naufragar en 2015 y que, cuatro años después, se alzaba con un triunfo en primera vuelta, cerrando – anticipadamente – una nueva fase de gobierno neoliberal y conservador.

En las próximas semanas, vamos a ir analizando la Historia y la evolución del Peronismo desde sus orígenes ya remotos a la actualidad, a los efectos de identificar – de ser posible – las fuerzas esenciales que han modelado su identidad política y su comportamiento estratégico y táctico. Y lo hacemos convencidos de que es una tarea impostergable a encarar por todos los peronistas, antes de que la victoria de 2019 quede esterilizada, en la intentona de reconfigurar, bajo nuevos odres, la configuración insípida y deslucida que, en 2003, habíamos dejado atrás, creíamos entonces, para siempre.

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