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La Crisis del Liberalismo

Por Jorge Osvaldo Furman y Silvano Pascuzzo


El Siglo XX: entre la Revolución y la Democracia.

El siglo XIX fue la época dorada del Liberalismo. Los valores impuestos por las revoluciones estadounidense y francesa, resumidos en las “Declaraciones de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”; Vida, Libertad y Propiedad; eran hacia 1850 la gran utopía del pensamiento progresista. Desde Londres a Moscú y desde París a Filadelfia, se creía posible la construcción de un orden económico y social nuevo, inspirado por una Fe en expansión, que podía, como otrora el Cristianismo, ser profesada por toda la humanidad. El desarrollo del comercio, la industria y las comunicaciones, así como la reformulación institucional de los viejos regímenes de Europa, prometían el triunfo de los principios y valores del Liberalismo. Fue sin dudas “su hora más gloriosa”.


Sin embargo, como muchos historiadores han descubierto, los años transcurridos entre 1780 y 1850, vieron la emergencia de dos procesos simultáneos de enorme trascendencia histórica: la “Revolución Industrial” y la aparición de los pueblos en la vida política. Esas transformaciones, colocaron al Liberalismo frente al dilema de dar cuenta – en términos ideológicos y prácticos –de un mundo que ya no podía reducirse a los límites estrechos que había tenido durante siglos. Las masas, con su presencia activa en los mercados de consumo y en las manifestaciones más diversas del quehacer social y estatal; presionaban sobre unas élites poco dispuestas todavía a compartir el Poder.


“Sociedad de Consumo y Democracia Política”, fueron los nombres detrás de los cuales las personas comunes – clases medias, campesinos, obreros – asaltaron la fortaleza hasta entonces inexpugnable de la sociedad exclusivista y cerrada de los “Notables”. La distinción – típicamente liberal – entre derechos naturales y derechos de ciudadanía, se quebró en mil pedazos, a través de sucesivas crisis. Consumidores y votantes – El Pueblo – imprimieron un ritmo inusitado tanto a la economía como a la política, generando en los líderes del Liberalismo europeo y americano, un miedo creciente hacia esa “voluntad general”, tantas veces invocada de forma abstracta, pero desafiante a la hora de adquirir carnalidad histórica. Podemos decir, pues, que en medio de su hegemonía, el Liberalismo fue gestando su propia crisis. Crisis ideológica, crisis sistémica de su visión parcial del Hombre; crisis de un modelo elitista de organización estatal; crisis en una palabra, de sus certezas más profundas: el individualismo, el ascenso por el mérito, el control de los mecanismos de elección a cargos estatales. Sus líderes, inteligentes, cultos y en muchos casos, curtidos por años de lucha; quedaron a mitad de camino entre sus deseos – sinceramente humanistas – y los intereses y valores que representaban. Cruel paradoja, que pagarían muy caro, en los tiempos que iban a llegar. 1


Mercado y Democracia

En materia económica el Liberalismo Clásico tenía como principios rectores de su doctrina, a la competencia y a la idea de un ser humano, racional y egoísta.


La aparición de los conceptos de “Mercado” y de “Libertad de Comercio”; implicaba también el de “reducción de costos”, entre ellos, y fundamentalmente, el del trabajo. Fue el economista David Ricardo quién explicó mejor la necesidad de mantener los salarios al nivel de subsistencia, mejorando con ello la “tasa de ganancia del Capital” y posibilitando una “demanda en crecimiento”, por la vía de la oferta de bienes y servicios a bajo precio. Si los trabajadores adquirían conciencia organizativa y presionaban a favor de aumentos de ingresos, llamaba preocupado la atención de sus lectores, el Capitalismo podía entrar en crisis, reduciendo como consecuencia la inversión por una natural y simple reacción defensiva del sector empresario.


Por lo tanto, la “oferta” de productos baratos – no el consumo masivo de los mismos productores – era y debía ser siempre el motor para el crecimiento y la generación de riquezas. La posibilidad de entrar al sistema por la vía de la “demanda”, esto es, por el consumo; debía permanecer cerrada aún si el costo a pagar era una transitoria deflación de precios y una paralela reducción de las ventas de la industria; esto es, unas crisis económicas recurrentes, ciclos de alzas y bajas en la producción y en el comercio, fenómeno sagazmente descubierto por

los pensadores más brillantes del Siglo XIX. 2


Iba a ser, por lo tanto, el “consumo” la vía maestra que conduciría a la “Democracia” y a la “participación popular”; contradiciendo los principios de una ideología que colocaba en la obtención de ganancias, el centro de su dispositivo analítico; ganancias que debían, por otra parte, quedar en pocas manos, como un requerimiento indispensable para su funcionamiento eficiente. Agotadas las posibilidades que ofrecía un stock determinado de recursos monetarios en poder de los ricos, quedaban solo dos caminos posibles: la expansión global de los mercados – eso que muchos iban a llamar Imperialismo – o la ruptura de los grilletes que ataban a los pobres a la lucha cotidiana por la subsistencia, a través del acceso – lento pero persistente – a bienes y servicios hasta entonces inalcanzables. El “consumo de masas” – con sus complejas e insospechadas consecuencias – iba a voltear por su propio peso, toda la arquitectura institucional e ideológica del Liberalismo Clásico. 3


La otra vía de acceso de los pueblos a la fortaleza del poder concentrado de las élites, iba a ser la “Política”: el “sufragio universal”. La “Voluntad General” Roussoniana, era para los liberales tan peligrosa como el “Absolutismo Real”. El Terror de 1794 – la “Dictadura Jacobina del Año II” – era el fantasma recurrente que no podía bajo ninguna circunstancia repetirse. Pero precisamente, fueron las masas – empoderadas por el voto – las que habían hecho posible semejante régimen. Clausurar la participación a través del “sufragio limitado o censitario”, sería la política común de todo el Liberalismo occidental.


Las revoluciones de 1848 – la famosa “Primavera de los Pueblos” – iban a poner de manifiesto la inviabilidad de tales mecanismos. Las “libertades civiles”, debían ser para los radicales, demócratas y socialistas, universalizadas a través de elecciones libres, regulares y participativas. No era concebible, para los impugnadores del sistema de notables, la “ciudadanía”; sin el poder decisorio que otorgaba a las masas el sufragio. Los liberales puros, reaccionarían tarde y mal a este desafío, corriéndose a la derecha – en alianza con los conservadores, sus antiguos enemigos – y fraccionándose en dos alas: los ortodoxos y los reformistas, más proclives a favorecer; aunque con dudas; una apertura a los pueblos. 4


Las reformas electorales en Gran Bretaña, impulsadas por los “wighs”, fueron un ejemplo de las tensiones a las que fue sometido el sistema parlamentario y de la salida; práctica y razonable; encontrada por la clase dirigente: la incorporación gradual de las masas a la vida política del país. Ese reformismo liberal – obra de Gladstone y sus sucesores – no iba a poder sin embargo, ser capitalizado de un modo efectivo; ya que serían los “tories” de Benjamín Disraeli, los que crearían en Inglaterra el primer partido de base popular en Europa. Los británicos saldaron el abismo existente entre Gobierno y Pueblo, por medio de reformas graduales que conservaron en esencia el control de las decisiones en manos de una minoría de dirigentes hábiles y activos, hasta bien entrado el Siglo XX.


No fue este el caso del resto de los países del viejo continente, en donde el Liberalismo quedó acorralado entre los movimientos de base agraria y conservadora y las nuevas fuerzas representativas del mundo del trabajo – socialistas y anarquistas – haciéndole perder terreno a pasos agigantados, tanto en las sucesivas elecciones, como en su representación ejecutiva y legislativa. El poder de los liberales se redujo drásticamente a fines del siglo, pero paradojalmente, llevando su ideología – su “corpus teórico” – a los cuatro rincones del globo. Todos eran liberales, aunque votaran a la derecha o a la izquierda de unas cada vez más escuálidas estructuras de representación política. Un triunfo “pírrico”, para un movimiento que cien años antes, representara la aurora de un brillante porvenir.


La Crisis del Liberalismo

El siglo XIX iba a finalizar pues en medio de una crisis profunda de los valores y principios básicos del Liberalismo. El consumo masivo y la participación política creciente, habían desbordado los límites estrechos de la utopía liberal.


Fenómenos como la burocracia, las huelgas, la organización de sindicatos obreros; rebasaban a esa comunidad de individuos racionales, unidos por la “mano invisible” del mercado y de las leyes naturales. El número aplastaba a la individualidad; lo masivo a lo único y determinado; el Estado avanzaba sobre la libertad y la propiedad; mientras las exclusas de la decencia moral y del mérito, se derrumbaban mediante la emergencia de millones de votos, emitidos por almas

anhelantes de Justicia e Igualdad.


El “Totalitarismo” – en todas sus formas – iba a ser la respuesta a la crisis del modelo liberal de organización social creado por John Locke y Adam Smith durante los siglos XVII y XVIII. Dos guerras mundiales, persecuciones y exterminios masivos; iban a castigar a una cultura que se había sentido hasta entonces, la vanguardia de la “Civilización”. Esa transición entre el orden provisorio de los notables, al caótico y dinámico dominio de los pueblos movilizados; iba a ser la característica de los tiempos nuevos, esos que se abrían en medio del crepúsculo de la Ilustración y sus hasta entonces optimistas y despreocupados herederos.


Los años de entreguerras (1919-1939), plantearon entonces a los dirigentes políticos del mundo, un dilema de muy difícil solución, al obligarles a optar entre los principios filosóficos del Liberalismo, con los que se habían educado, y la realidad, marcada a fuego por el desempleo masivo, la pobreza y la desestructuración de los intercambios; fenómenos que iban a agudizarse luego de la crisis financiera de 1929. Las fuerzas que venían esperando largo tiempo la catástrofe, respiraron con alivio, pues pretendieron presentarse como la alternativa salvadora, frente a una cultura que parecía derrumbarse. Propusieron una salida violenta y heterodoxa, incluso cruel; pero que ofrecía, paradojalmente, un cambio, un camino que muchos siguieron con determinación. Las masas angustiadas por una guerra de proporciones ciclópeas y una crisis devastadora, encontraron refugio en brazos de un Estado omnisciente, opresivo y tiránico; pero que al menos intentaba dar forma a una sociedad distinta. Los totalitarismos de los años

veinte y treinta, fueron vistos por una considerable porción de los europeos, como experiencias revolucionarias. Un destino, un lugar al que designar como meta, como llegada, como objetivo.


De esta manera puede afirmarse, que el derrumbamiento del Liberalismo fue lo que mejor caracterizó la etapa abierta en 1917-1918 por la Revolución Bolchevique y el final de la Gran Guerra. Los cimientos de las sociedades occidentales comenzaron a ceder, mientras el progreso económico se detenía en medio de la crisis, el desempleo estructural y la pobreza. El mito positivista del desarrollo ininterrumpido se desmoronaba, mientras la desconfianza y la incertidumbre tomaban su lugar. Fue una transformación súbita e inesperada de las conciencias, que golpeó a toda una generación. El optimismo fue reemplazado por un sordo y desconcertante temor al futuro.


El rechazo del Liberalismo, unió a las izquierdas y a las derechas en un odio común a la “Democracia”. Los análisis clásicos sobre el tema, en su gran mayoría, no distinguen correctamente, los matices de ese abigarrado grupo de manifestaciones ideológicas. La Izquierda ha terminado siendo, muchas veces, sinónimo de Marxismo, olvidando que el Anarquismo y el reformismo socialista, constituyeron, cada uno a su manera, la negación práctica de aquel. La Derecha, por otro lado, quedó asimilada con el Fascismo, sin que se resalten adecuadamente las profundas contradicciones existentes entre el movimiento creado por Benito Mussolini y el Nazismo, el Falangismo, el Integrismo Católico y los grupos conservadores de cultura autoritaria. Es necesario entonces realizar una breve pero completa descripción de éste complejo conjunto de alternativas políticas. 5


Las Izquierdas

El Stalinismo representó, sin lugar a dudas, la fórmula más brutal dentro de la izquierda europea. Sus dos pilares fueron: la industrialización forzosa y veloz de la economía rusa; así como el aislamiento total con respecto al mundo. El costo humano y material de una empresa semejante, tenía que ser enorme, descomunal. Millones murieron por negarse a colaborar en “la construcción del Socialismo”, tal y como la entendía la dirigencia bolchevique. Acerías, astilleros y fábricas de todo tipo, florecieron en un país tradicionalmente agrícola. Los campesinos fueron colectivizados, los obreros movilizados. Todo quedó supeditado al progreso económico y al desarrollo de las fuerzas productivas. Los noticiarios y la prensa en general, controlados por el régimen, dieron forma al mito de una Unión Soviética fuerte y poderosa, en contraposición a un Occidente Capitalista minado por la crisis terminal de su economía y su civilización.


Pero la industrialización de los años 1925-1935, no fue solamente un esfuerzo humano y económico descomunal. Fue, antes que nada, el instrumento mediante el cual el Partido Comunista consiguió controlar al Estado y a la Sociedad, tras la muerte de Lenin en 1924. Porque la burocracia y la policía política se apoyaron precisamente sobre un modelo de legitimidad basada en los resultados espectaculares de la colectivización del pueblo. Winston Churchill escribió en sus Memorias de Guerra, que Stalin no era el producto de hechos circunstanciales, sino la consecuencia de un modelo de construcción política en el que el poder lo era todo, o casi todo; afirmación que puede ser fácilmente verificada por una rápida lectura de los escritos leninistas anteriores y posteriores a 1917. 6


El saldo final de éste proceso fue catastrófico. El bienestar de toda una generación; o más apropiadamente de varias; fue sacrificado en aras de una nunca bien definida meta. La URSS perdió su condición de “Nación Rectora de la Revolución Mundial”, y con ello, su otrora poderosa influencia entre los trabajadores y las clases medias, en gran medida a raíz de las evidentes contradicciones entre teoría y práctica. Además, el Comunismo Ruso fue una experiencia anti política, en la medida en que sustituyó a la misma, por la fuerza militar y de los servicios secretos, ejerciendo el control social, con determinación casi religiosa. La Democracia resultó imposible al interior de un “Movimiento Revolucionario”, en el que la diversidad era vista como un peligro potencial. Los bolcheviques rusos siempre consideraron a las divergencias internas como una fuente inagotable de fracturas divisionistas; y acusaron a sus enemigos de traición o algo peor, diletantismo, esa fatal enfermedad de los intelectuales que según Lenin, conducía directamente a la impotencia y a la flojedad de espíritu. 7


El Anarquismo tenía hacia 1930 como objetivo, no la construcción de un estado omnipotente, sino su total abolición. Ese momento fue la última etapa de oro de la ideología ácrata y de sus líderes; que perseguidos a muerte por el Stalinismo, pagarían con sus vidas el empecinamiento en post de una utopía de sentido libertario. La militancia anarquista, fue por otro lado, un ejemplo de coherencia y ascetismo, voluntad y confianza en los valores solidarios, así como en la educación pública y la guerra como instrumentos idóneos para la Revolución.


Al desconfiar de toda autoridad, cualquiera fuera su origen, desarrollaron los cuadros anarquistas, una mentalidad donde la agitación y el compromiso, cumplieron un papel indiscutible. Desde 1875 y hasta 1935, aproximadamente, fueron una fuerza poderosa en ciertos países europeos y americanos, perdurando allí todavía un poderoso influjo cultural e ideológico.


Sin embargo, el Anarquismo fue exterminado, no por las derechas, sus naturales enemigas de clase, sino por los comunistas, como en los casos ruso y español. Nunca más pudo recuperarse de los golpes recibidos, reduciéndose al papel de una secta. El Marxismo terminó triunfando sobre los herederos de Bakunin, imponiendo la “Dictadura del Proletariado” por sobre las “Comunas Libres” de obreros y campesinos, que perdieron en manos del centralismo leninista, una noción prácticamente mucho más palpable, aunque a la postre, mucho menos radical. 8


El Socialismo Reformista tuvo en la segunda mitad de los años treinta una crisis terminal. El Laborismo inglés, El Socialismo francés y la Socialdemocracia alemana, estaban sucumbiendo por entonces a la doble presión de las derechas totalitarias y de sus propios errores estratégicos. Con un ideario lleno de lugares comunes, no pudieron compatibilizar sus objetivos, muy elevados por cierto, con el lugar que la ciudadanía les diera a través de elecciones democráticas celebradas en el marco del régimen político parlamentario, desde fines del siglo XIX.


Apalancados y sostenidos por poderosos sindicatos, los líderes de estas expresiones partidarias, de cultura y origen pequeño burgués, se debatían confusamente entre la reforma y la revolución. Desconfiaban de los métodos democráticos, a los que apelaban como un elemento más de su guerra de clases contra el feudalismo y la burguesía industrial financiera.


Al mismo tiempo, las izquierdas reformistas desechaban la acción directa y la agitación implementadas por los bolcheviques y los anarquistas. Preferían las alianzas transversales o frentes electorales, como los constituidos en Gran Bretaña en 1931, Francia en 1934 y España en 1936; aunque en las sombras estuvieran coordinados, como en los últimos dos casos, por el Stalinismo, muy sensibles a las críticas provenientes de la prensa y de los grupos intelectuales que amenazaban por izquierda su discurso moderado. En una palabra, los políticos reformistas que lideraban el Socialismo Europeo, se enfrentaron a la crisis de la economía y de las instituciones democráticas, con evidentes desventajas.


No obstante la principal incapacidad de las izquierdas democráticas estuvo en la gestión de gobierno; pues fracasaron al no poder conjurar los demonios simétricos de la crisis capitalista y del avance arrollador de las derechas totalitarias. En Inglaterra, por ejemplo, el Laborismo no pudo evitar la coalición con los partidos burgueses (conservadores y liberales); tras la estrepitosa caída del empleo, conformando en Westminster un Frente Nacional, basado en una apabullante mayoría “Tory”; lo que llevó al partido a la ruptura interna, entre una minoría oficialista y una numerosa parcialidad opositora. El desafío hitlerista los encontró a los laboristas tironeados entre un vocinglero antifascismo y una cerrada negativa a apoyar el rearme. 9


Del mismo modo el caso francés, iba a resultar de lo más gráfico y elocuente. Radicales y socialistas, léase la izquierda progresista; confluyeron en 1934-1936 en un Frente Popular que pretendía cerrar el paso a las derechas “maurrasianas”. 10 La política francesa iba a moverse entonces, en un marco de inestables coaliciones, que caían para resucitar y volver a caer de forma intermitente. El esfuerzo desarrollado para profundizar las reformas democráticas, fracasaron por la timidez, el oportunismo y la ineptitud de sus cuadros dirigentes.


A tal punto esto fue así, que en Junio de 1940, los generales derrotistas de Vichy, se escudaron en este fracaso, para constituir una Dictadura basada otra vez, en el mito del héroe salvador, que imponía el consenso por encima de las facciones débiles y corruptas de la política parlamentaria. 11


Sin embargo, iba a ser la Socialdemocracia alemana, la que fracasaría más rotundamente, pese a ser el partido más poderoso de la izquierda europea. El PSD venía soñando con el poder desde al menos 1875. La derrota militar de 1918 le dio la oportunidad única e irrepetible, de construir en Alemania una República Democrática. La Constitución de Weimar, fue así el producto de una convergencia plural, que reunía desde los socialistas independientes hasta el centro católico y los liberales moderados; alianza que sometida a la dura prueba de la inflación y el desempleo, quedaría rota hacia 1930-32, con la caída del gobierno de Bruening.


Como Juan Linz ha recalcado de forma lúcida en uno de sus libros, la emergencia de gabinetes presidenciales, fue la consecuencia lógica de un doble error estratégico. En primer lugar la pelea constante con los comunistas por el control del electorado de izquierda. En segundo término, la ruptura con sus aliados católicos y liberales, en contradicción absoluta con el mantenimiento de la República por la que tanto luchara en el pasado. Incluso el 5 de marzo de 1933, ya con Hitler en el poder; aceptaría junto con los otros partidos políticos, la disolución del Reichstag en donde los nazis no contaban con mayorías claras; para ser suplantado por otro en el que lograron arañar el 50% de los escaños. El PSD no intentó nunca, a lo largo de esos dos años, reconstruir los vínculos con el resto de las fuerzas democráticas; desfondando con ello el sistema. Toleró el uso indiscriminado del Artículo 48º, sosteniendo gobiernos poco representativos y calculando erróneamente, que ello redundaría, más tarde o más temprano, en su propio beneficio. 12


Las Derechas

En el campo de las derechas, el panorama era igualmente complejo. El Fascismo representaba una solución autoritaria y violenta para la crisis desatada en Italia, después de la Primera Guerra Mundial. Benito Mussolini, su fundador, era un reconocido dirigente socialista, que en 1914 había militado, con muchos de sus compatriotas, a favor de la intervención de su país en el conflicto, enfrentando con ello a la dirigencia de su partido, a raíz del espinoso asunto del “Internacionalismo Pacifista”. Muy influido en su pensamiento por la filosofía anti racionalista y violenta de George Sorel; creía que la lucha entre las grandes potencias ofrecía una oportunidad para desarrollar en las instituciones del Estado italiano, un apetito de gloria militar y culto al coraje, heredado de la vieja Roma de los Césares.


De éste modo el antiguo propagandista y editor, se fue convirtiendo con los años en un crítico furibundo del Parlamentarismo y de la Democracia Liberal. La traición de Gran Bretaña y Francia, a los Tratados de Roma (1915); así como el empobrecimiento de la Nación y del Pueblo italiano, acelerando las deudas de guerra, le demostraron al Duce la necesidad imperiosa de construir un orden social nuevo, que evitara la subversión comunista y la lenta agonía del Liberalismo decimonónico.


Es por eso que en el modelo fascista, todos los actores, empresarios, sindicatos, partidos políticos, campesinos y organizaciones de profesionales; debían subordinar sus intereses a los del Estado. La lucha de clases quedaría abrogada, gracias a un esquema conciliatorio impuesto en el marco de un “Régimen Autoritario”. Las fluctuaciones típicas del Capitalismo, serían evitadas, por una planificación rigurosa de la economía, hecha por un conjunto de líderes empapados de un vitalismo desbordante, una violenta actitud combativa y un dogmático sentido del orden y la disciplina. La representación pasaría, al mismo tiempo, a ser ejercida por estrictos métodos corporativos; estructuras socio profesionales, con influencia dentro del Partido Único y del Gran Consejo Fascista.


Tal los planes de Mussolini

El Duce nunca abjuró de su viejo ideario socialista, pues se consideró hasta su muerte el 25 de abril de 1945, un revolucionario imbuido de proyectos originales e innovadores. La contradicción central del Fascismo estuvo precisamente allí, ya que sus líderes creían en un “Socialismo Nacional”, no Internacionalista, que evitara la lucha de clases y fomentara en cambio, el enfrentamiento global entre las naciones ricas, plutocráticas y materialistas; contra los países pobres, atrasados y dependientes. En su concepto, Italia podría salir de la crisis, como una potencia de primer orden, imperialista, dinámica, internamente consolidada, si antes daba cumplimiento a un requisito básico: la unidad del Pueblo, tras los objetivos estratégicos fijados por el Estado Fascista. 13


Por el contrario, el Nacionalsocialismo era un movimiento claramente alineado con los valores antimodernistas de la derecha alemana. Tres son las prioridades a la hora de repasar sus antecedentes ideológicos. En primer lugar, el pangermanismo imperialista, tan de moda a fines del siglo XIX, consustanciado con la elevación del Reich a través de la expansión militar y económica. En segundo término, el “Darwinismo Social” de Herbert Spencer y otros pensadores conservadores, que visualizaban la Historia como una confrontación entre los fuertes, los aptos y los débiles; aquellos que debían ser sometidos al control de una minoría nacida para mandar. Finalmente, la ideología anti racionalista de Friedrich Nietzche, con su odio a los principios humanitarios de la modernidad, visto como herencia del judeocristianismo; una religión de sacerdotes y de esclavos. De allí el descarnado naturalismo de las reflexiones pseudocientíficas de los teóricos nazis; y hasta del mismo Adolf Hitler, defensor del agnosticismo furibundo y de la superioridad cultural y racial de los alemanes; principios y valores típicos del romanticismo pequeño burgués, sostenido por la minoría germánica de Austria. Todo nos remite al clima antiliberal imperante a fines del siglo XIX en las ciudades de Linz y Viena, donde ciertos periódicos antisemitas declaraban la guerra a los supuestos traidores judíos y marxistas, que con su ideología revolucionaria, estaban socavando el poder de Alemania en Europa.


Incluso el antisemitismo, puede ser estudiado como uno de los componentes centrales de ese odio hacia lo ajeno, lo extraño; sentido por la minoría alemana del Imperio de los Habsburgo, al tener que vivir prisionera de un Estado pluriracial. Es que la propia educación impartida a la juventud entre 1890 y 1914, inculcaba en los adolescentes como Hitler, un fanático espíritu de unidad de todos los alemanes, a través de la construcción de un Reich que controlara desde el centro de Europa, las incursiones de eslavos, descendientes de hunos y mongoles. Mientras el Fascismo italiano era una derivación heterodoxa del Socialismo, al menos en su vertiente “Soreliana”; el Nacional Socialismo tenía su origen en el irracionalismo alemán. Si bien algunos jefes del NSDAP, como Gregor Strasser y Joseph Goebbels venían de la izquierda, la mayoría había sido formada en una escuela filosófica y política claramente de derechas. 14


España

Fue en España, sin embargo, donde la crisis del Liberalismo, se presentó con mayor claridad. Las derechas españolas, imbuidas desde tiempo inmemorial, de un acendrado espíritu antimodernista, regionalista y corporativo, venían resistiendo la apertura del país a Occidente, con gran consecuencia y determinación. La Iglesia Católica, particularmente fuerte, así como las

aristocracias; creían perjudiciales las ideas y valores difundidos en el siglo XVIII por la Ilustración. Los Borbones y sus descendientes inmediatos, los afrancesados de los tiempos de Manuel Godoy, habían querido, con ayuda extranjera, destruir los viejos esquemas institucionales heredados de la Contrarreforma. La Monarquía había sido el motor de algunas de las transformaciones, tibias pero reales, que habían cambiado el rostro de España. Era vista por muchos como algo necesario, pero al mismo tiempo peligroso, en la medida en que aspiraba al centralismo, las reformas y las Luces. Era buena, por el contrario, si cumplía con la defensa a ultranza de los valores tradicionales, frente a sus enemigos ateos y liberales.


El fracaso del Liberalismo español, su incapacidad para motorizar en la península las reformas dentro del orden vigente, quedaría plasmada en la experiencia de las famosas “Cortes de Cádiz”. Sus líderes se plantearon modernizar el Reino a través de la sustitución del “Absolutismo” por una “Monarquía Constitucional”. La negativa del Rey Fernando VII a compartir el poder con un cuerpo de carácter electivo; su alienante aspiración a la defensa cerrada de la Corona como única depositaria de la autoridad pública, obligó a los “ilustrados” a operar por fuera del marco legal, politizando la única institución que podía forzar al Monarca, a conceder los “Derechos de Ciudadanía” al Pueblo: el Ejército. Con la Revolución de 1820, aparece en España, con inédita fuerza, el Partido Militar. Los alzamientos – Golpes de Estado – se convirtieron, de éste modo, en la herramienta principal para la transformación de España, de un lado y del otro del arco político. En pocas palabras, en algo natural.


Las Guerras Carlistas, que durante el siglo XIX azotaron el país, enfrentaron al Liberalismo centralizador con el Absolutismo regionalista de los partidarios de Don Carlos, el hermano menor de Fernando VII. El Ejército se dividió y la Iglesia, muy ofuscada con el círculo áulico de la Reina Isabel, apoyó activamente el accionar de los secesionistas vascos y navarros, que formaban entonces las huestes del Carlismo. Cuando en 1875, finalmente, se lograra armonizar en torno a una Constitución Parlamentaria los intereses adversos de ambos bandos, la fuerza del Liberalismo para motorizar con éxito la modernización de España, demostraría estar ya absolutamente agotada. Las derechas conservadoras y el Anarquismo, aparecido en toda su potencia alrededor de 1885, iban a protagonizar en el campo y en las ciudades una verdadera guerra entre tradicionalismo y modernidad.


Por lo tanto, la división de España ocurrida en Febrero de 1936, entre izquierdas y derechas, entre “Frente Popular” y “Frente Nacional”; tenía un profundo arraigo en la Historia reciente y no tan reciente del país. El hecho desestabilizador, el factor que quebraría el orden, empujando la faccionalización y el enfrentamiento, iba a ser la traición del rey Alfonso XIII a la Constitución de 1875. El Golpe de Estado de 1923, conducido por el entonces Capitán General de Cataluña, Don Miguel Primo de Rivera, colocaba a la Corona en un papel poco feliz. Su arbitraje quedaba roto, al consentir un acto de fuerza. El Liberalismo español y las poderosas izquierdas socialistas y anarcosindicalistas, así como el “Regionalismo” catalán y vasco, quedaron enfrentados al partido militar, la Iglesia y los sectores conservadores que los apoyaban. Más allá de su obra de gobierno, en ciertos aspectos lúcida y eficiente, Primo de Rivera encarnó en su persona, el fracaso del “Reformismo” para modernizar el país, uno de los más pobres y atrasados de Europa; dentro de un orden político estable y duradero. Las fuerzas que pedían un cambio, se transformaron súbitamente en republicanas, y el Rey, impotente y aislado en medio de la polarización, tuvo que partir al exilio. 15


El desencuentro español tenía entonces en su origen, a unas derechas poco adictas a los cambios, integristas en lo religioso, conservadoras en lo político y en lo social, tradicionalistas en materia de valores y costumbres; y unas izquierdas radicales, poco amigas de las prácticas electoralistas del parlamentarismo clientelar y nepotista de fines del siglo XIX y principios del XX; practicado por liberales y conservadores. En síntesis, una tendencia a hacer política por fuera de las instituciones, a través de la acción directa, la movilización popular, el catecismo militante con espíritu de cruzada o el Golpe Militar sistémico.


En una palabra la ausencia de frenos y contrapesos reguladores frente a la inevitable, casi fatal polarización, dejando espacio libre para ser ocupado por el Ejército y la Iglesia.


El Ejército, como ya vimos, había comenzado el siglo XIX, profundamente dividido. Un sector, la mayoría, se colocaba como sostén de la Corona y en oposición a las tendencias absolutistas y federativas expresadas por el Carlismo.


Quería la unidad de España, junto con un Estado fuerte y centralizador, capaz de combatir la anarquía y la hegemonía cultural de la Iglesia. El denominador común: una profunda politización y una creciente vocación de poder autónoma, como grupo de presión. Aquí tiene su origen el partido militar, que tanta influencia tendría durante los años de Franco y en la vida institucional y política de Hispanoamérica, a partir de 1930. 16


La Iglesia española, por su parte, se concebía como el motor espiritual del país. Su evolución interna, coincidía con un fenómeno global: el desarrollo del “Integrismo Católico” de fines del siglo XIX; una política no inspirada en Madrid, sino en la Curia Vaticana. En Roma, las jerarquías cardenalicias y obispales, que manejaban la vida institucional del clero, se hallaban imbuidas de una visión cerradamente defensiva, frente a los avances secularistas y agnósticos de la “Modernidad”, a la que tachaba de atea y criminalmente subversiva. Marxistas, liberales, anarquistas y radicales, quedaron igualados dentro de una supuesta conspiración masónica: la “Sinarquía”, enemiga de Dios y por consiguiente de España. El Integrismo Católico apuntaba así, a negar el Liberalismo y la Ilustración como un bloque, colocando a la institución eclesial como su única alternativa posible; un freno capaz de impedir la difusión de ideas consideradas nocivas y de prácticas repudiables. Al igual que el Ejército, la Iglesia se politizaba, convirtiéndose también en una facción, involucrada de hecho, en la confrontación civil que se avecinaba.


Hacia 1930, tres movimientos de enorme fuerza y gran poder de fascinación, se disputaban el liderazgo de la Derecha. La CEDA, Renovación Española y la Falange. La historia de sus grandes coincidencias, pero también de sus profundas contradicciones, es crucial para nuestro relato, en la medida en que tendrían una fuerte repercusión sobre la cultura de Hispanoamérica y particularmente de la República Argentina, en el período que va de 1920 a 1945.


La Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), había nacido en 1931 como un partido político de masas, dentro de una tradición católica; pero a la vez, políticamente liberal. Buscaba recoger el espíritu del viejo Parlamentarismo monarquista del Siglo XIX, combinándolo con la defensa de la República, por medio de un tradicionalismo moderado y realista. José María Gil Robles, su líder, pudo haberse convertido en el Jefe de toda la Derecha, si sus errores tácticos no hubiesen empañado los efectos benéficos de su estilo elocuente y popular. Entre 1931 y 1934, fue el principal partido político de las Cortes, el Parlamento de España, su facción más poderosa, en número de bancas y en influencia sobre la opinión. No pudo, sin embargo, frenar a sus elementos dinámicos, como la juventud, que la empujaban irremisiblemente hacia la extrema derecha. Su fracaso, fue el final de la propia República, huérfana de un conservadorismo comprometido con el orden democrático. 17


Renovación Española, era por el contrario, un movimiento marcadamente anti republicano. Su líder, José Calvo Sotelo, expresaba con su verba elegante y su fanática pero templada elocuencia, un tipo muy distinto de dirigente derechista.


Mucho más rígido en sus convicciones y mucho más radical en sus prácticas políticas; claramente anti electoralistas; Calvo Sotelo había sido discípulo del viejo dirigente conservador Antonio Maura, además de Gobernador Civil de Valencia en 1915 y Ministro de Hacienda en 1923, durante la Dictadura. Para él, como para muchos españoles, el país estaba amenazado por la anarquía y la disolución, siendo imperiosa la unidad del Pueblo en torno a un Estado fuerte y centralizador, legitimado a través de la representación corporativa; y algo más, por la intervención de las Fuerzas Armadas en la vida política. Su asesinato en Julio de 1936, realizado por oficiales izquierdistas de la Guardia de Asalto, tuvo el valor de un símbolo, pues unificó a las derechas detrás de los generales sublevados. Su partido, fagocitado por el Franquismo, no sobrevivió a la Guerra, pero si algunas de sus ideas, proyectadas incluso fuera de España. 18


Pero Falange era definitivamente, otra cosa. Su jefe y fundador, José Antonio Primo de Rivera, hijo del Dictador que gobernara a España entre 1923 y 1930, era un intelectual romántico y bohemio, aficionado a la poesía y que contaba entre sus amigos, a muchos escritores de fama, como por ejemplo, Federico García Lorca o Manuel Azaña. El Falangismo no era un partido, sino un “Movimiento”, formado por jóvenes de clase media aficionados a la política.


Rechazaba, en algún sentido, la creciente polarización de la sociedad española, al presentar un programa ecléctico, ni Liberal ni Marxista. Es que José Antonio no era un político profesional, sino un ideólogo y un militante comprometido, casi por casualidad, dentro de un confuso escenario, lleno de crispación.


Por lo tanto el Movimiento Falangista, rechazaba del Liberalismo, su concepción filosófica básica, de una comunidad atomizada por individuos aislados que buscan la maximización de sus intereses particulares; y del Marxismo, los enfrentamientos entre las clases, a los que consideraba disruptivos, perjudiciales e incluso innecesarios. Cómo solución, proponía una “República Corporativa”, pues no era, a diferencia del resto de las derechas, una agrupación monárquica. Dentro de la misma, los grupos sociales, podrían conciliar sus diferencias, tendiendo a coordinar políticas que fortalecieran al Estado y por sobre todo, a la unidad de España. Tampoco eran los falangistas, unos admiradores fervientes del Integrismo Católico, aunque consideraban al Catolicismo, más que a la Iglesia, como parte fundamental de la cultura y la idiosincrasia de los españoles. Finalmente, hay que decir que Falange era obrerista, defensora de un “Sindicalismo Nacional”, no clasista; así como del reformismo y la lucha por los derechos laborales de los trabajadores; todo combinado con un espíritu civilista, opuesto a la movilización política de los militares. 19


En síntesis, las derechas, que en las elecciones de 1936, se presentaron como Frente Nacional a la consideración de la ciudadanía, no eran una misma cosa. La CEDA era un partido democrático de masas, mayoritariamente comprometido con el respeto a la ley y a la Constitución. Renovación Española, por el contrario, era pro monárquico y conservador, casi reaccionario y estaba por lo menos desde 1935, comprometido con un alzamiento cívico militar que pusiera fin a la República. Falange se consideraba un movimiento revolucionario, con objetivos de reforma cultural y social, distinta a los de los partidos burgueses. No era una agrupación conservadora ni anti modernista, sino básicamente, enemiga del individualismo extremo y de la lucha de clases. Eso sí, las unía un enemigo común: los rojos, confusa caracterización de las izquierdas españolas, tan variadas, eclécticas y peculiares, como las derechas.


El movimiento más importante de la izquierda, era sin dudas, el Anarquismo. Presente en toda España, tenía su mayor cantidad de adeptos, en Asturias, Cataluña y Andalucía. Con un discurso doctrinariamente muy sólido, consideraba a la “República Burguesa”, tan mala como la Monarquía. Deseaba movilizar a la clase trabajadora – industrial y campesina – por medio del sindicalismo y la acción directa. En el primer plano, actuaba a través de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), la central obrera más grande de España. En política lo hacía por medio de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), especie de cuartel general de la revolución. Su proverbial ateísmo, consideraba a la Iglesia, como la principal causante del atraso cultural del Pueblo, y a los militares, como los pretorianos de un régimen condenado a desaparecer. El Anarquismo deseaba fervientemente una Guerra Civil, y por ello no había formado parte del Frente Popular. No creía en los aliados burgueses del mismo, ni en las elecciones como herramienta para la transformación de la sociedad. Era abierta y descaradamente antidemocrático. 20


El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), por el contrario, era un partido de inclinaciones marcadamente electoralistas. Dividido en una tendencia “progresista y democrática” y otra “obrerista”, el Socialismo desarrollaba una política de masas, con fuertes y poderosos sindicatos, nucleados en la Unión General de Trabajadores (UGT); contándose entre los principales inspiradores del frente republicano de 1931. Su ala juvenil – muy radicalizada – tenía fuertes vínculos con los comunistas, mientras que en Andalucía, una región eminentemente rural, los campesinos del PSOE, alternaban en mítines y reuniones políticas, con los anarquistas de la CNT-FAI. Muy ambivalente, el sector sindical, había apoyado la política corporativa de Calvo Sotelo durante la Dictadura de 1923-1930, siendo Ministro de Trabajo de la misma, uno de sus líderes de mayor influencia, Francisco Largo Caballero. Ahora, en 1936, se radicalizaba con gran velocidad, pidiendo a gritos, la unidad de las izquierdas en contra del Fascismo. 21


Al mismo tiempo los marxistas españoles, estaban profundamente divididos. El Partido Comunista (PC), pequeño y muy bien organizado, era una sucursal del Komintern. Dogmáticos, elocuentes y con gran espíritu de sacrificio, los comunistas estaban en el corazón del Frente Popular, como motores y artífices del mismo. Tenían, insistimos, fuertes vínculos con Moscú y alertaban, como fieles prosélitos, sobre la necesidad de unificar a las fuerzas progresistas, desde los partidos burgueses, hasta el socialismo; aspirando en secreto, a liderar la coalición “anti fascista” en una hipotética Guerra Civil; convirtiendo a España en el escenario de una confrontación europea sino mundial. Pero no todos los marxistas españoles militaban en el PC, porque una facción anti stalinista, se consolidaba rápidamente: El Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Sus cuadros creían en la unidad de las masas urbanas y rurales, pero no en una coalición dominada por socialistas y comunistas; estando con ello, mucho más cerca del Anarquismo, por su desconfianza irreductible hacia los métodos electorales. 22


También, figuraban como fundadores de la República, los Liberales reformistas o republicanos, de los que descollaban esencialmente dos personajes: Manuel Azaña y Diego Martínez Barrio. Azaña era un intelectual brillante, acostumbrado a moverse en círculos literarios, convencido del inevitable y trágico fin de la España conservadora y católica. Creía en el poder de la educación como motor del progreso; así como en una profunda transformación de las Fuerzas Armadas y de la Iglesia, a las que lisa y llanamente detestaba. No quería una Guerra Civil, y como Presidente de la República, luchó denodadamente para evitarla, con escasa capacidad por cierto. No servía para la lucha. Su dolor frente a la sangre derramada y el derrumbamiento de sus sueños juveniles, han quedado inmortalizados en unas Memorias que, todo aquel que desee profundizar la Historia del período, está obligado a leer. Diego Martínez Barrio, el Presidente de las Cortes, era por el contrario, un político profesional, educado en las prácticas “caciquistas” y clientelares del período pre republicano. Valenciano por adopción, mujeriego y masón, era uno de los enemigos jurados de la Derecha; sobre todo, por un manejo fino y pragmático de la Asamblea Legislativa. Era conciliador, marcadamente electoralista y un apasionado defensor del reformismo y los programas de moderación. 23


Finalmente, estaban los partidos regionalistas. La Izquierda Republicana de Cataluña (ERC), el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y el Movimiento Autonomista de Galicia. Como agrupación de centro izquierda, la ERC, liderada por un joven abogado laboralista de Barcelona, Luis Companys; defendía la unidad del Frente de Izquierdas y el mantenimiento a ultranza del autonomismo regionalista. El PNV, por otro lado, era una agrupación católica, de perfiles conservadores, casi integristas, mezclada en una coalición agnóstica e incluso atea; colocado en posición algo incómoda, a raíz de su fanático particularismo localista. Por último, los autonomistas gallegos, eran casi todos liberales clásicos, moderados y pacifistas, con un compromiso esencialmente republicano. En síntesis, se puede afirmar, que el Autonomismo era uno de los enemigos preferidos de las derechas, que lo acusaban – injustamente – de querer apostar por la división de España. La Guerra Civil lo aplastaría con violencia – particularmente a los vascos – no pudiendo recuperarse, sino hasta cuarenta años más tarde. 24


Como hemos podido ver, la simplificación que visualiza la Guerra Civil española como un enfrentamiento entre “Rojos y Fascistas”, no responde, de ningún modo, a la realidad. Ambos bandos – Frente Popular y Frente Nacional – eran conglomerados de fuerzas muy distintas; y hasta en algún caso, contradictorias. El pegamento que las mantenía unidas, era en general, poco firme. Particularmente, en las derechas, éste estaba constituido por dos instituciones arcaicas y tradicionalistas: el Ejército y la Iglesia Católica. El Nacional Catolicismo, fue su consecuencia; el Franquismo, su definitiva expresión política.


Este no era, bajo ninguna circunstancia, un pariente aunque fuera lejano del Fascismo, ni tampoco del Nacional Socialismo; sino un Conservadorismo Integrista, defensor de la Fe, la integridad territorial del Estado y de la tradición monárquica. No era obrerista, como por ejemplo Falange; ni democrático, como la CEDA; sino aristocratizante y autoritario. Su neutralidad en la confrontación global de 1939-1945, se explica por un profundo rechazo a la cursilería populachera de Hitler y Mussolini, al antisemitismo racista y a la certeza de que, finalmente, serían derrotados.


El Franquismo fue de ésta manera, algo muy distinto del Fascismo. Fue más bien un nacionalismo militarista, confesional y oligárquico, que no confiaba ni en las elecciones democráticas, ni en el sindicalismo nacional, ni mucho menos en las organizaciones de masas. Un régimen represivo, de tintes incluso inquisitoriales y moralistas, en materia tanto cultural como educativa. Odiaba al Liberalismo Progresista de la Ilustración, buscando en la Edad Media, su utopía perdida. Era entonces un movimiento anti modernista; de allí también, su paralelo rechazo al Marxismo. Su influjo en Hispanoamérica, iba a ser decisivo, sobre todo entre los oficiales de las Fuerzas Armadas, promotores del “Pretorianismo” militar de las dictaduras surgidas de su seno. 25


Portugal

Mientras tanto, en Portugal, el Estado Novo, tuvo al mismo tiempo, características peculiares y distintivas. En primer término, sus vínculos ideológicos con el Fascismo y las otras derechas europeas, fueron prácticamente nulos.


Resultó ser algo así como un caso aparte, una construcción singular. El proceso abierto en 1910 con el nacimiento de la República, no negó la tradición histórica del país, principalmente la alianza estratégica con Gran Bretaña, de gran repercusión en la vida económica y cultural de los portugueses. Portugal no se parecía en nada a España, a pesar de su cercanía geográfica. Las instituciones que en Madrid habían puesto en jaque la estabilidad y el orden – el Ejército y la Iglesia Católica – no tenían en Lisboa, ni poder ni autonomía. Tampoco era allí conocida la Inquisición, ni el Integrismo; existiendo una larga tradición de sometimiento de ambas corporaciones a la autoridad legítima y a las leyes. Su Imperio, más comercial que geopolítico, no era ni centralista ni religioso; sino un conjunto de factorías enhebradas por vínculos eminentemente lucrativos.


El “Estado Novo” fue entonces, una “Dictadura Ilustrada”. Su jefe político, el Doctor Antonio Oliveira Salazar, era un reconocido economista de la Universidad de Coimbra, al que los generales alzados contra la República, entregaron el poder.


Su objetivo, la modernización de un país pobre y atrasado. Dicha modernización requería a un tiempo, según Salazar, de una estricta disciplina social. Para ello, se debía proceder a suprimir la política, eliminando los partidos y las facciones, salvando al modo de cualquier otro régimen autoritario la unidad estatal. El instrumento: un corporativismo ordenancista, que corrigiera, sin eliminarlas, las circunstanciales desviaciones del sistema capitalista. El Gobierno, no era concebido, como una experiencia destinada a transformar desde sus raíces al Pueblo y a la Nación, sino por el contrario, un experimento conservador tradicionalista, con ciertos tintes reformistas.


Tampoco fue una experiencia antisemita, algo imposible en un país como Portugal, habitado por miles de “cristianos novos”, judíos y musulmanes convertidos al Catolicismo entre 1480 y 1580. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Dictador mantuvo hábilmente su alianza histórica con Inglaterra, negándose a colaborar con el Eje y entregando bases navales a los aliados e información de inteligencia. Los militares y los curas, quedaron sometidos al poder civil, lo que no les permitió su consolidación como expresiones materiales del Nacional Catolicismo, como había sucedido en España. Por lo que, a pesar de los análisis realizados por la Izquierda Progresista, dentro y fuera de Portugal; el Régimen Salazarista debe ser visualizado como algo absolutamente original, una aventura que, no obstante ello, tendría repercusión en el Brasil de Getulio Vargas, entre 1930 y 1945. 26


Notas

1 Hay una interesante descripción del Liberalismo como fenómeno político hegemónico en el siglo XIX, en dos obras clásicas de enorme renombre y trascendencia. Por un lado, es de lectura provechosa el siempre actual ensayo de Reinhardt, Koselleck “Ascenso y Estructuras del Mundo Burgués”; en Bergeron, Louis; Furet, Francois y Koselleck, Reinhardt. La Época de las Revoluciones Europeas (1780-1848). Historia Universal Siglo XXI, Volumen 26; Siglo XXI editores, México DF, México; 1994 (1969). (pp 283-307). Por el otro, se destaca la brillante, erudita y sin lugar a dudas magistral trilogía de Erick Hobsbawm sobre el tiempo de las revoluciones, el capitalismo de libre competencia y el Imperialismo.


2 David Ricardo resumió brillantemente su teoría en la famosa obra de 1817: Principios de Economía Política y Tributación, trabajo en el que puso las bases de la construcción ideológica y antropológica del Liberalismo en su fase más clásica y avanzada.


3 Fue John Maynard Keynes quien detalló todas estas cuestiones en su libro clásico de 1932 Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, verdadero manifiesto en contra de las visiones ortodoxas del Liberalismo Económico y piedra de toque de todos los debates sobre la influencia del “consumo” en la lucha contra las inestabilidades del Capitalismo Financiero. La mejor descripción de las ideas del economista inglés y del contexto en el que surgieron, se halla sin dudas en: Galbraith, John K. La Era de la Incertidumbre. Editorial Plaza & Janés; Barcelona, España; 1977(1973).


4 Ver, al respecto: Koselleck, Reinhardt. Op Cit. (pp 283-307).


5 La generalización, muy común, consistente en denominar como Fascismo a toda experiencia autoritaria de derechas, es una deformación introducida en la Ciencia Política y la Historia, por el Marxismo. El error no es sólo terminológico, sino de género y de origen; pues el Fascismo fue un movimiento de masas orientado a la renovación radical de la Sociedad y del Estado italianos, cuyas bases programáticas, pueden rastrearse hasta la formación en la primera postguerra, de una izquierda intervencionista, de un “Socialismo Nacional”. En cambio, otras corrientes derechistas, como el “Integrismo Católico” o el “Conservadorismo Autoritario”, buscaron el mantenimiento del orden como principal objetivo, negando toda transformación de fondo. Ver: Furman, Jorge Osvaldo y Pascuzzo, Silvano. La Crisis de la Nación (1929-1933).Democracia Pluralista y Partidos Políticos. Escuela de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales – USAL; Buenos Aires, Argentina; 2008.


6 Un trabajo excelente sobre el Stalinismo, no muy citado y de gran profundidad analítica es: Laqueur, Walter. Stalin. Vergara; Buenos Aires, Argentina; 1991 (1990). Las reflexiones de Sir Winston Churchill pueden leerse en sus Memorias de la Segunda Guerra Mundial. Tomo I. Libro II. Capítulo XX. Peuser; Buenos Aires, Argentina; 1948.


7 Los escritos de Vladimir Ilich Ulianov “Lenin” sobre el particular son muchos. En pasajes demoledores, el líder del Bolchevismo presentaba con frialdad una crítica increíblemente despiadada del “Utopismo Reformista” de las izquierdas europeas; sobre todo en su famoso panfleto de 1903 ¿Qué hacer? Anteo; Buenos Aires, Argentina; 1988 y en ¿Quiénes son los amigos del Pueblo y Cómo Luchan Contra los Socialdemócratas? Anteo; Buenos Aires, Argentina; 1973.


8 Las persecuciones que el Stalinismo, a través del Komintern, llevo a cabo contra los anarquistas rusos, italianos y españoles; superaron con creces en costos humanos a las realizadas por las derechas. Las descripciones más logradas de este fenómeno, pueden leerse en la clásica obra de Hugh, Thomas. La Guerra Civil Española. Dos Tomos. Grijalbo; Madrid, España; 1987 (1961). En cuanto a las diferencias entre Marxismo y Anarquismo, desde un punto de vista teórico, se pueden repasar los pormenores de la enconada pelea entre Karl Marx y Mijail Bakunin, durante los años iniciales de la Primera Internacional Socialista. El primero pudo finalmente imponer sus ideas autoritarias y estatistas, por sobre la concepción igualitaria y libertaria de su rival ruso. El Bolchevismo acentuó esas diferencias, con el llamado “Centralismo Democrático”, concepto creado y difundido por Lenin.


9 Es de interesante lectura al respecto, el trabajo de Taylor, AJP. Historia de Inglaterra; Fondo de

Cultura Económica; México DF, México; 1989 (1965).


10 El término “Maurrasiano” hace referencia a Charles Maurras, intelectual, político y periodista

francés, de ideología monárquica y antisemita, que junto a Maurice Barres, fundara y dirigiera la

revista Accion Francais, de amplia tirada y difusión a finales del siglo XIX y principios del XX, dentro y fuera de Francia.


11 Es de destacar como expresión acabada de ese modo de pensar, el libro de Maurois, André.

¿Por Qué fue Derrotada Francia? Ediciones Mundo Actual; México DF, México; 1941.


12 Ver al respecto: Linz, Juan J. La Quiebra de las Democracias. Alianza Universidad; Madrid, España; 1987 (1991) y Klein, Claude. De los Espartaquistas al Nazismo: La República de Weimar. Biblioteca de la Historia Volumen 50. Sarpe; Madrid, España; 1985 (1968).


13 El Fascismo tiene, entre una de sus principales influencias literarias y filosóficas, los escritos de George Sorel, del que Mussolini era un gran admirador. El Jefe del “Movimiento de Camisas Negras” italianas – Il Duce – se había rodeado desde 1915, de un grupo de intelectuales y militantes provenientes, muchos de ellos, de la extrema Izquierda. Mussolini mismo era por entonces, un conocido dirigente Socialista de convicciones marcadamente revolucionarias. Murió en 1945, en manos de sus antiguos amigos, creyendo que su vida era un testimonio de coherencia, pues sentía que el Fascismo había sido el verdadero agente de la Revolución Social y Política en Italia. Pueden verse sobre ésta interesante cuestión, los siguientes trabajos: Hibbert, Cristopher. Mussolini. Editorial Pomaire; Santiago de Chile, Chile; 1962; Mussolini, Benito. El Fascismo. Editorial Tor; Buenos Aires, Argentina; 1933; y Tennenbaum, Edward R. La Experiencia Fascista. Sociedad y Cultura en Italia (1922-1945). Alianza Universidad; Madrid, España; 1975.


14 Estas consideraciones están basadas en una atenta lectura de la excelente biografía del Furher escrita por uno de los especialistas más renombrados en materia de Nacional Socialismo: Masser, Werner. Hitler. Editorial Hispania; Madrid, España; 1982 (1969). Será provechoso al mismo tiempo, realizar un estudio detallado de dos obras siempre citadas y a la vez, muy poco conocidas: Hitler, Adolf. Mi Lucha. Editors S.A; Barcelona, España; 1984 (1924) y Rosenberg, Alfred. El Mito del Siglo XX. Ediciones Odal; Buenos Aires, Argentina; 1986 (1935).


15 Los dos mejores trabajos sobre la primera mitad del Siglo XX en España, están casualmente

escritos por dos autores británicos: Thomas, Hugh. La Guerra Civil Española. Obra en 2 Tomos.

Editorial Grijalbo; Madrid, España; 1987(1961) y Brenan, Gerald. El Laberinto español. Editorial

Plaza & Janés; Barcelona, España; 1977. (1950).


16 El término “Partido Militar”, fue introducido en el vocabulario político de la República Argentina, por el Teniente General Juan Domingo Perón en 1971, al referirse éste a la cúpula entonces dominante dentro del Ejército. Nosotros lo utilizamos como “categoría teórica” y entendemos, como Partido Militar, a la parte de las instituciones armadas que participa directamente en la actividad política, como si fuera una facción o un Partido.


17 José María Gil Robles fue sin dudas, el líder más prometedor de la derecha española en la primera mitad del Siglo XX. Su resistencia a ser parte de la “polarización” indetenible de la vida social y política de su país, lo condenaron a la marginalidad y al exilio, luego de una tensa y nada cómoda relación con los militares que conducían el “Alzamiento de Julio”. De convicciones marcadamente “republicanas” y cercanas a las corrientes “democráticas” del Catolicismo, era una rara avis en un escenario propenso a la “radicalización ideológica”. Es de vital importancia para conocer su íntimo pensamiento y sus reflexiones sobre la Guerra Civil y sus consecuencias, la lectura de sus Memorias: Gil Robles, José María. No Fue Posible la Paz. Editorial Peuser; Buenos Aires, Argentina; 1948.


18 José Calvo Sotelo era un carismático y joven dirigente monárquico, que en 1915 había sido – bajo el Gobierno Conservador de Antonio Maura – Gobernador Civil de Valencia. En 1923, Miguel Primo de Rivera lo había nombrado Ministro de Hacienda, y desde ese puesto había intentado reformar la Constitución de 1875, con fuertes dosis de Corporativismo. Su asesinato en Madrid, en Julio de 1936, fue uno de los detonantes inmediatos del alzamiento nacionalista que iba a dar comienzo a la Guerra Civil.


19 José Antonio Primo de Rivera era el hijo más conocido del ex Dictador Miguel Primo de Rivera, y también un bohemio y delicado intelectual aficionado a la poesía y a las letras. Fue el fundador del Movimiento Juvenil más poderoso de la derecha durante los años 30: Falange Española Nacionalista (FEN); y también, un controversial orador, enemigo declarado del Marxismo y del Liberalismo. Su ideario político, no obstante, fue complejo, sutil y admirablemente articulado. No es posible equiparar a Falange con el Fascismo y con el Nazismo, pues su raíz Cristiana y su inocultable Humanismo, le alejaban notoriamente de ellos. Fue fusilado en la cárcel de Alicante, en 1936, a donde había sido llevado como rehén por los comunistas y los anarquistas. Francisco Franco no hizo mucho para liberarle, pues lo consideraba el dirigente más capaz y prestigioso del Frente Nacional y el único con antecedentes familiares y personales con capacidad para disputarle el liderazgo. Amigo de algunos líderes republicanos, que lo respetaban por su coherencia y su cultura; su muerte cambio de alguna forma, el destino de España.


20 El Anarquismo español era, hacia 1936 – fecha de inicio de la Guerra Civil – el más importante de Europa. Cerca de 2 millones de trabajadores de las ciudades y del campo, formaban parte de sus estructuras. Sus orígenes se remontaban a los últimos años del Siglo XIX, y su gesta más importante y trascendente había sido la llamada Semana Trágica de Barcelona, en 1909, momento en el cual, la población de los barrios humildes, se había levantado en armas, contra la autoridad del Gobierno Conservador, a raíz de la Guerra de Marruecos. Allí habían hecho sus primeras armas, varios de los dirigentes que lo acaudillarían durante los años treinta: Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso y Diego Abad de Santillán, entre otros.


21 El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) era una de las formaciones políticas más disciplinadas y mejor organizadas del Viejo Mundo al comenzar el Siglo XX. Su central obrera, la UGT, constituía un conglomerado variopinto de gremios reformistas y combativos, con inserción entre los trabajadores rurales y urbanos, de todo el territorio nacional. Estaba hacia 1930, dividido en dos alas bien diferenciadas: por un lado, los “reformistas” conducidos por Indalecio Prieto, un regordete y menudo líder parlamentario, de vínculos más que aceitados con los sectores “progresistas” del Liberalismo; por el otro, los sindicatos, conducidos por el popular, controvertido y legendario líder de los obreros socialistas, Francisco Largo Caballero, cuya parábola era por entonces, parte de su mito: en 1923 había sido Ministro de Trabajo de la Dictadura y promotor de las “Convenciones Colectivas de Trabajo”, para convertirse una década después, en el jefe indiscutido del “ala izquierda” del Partido, con privilegiadas relaciones con comunistas y anarquistas, a lo que debía su apodo: El Lenín Español.


22 Los comunistas españoles estaban fuertemente influidos por los intereses y las ideas de sus primos moscovitas. Eran, sin dudas, junto a sus camaradas franceses, los más fieles seguidores de Stalin en Europa, así como portadores de un dogmatismo extremo y de un espíritu marcadamente sectario y vanguardista. Al comienzo de la contienda civil, eran apenas 150 mil militantes, lo que no fue obstáculo para que hacia 1937 y 1938, fueran la fuerza hegemónica de la coalición republicana. Dolores Ibarruri, “La Pasionaria” era su figura más notable y fanática, una mujer de enorme fortaleza espiritual y un estilo apasionado y virulento en las lides parlamentarias; aunque la verdadera conducción estaba en manos de dirigentes extranjeros, enviados por el Partido Comunista Ruso a los efectos de subordinar sus acciones a los dictados del Kremlin.


23 Los Liberales Progresistas españoles, eran desde 1812, la fuerza impulsora de la lucha contra el Conservadorismo y el Integrismo religioso. Constituían, realmente, un sector de enorme influencia cultural y política, a pesar de no contar con estructuras sociales que los referenciaran con las masas. Manuel Azaña tenía hacia 1936, un enorme prestigio como político y como literato. De convicciones anti clericales y anti militaristas, era uno de los fundadores del “Movimiento Republicano” de 1931 que había derribado a la Monarquía. Nunca pudo, a pesar de llegar a lo más alto de la jerarquía gubernativa- fue Ministro de Guerra y Presidente de la República entre 1934 y 1939 – comprender la polarización de la sociedad y el enfrentamiento en el que se habían zambullido sus compatriotas. Murió en 1940 en un exilio duro y penoso en Francia, obsesionado por los costos de la Guerra Civil y por sus consecuencias no queridas. Es, sin lugar a dudas, el personaje que mejor resume la tragedia española en el Siglo XX. Diego Martínez Barrio, era la contracara de Don Manuel. Marrullero, ducho en las lides parlamentarias, de una personalidad grandilocuente y ostentosa, había adquirido fama por su pertenecía a la Masonería y por su enriquecimiento acelerado, casi impúdico. Fue Presidente de las Cortes desde 1935 y uno de los más lucidos y pragmáticos dirigentes del Liberalismo, a pesar de su pésima fama.


24 El “Regionalismo” se presentaba en tiempos de la República, como uno de sus pilares. Catalanes, vascos y gallegos habían construido hacia 1930 una corriente “autonómica” poderosa y activa, que se enfrentaba por igual a la Iglesia y al Ejército y que buscaba, con esmero y determinación, alianzas tácticas con los socialistas e incluso con los anarquistas, también partidarios de la “descentralización” de España. Santiago Casares Quiroga tenía una personalidad gris pero una enorme fuerza de voluntad para llevar adelante sus ideas y sus proyectos. Se había iniciado como político, conduciendo el Movimiento de Autonomía en su Galicia natal, proyectándose luego a Las Cortes como diputado, para culminar su carrera al frente del último Gobierno anterior a la Guerra Civil. José Antonio Aguirre lideró, durante toda la contienda, al Partido Nacionalista Vasco, una formación de ideas conservadoras e integristas, que paradojalmente, iba a terminar alineándose con las izquierdas en contra de las tendencias centralistas y autoritarias del Frente Nacional. Los que lo conocieron, han dado testimonio de las tribulaciones internas y de las dudas que acosaron la mente febril de éste patriota vasco, que llegó a convertirse en uno de los hombres más odiados por el Franquismo, que lo consideraba un “Traidor” a la Fe y a la Religión Católica. Luis Companys, por el contrario, era el clásico representante de la pequeña burguesía radical de Cataluña, un abogado defensor de presos políticos en la época de la Dictadura de Primo de Rivera, así como un fanático del autonomismo federalista. Su mito, junto con el de su amigo y maestro, el Coronel Antonio Maciá, se hizo muy fuerte luego de que Francisco Franco lo mandara secuestrar en París por un comando de la Gestapo alemana, fusilándolo en secreto en 1942. Ellos fundaron en 1931 la principal fuerza de la izquierda catalana: la “Ezquera Republicana de Catalunya” (ERC).Todavía hoy su nombre resuena en los debates en las Cortes de Barcelona como el símbolo y el estandarte del Nacionalismo Catalán.


25 El Franquismo tampoco puede ser equiparado con el Fascismo y con el Nazismo. Fue un Movimiento basado esencialmente en los sectores medios, aunque no le faltó en Galicia, Castilla y La Rioja un considerable apoyo popular. Desde lo político, intentó unir la España tradicionalista, conservadora y católica, con eje en las jerarquías clericales, los aristócratas y los burgueses rurales, así como en la oficialidad del Ejército y la Marina. Desechó la política de masas tras la finalización de la Guerra Mundial en 1945 y marginó al Falangismo, eliminando la FEN hacia 1948. Aquí lo consideramos parte del Nacionalismo Católico de orientación Integrista.


26 Para un rápido repaso de la etapa fundadora del Régimen Autoritario portugués, puede consultarse con provecho: Tussel, Javier. Las Dictaduras Ibéricas. Revisión Histórica del Siglo XX, Volumen I. Editorial Quorum; Madrid, España; 1987. (pp 113-128).




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