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La crisis de la identidad ciudadana

Por Lucas Cachan


En palabras del politólogo Robert Dahl, el ciudadano no es tal si no posee conocimiento de su sistema de gobierno, de cuáles son las reglas del juego y de las oportunidades de expansión que él mismo tiene como protagonista de una comunidad. Lo que afirma con esto es cuán importante resulta la acción del hombre mediante su voluntad de compromiso. En el siglo XXI, la vida se encuentra enajenada en lo tecnológico, algo como el Homo Videns al que hacía referencia Giovanni Sartori.

Según este autor, el Homo Videns representa a una criatura que mira pero que no piensa, que ve pero que no entiende. A estas personas, la vida les pasa por sus narices y no se dan cuenta, no piensan, no ven más allá, carecen de espíritu crítico; se adaptan a su ambiente.

Sin dudas, los tiempos nos avasallan de información, generando una brecha, un espacio en el cual es casi imposible establecerse en lo que refiere a su proceso y comprensión. La información transcurre más rápido que la propia capacidad humana para recogerla. Lo mismo sucede para el entendimiento de las relaciones humanas, inmersas en un continuo proceso de cambio. De esa manera, la política es vista como algo perteneciente a las élites, ya que se cree que es deber de las clases dominantes controlar y administrar nuestras vidas. Tal es así, que el ciudadano se ha despojado de su responsabilidad política, que lleva consigo inherentemente, para entregarla a manos de intereses ajenos.


Por supuesto, este nuevo sentido de lo social transforma sustancialmente la noción de la política. Se pierde la percepción hacia ella como herramienta para mejorar la vida de las personas. La política no se requiere, es percibida como disfuncional para la vida cotidiana. Si antes era contención, ahora es únicamente un lugar para determinadas personas con intereses ambiciosos, que solo se preocupan por sus intereses personales. La política se entromete con corrupción en los objetivos personales, por eso no es querida y es vista como el otro, el intruso. Es ignorada y dejada de lado. Ahora bien, este pensamiento conlleva una omisión absoluta por el colectivo social y se deja reflejar en la crisis de los partidos, de la representación y del Estado, dando además, como síntesis final, la construcción de un voto, con dudosa legitimidad.

Los valores liberales están expresados en el mérito y el prestigio como los verdaderos valores éticos y morales que el hombre debe desarrollar y defender, pero estos son promovidos por un vacío de conocimiento intrapersonal como resultado de un nihilismo, que es llenado por el consumo desmedido. El neoliberalismo educó al individuo, en un contexto de confusión, para concientizarlo de que depende sólo de sí para su realización personal.

En el ámbito local, existe un desencuentro con la visión histórica, dando en definitiva una pérdida de confianza en nosotros mismos. Al enfrentarnos con el desencanto, con una identidad a medio construir, no podemos esperar, lógicamente, un futuro promisorio. Nuestro problema es que asimilamos, casi sin ninguna resistencia, una forma de interpretar el mundo sin darnos el tiempo de constituirnos en una entidad social y esto, a su vez, provoca una alarmante falta de participación política por parte del ciudadano. Así, tenemos una democracia reducida, limitada o, peor aún, una pseudodemocracia jibarizada. Se necesita de nuevas generaciones de ciudadanos entendidos en que debe existir un interés supremo por fortalecer los valores que sustentan la democracia, como la tolerancia y el pluralismo.

La sociedad civil tiene un poder de carácter configurador de la democracia, además de recursos de carácter moral que son claves para el firme desarrollo de la misma. La intención no es negar al individuo, más bien todo lo contrario, se trata de entender que la fuerza nace desde él en tanto haya sentido de unión, de colectividad, porque del bien ajeno se pasa a un bien propio, y viceversa. En otras palabras, necesitamos una conjunción sin dialéctica de poder, construir una comunidad desde la que definamos al individuo no sólo como ser libre para construir su propio destino, sino como un ser enraizado de antemano en una forma de vida que le otorgue sentido, no individualmente, sino como vida en común con los demás. De esa manera, la solidaridad, la responsabilidad, el respeto por los demás, la justicia, y la equidad, van a ser actores de primera línea en el ejercicio de la Política.

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