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El Liberalismo: De la Crisis a la Hegemonía.

Por Silvano Pascuzzo

En el siglo XIX, los liberales tuvieron “su hora más gloriosa”. Europa era el centro del mundo – o al menos eso creían sus habitantes – y los Estados Unidos despuntaban ya como potencia regional. Las fronteras económicas y sociales se derrumbaban y la vida de las clases dominantes, e incluso de las exiguas capas medias, mejoraba sin cesar. Fueron momentos gloriosos para una ideología que, gracias a su aparente coincidencia con la dirección del proceso histórico, no tenía frente a sí grandes obstáculos para la institucionalización de sus principios esenciales.


Sin embargo el Socialismo y el Anarquismo comenzaban, hacia 1860-1870, un acelerado crecimiento. A pesar de sus enormes diferencias, teóricas y metodológicas, ambas cosmovisiones rescataban la idea de “Comunidad” como elemento rector de la vida humana, en contraposición al individualismo atomístico del Liberalismo. Es posible, a través de una lectura atenta de sus obras, descubrir en Karl Marx (1818-1883) una enorme influencia de Aristóteles (384-322 a.c); y en Mijaíl Bakunin (1814-1876) trazos de una moral y de una ética de origen judeo cristiano, típica del milenarismo ruso, y de la Patrística, esto es, la corriente de pensadores de los tiempos seminales de la Iglesia Oriental.


En este contexto, los sindicatos dieron cuerpo a la lucha por las mejoras en la vida cotidiana de los trabajadores. Complementando el debate ideológico con una activa Praxis revolucionaria y/o reformista. Quizás las tendencias iniciales de eso que luego se llamaría “Sociedad de Masas”, se forjaron al calor de la toma de conciencia, por parte de los oprimidos, de las hendiduras profundas que la organización colectiva podía introducir en el orden dominante. Pensar “colectivamente” el mundo fue, desde entonces, la condición ineludible para su transformación.


Y fue así cómo, durante un siglo, los liberales perdieron la iniciativa en el campo político y en el teórico, en parte por factores estructurales, pero sobre todo por su condición minoritaria en el conjunto social del que formaban parte. Su oposición al voto universal y su defensa del libre comercio, ante un mundo crecientemente democrático y estatalmente controlado, muestra con claridad el desajuste entre sus valores y el funcionamiento real del mundo, en los albores del siglo XIX.


Esta crisis del Liberalismo tuvo, sin embargo, sus complejidades. Un sector de las élites se volvió hacia un conservadurismo reaccionario, militarista y violento; no sólo en Alemania e Italia, sino también en Francia, España y el Imperio Austro Húngaro. Otros grupos, más lúcidos o quizás menos radicalizados, intentaron adecuarse a los cambios, aceptando concesiones, acercándose a una porción de los trabajadores, promoviendo políticas reformistas. Todo lo cual paralizó al Liberalismo, lo fragmentó y, finalmente, lo redujo a la impotencia. Era el fin de una época.


En esas circunstancias especiales, perseguidos y acorralados por un proceso histórico que visualizaban como hostil, un grupo de hombres talentosos y de carácter, iniciaron un proceso reflexivo y autocrítico, que le iba a permitir resucitar al Liberalismo de entre sus cenizas. Ludwig Von Mises (1881-1973), Friedrich Von Hayek (1899-1992), Raymond Aron (1905-1983) y Karl Popper (1902-1994), entre otros, pusieron las bases, en Gran Bretaña y los Estados Unidos, de la ideología “Libertaria”. En oposición abierta al Totalitarismo – nazi fascista y comunista – y al Estado de Bienestar, surgido de entre las consecuencias devastadoras de dos guerras mundiales; pero también de los esfuerzos de los sectores postergados, a favor de la construcción de un orden social más justo.


La historia del renacimiento del Liberalismo, no puede ser contada en éstas pocas líneas; pero sí resulta pertinente poner de manifiesto, que la cosmovisión que sus intelectuales orgánicos intentaron imponer, a un mundo cada día más integrado, implicaba en esencia dos argumentos principales: el ataque a todo lo colectivo y la equiparación de Sociedad Civil con Mercado Capitalista. Quién mejor expresó esa mirada dogmática y, en apariencia, lógicamente racional, fue Robert Nozick (1938-2002), profesor de las Universidades de Harvard, Princeton, Columbia y Oxford que, en varios trabajos icónicos, levantó con elocuencia el estandarte de un individualismo egoísta, concebido como el motor de todas las acciones humanas. También Mancur Olson (1932-1998) puso en duda la viabilidad y conveniencia de lo que llamó “la acción colectiva”, estimulando con evidente interés político, el rechazo a la organización obrera, los sindicatos y las protestas masivas, en apoyo de las políticas económicas del Gobierno Conservador, de finales de los años ‘70.


El mundo actual debe mucho a las ideas de éste Neo Liberalismo dogmático y ortodoxo. La prédica de los académicos antes nombrados, fue difundida por las grandes cadenas mediáticas en Europa y Estados Unidos, influyendo, en consecuencia, en el sentido común de millones de personas, pertenecientes a todos los sectores sociales y a todas las corrientes ideológicas. El condicionamiento principal a la participación democrática ha provenido, pues, de la asunción por parte de una reacción considerable de la ciudadanía, de un credo que coloca al egoísmo, al Yo, por encima de todo espíritu solidario.


La elitización creciente de las instituciones públicas, la mecanización de los comicios más allá de sus significado profundo, ético, como mera competencia electoral; la corrupción endémica; las falsas promesas y evidente cooptación de los líderes por intereses corporativos y financieros; han puesto en crisis el modelo Liberal de Democracia, generando – en todo el planeta – movimientos masivos de rechazo al ajuste, la privatización de áreas antiguamente reservadas a lo público y a la falta de correspondencia entre los dichos y los hechos, que evidencia un sistema de representación oligárquico.


Todo lo cual obliga a tener en cuenta que la Democracia no puede ni debe reducirse al mero ejercicio del voto. Es necesario que aspire a fomentar manifestaciones que rebalsen los diques, impuestos por los sectores dominantes, a la legítima protesta y a la acción colectiva de los más necesitados, de los más débiles. Se presenta pues, una nueva oportunidad para – tal y como ocurriera a fines del siglo XIX – construir “Fuerza Popular Organizada”. Las personas se están juntando, movilizando, en busca de la superación activa del miedo, el aislamiento y la impotencia; a favor de un hogar común, que las defienda de la injusticia y la arbitrariedad; y que haga, en compañía de otros, su vida un poco más digna y mucho menos cruel.

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