Por Paris Goyeneche
Carlos Páez Vilaró (1923 - 2014) fue pintor, ceramista, escultor, muralista, director, escritor, compositor y constructor uruguayo.
A los 18 años viajó a Buenos Aires, en 1941, para trabajar en una fábrica de fósforos y, luego, en el sector de las artes gráficas. A los 20 años, regresó a Montevideo donde, impactado por comparsas de los barrios Sur y Palermo, y por el conventillo Mediomundo donde se estableció, se vinculó a la comunidad afrouruguaya y comenzó a colaborar en la preparación del desfile de llamadas, interiorizándose en el folclore afrodescendiente. A partir de este acercamiento, realizó varias obras pictóricas, mostrando distintos aspectos de la cultura y de la vida cotidiana del afrouruguayo: llamadas, bailes, religiosidad, casamientos, nacimientos, velorios, etc.
Formó parte del Grupo 8, un grupo análogo al instituto Di Tella porteño, que surgió en 1958, integrado también por Oscar García Reino, Miguel Ángel Pareja, Raúl Pavlovsky, Lincoln Presno, Américo Sposito, Alfredo Testoni y Julio Verdie, quienes sumaron fuerzas para incentivar el arte del momento en sus vertientes más experimentales. En 1960, expuso junto a artistas como Willem De Kooning, Roger Hilton y Lucio Fontana en la gran exposición internacional del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, invitados por su creador y director, el crítico y poeta Rafael Squirru.
fotos @objetosconvidrio
fotos @objetosconvidrio
Gracias al contacto con escritores, músicos e investigadores como Ildefonso Pereda Valdés, Paulo de Carvalho Neto, Jorge Amado y Vinicius de Moraes, publicó libros como “La casa del negro”, “Bahía”, “Mediomundo” y “Candango”. Profundizó sus investigaciones sobre la cultura afrodescendiente desde Salvador de Bahía y cada uno de los países americanos donde está presente (Colombia, Venezuela, Panamá, República Dominicana, Haití, etc.), a los países del África negra. Colaboró con Albert Schweitzer en el leprosario de Lambaréné, Gabón.
En 1958, empezó a construir Casapueblo, la denominada por él mismo como una “escultura habitable”, ubicada en Punta Ballena, a 13 km de Punta del Este. Con el tiempo, además de su hogar, el lugar se convirtió en taller y posteriormente también en museo y hotel, siendo uno de los atractivos turísticos del departamento de Maldonado, en Uruguay. Según él mismo indicó, la construyó como si se tratara de una escultura habitable, sin planos, sobre todo a instancias de su propio entusiasmo.
Una de sus obras más destacadas es un mural de 162 metros, que une la sede antigua de la Unión Panamericana con la moderna. Pueden encontrarse obras suyas en varios países: Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos, Haití, Panamá, en varios lugares de África y Polinesia, entre otros.
Además de la pintura, incursionó en el cine en 1967, como co-guionista de la película Batouk, dirigida por Jean-Jacques Manigot, largometraje de 35 mm en color de 65 minutos de duración. Los co-guionistas fueron Aimé Césaire y Leopold Sedar Senghor, que aportaron poemas. La película participó del Festival de Cannes de 1967.
También existen referencias a una película experimental titulada Une Pulsation, basada en una secuencia de imágenes tomadas por Carlos Páez Vilaró durante un viaje alrededor del mundo con su amigo Gérard Leclery; la película, realizada en París, incluía música de Astor Piazzolla. Según los autores del libro “Le Grand Tango: The life and Music of Astor Piazzolla”, luego de la realización de dicha película, Piazzolla le hizo llegar a Páez Vilaró un cassette con una nota adjunta: "Gracias por la libertad que me has dado, me siento como un nuevo Piazzolla".
El 13 de octubre de 1972, un avión Fairchild Hiller FH-227 de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrelló en la Cordillera de los Andes, con 45 personas a bordo, y una de ellas era su hijo. De esta manera, se vio involucrado en la denominada Tragedia de los Andes, a través de su hijo Carlitos Páez, que integraba el equipo de rugby Old Christians; durante los 72 días que duró su desaparición, fue uno de los líderes en la búsqueda de sobrevivientes. De dicha experiencia surge su libro “Entre mi hijo y yo, la Luna”.
En una nota enviada al diario El País, el 6 de febrero, pocos días antes de morir, con relación a las llamadas, en las cuales participaba todos los años, sin ser el 2014 una excepción, escribía Carlos Páez Vilaró:
"Hoy a la noche, cumpliendo mis 90, cerraré mi aventura entre tambores. Un final que nunca quise aceptar, pero que la vida nos obliga a cumplir. Del brazo de Cachila, en Cuareim 1080, y frente a la sonrisa de Carlitos Gardel, trataré de darme el gusto de retirarme dándome un baño de pueblo. Recorrer entre humaredas de chorizos al pan las callecitas doradas del barrio Sur y abrazarme con su gente por última vez".
Días después, recibió ese baño de pueblo. A pedido del presidente José Mujica, sus restos fueron velados en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo; concurrieron personalidades de las dos orillas del Río de la Plata. Sus restos fueron sepultados en el Cementerio del Norte.
Multifacético y talentosísimo, ha tenido la oportunidad de hacer siempre lo que quiso, con un gran sentido de la amistad, no sólo a los seres humanos, sino también a su arte. Soles fornidos, cachetones, comparsas rumbosas ataviadas con sus mejores galas. Fiel a cada uno de sus amigos, gran parte del colorido de los carnavales y murgas del Uruguay tienen sabor Paez Villaró.
En esta oportunidad, les ofrezco un variopinto de su obra, una experiencia sensorial, como no puede faltar, teniendo en cuenta lo prolífico de su obra. Una entrevista interesantísima hecha un año antes de fallecer, donde explica su obra, y las infaltables murgas de Jaime Roos, que nos lleva una vez más a las llamadas montevideanas ¡Salud Maestro!.
Bon Appetit.
Comments