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Un grito de corazón

Por Melany González


“Cada uno debe empezar a dar de sí todo lo que pueda dar, y aún más. Solo así construiremos la Argentina que deseamos, no para nosotros, sino para los que vendrán después, para nuestros hijos, para los argentinos de mañana”.

-Evita


Para aquellos que militamos el territorio, sabemos de lleno que, una vez que te involucrás y generás acciones concretas para las problemáticas que le aquejan a tus vecinos - y a uno mismo -, nada vuelve a ser cómo antes. La tarea de construir, o reparar, el tejido social nos compete a la militancia de base, que es donde se nos presentan las mayores batallas.

En la cotidianidad de los mates - individuales -, la entrega de la merienda o de los alimentos, uno pasa a oficiar de psicólogo (sin serlo); acompañamos desde la palabra de aliento, ya que los abrazos se nos están restringidos, y sobre todo intentamos dar un consuelo a problemas que, seguramente, no podamos resolver. En ese momento, pones a disposición tu cuerpo, tu corazón y tu mente para alivianar las mochilas ajenas (aunque sea un poco) y aprendés a vivir con la impotencia de brindar soluciones efímeras, o de no poder hacer nada más que acompañar en la angustia y la pesadumbre.

La realidad se presenta así, como una fuente inagotable de masa crítica, que te invita al cuestionamiento constante de todas las doctrinas existentes. Es acá donde la multiplicidad de actores, su complejidad y, sobre todo, la heterogeneidad de intereses ponen a prueba todas las recetas que se formulen en la” alta política”. También es donde se entrelazan lo personal con lo colectivo y las injusticias pasan a ser cosa de todos; el dolor se colectiviza y se transforma en la esperanza de poder tener un futuro mejor. La sensibilidad inunda los cuerpos y el espacio.

En el estrecho vínculo que mantenemos con las personas, y el intercambio constante de opiniones, perplejidades y angustias, nada cuesta adivinar el creciente resquemor, parecido al enojo, que brota naturalmente del pueblo y encuentra, en la clase política, el objeto (abstracto y concreto) de su resentimiento . El peronismo ha pregonado hasta el cansancio la democratización de la política como garantía del acceso irrestricto del pueblo a la política, como forma de preservar y fortalecer la vida democrática de un país errante, entre golpes de Estado y fraudes electorales. Actualmente, un abismo de diferencia existe entre la dirigencia y la gente. La política es un medio de prosperidad económica, un reducto de notables y privilegiados, un círculo endogámico vedado a la participación popular.

Es en este sentido que cabe preguntar: ¿Hasta dónde hemos incorporado a las mayorías a la política? Y no sólo desde una charla, sino cómo partícipe activo, parte del empoderamiento popular. Desde mi opinión, aún queda mucho por hacer.

El enojo y descreimiento de las mayorías, se agudiza al ver políticos nombrar problemáticas que les son desconocidas, ajenas e incomprensibles. A pesar de las políticas públicas impulsadas en la década ganada, en los barrios persiste y aumenta la pobreza en niveles exponenciales, independientemente del juego de alternancias y sucesiones que se producen en las esferas de la política.

Nos toca decir que la desigualdad y la pobreza no son conceptos meramente abstractos. Por el contrario, son indicadores concretos que denotan una realidad social determinada, y ante la que nosotros (militantes de la causa nacional y popular) no podemos ni debemos permanecer insensibles. Es nuestra responsabilidad ante la historia denunciar la injusticia diaria que viven miles de trabajadores precarizados que rozan la pobreza; estudiantes que no ven posible su proyecto de poder ejercer su profesión; niños que ven a sus padres cada vez más violentos, a raíz de la falta de trabajo o del poco ingreso; y abuelos que sufren la erosión de su jubilación, embestidos por una inflación incesante. La desigualdad se hace carne cuando te duele la panza por no comer.

Pese a esto, aún quedan compañeros y compañeras que siguen apostando a una sociedad más justa, se organizan y generan espacios de promoción de derechos desde hechos concretos, interpelando a todas las edades y géneros posibles. Apostando a hacer realidad un barrio más solidario, que, a pesar de la adversidad del panorama económico, continúan apostando a la organización popular. Intentando recomponer sueños rotos y desilusiones.

Nos queda, como artilugio, discutirlo todo, hasta que la agenda mediática se empape de los problemas diarios que aquejan al pueblo; nos queda seguir poniendo el hombro a cada madre que no le puede dar de comer a sus hijos, nos queda seguir democratizando la política cómo única alternativa de superación de la pobreza.

Le queda a la dirigencia poner las patas en el barro; ser más empáticos y menos narcisistas; abandonar el sectarismo y ser más abarcativos. Les queda a ellos formular políticas integrales, que den pauta a una sociedad más justa, y regirse por las necesidades de la gente. Nos queda a nosotros seguir militando y cuestionando todo, hasta que reine en el pueblo el Amor y la Igualdad.

Firmo este cálido testimonio en calidad de militante anónima de una causa que me trasciende y me contiene. Al ver tanta pobreza, a veces me entra tristeza y, otras veces, rebelión.



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