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Postmodernos y liberales en defensa del egoísmo.

Por Silvano Pascuzzo


La Batalla de la Nueva Sofística del Yo contra la Comunidad.

Hay que convencerse que los últimos estertores del Liberalismo están siendo emitidos, por un conglomerado de intelectuales y mercenarios de la palabra, que proceden de los más variados orígenes políticos e ideológicos.

Juntos, ante la evidente decadencia de una ideología que antepone la Libertad al precio de la Vida; y que, abjurando de sus orígenes humanistas, rinde culto a la “productividad del capital”, a la manera de los israelitas frente al vellocino de oro; cargan contra lo que definen como un nuevo avance del Estado sobre los derechos de las personas. Aferrados al sueño eterno de una Sociedad de Notables, estos mediocres escritores y cagatintas a sueldo del mundo de las finanzas se acuestan, en impúdica exhibición, con empresarios y evasores, delincuentes internacionales, que construyen sus fortunas a costa del esfuerzo y el trabajo de otros. Tal el signo de los tiempos.

La Ilustración tenía, como todos sabemos ya, dos tendencias en su interior, marcadamente opuestas. La primera, hija del Cristianismo y del Humanismo Clásico, intentaba salvar la Libertad, por medio de una construcción colectiva que también propendiera a ciertos niveles de Igualdad. La otra, desde una Sofística de nuevo cuño y un Individualismo aberrante, brutal, que instauró, en los siglos XIX y XX, la preponderancia del Egoísmo sobre la Solidaridad. La batalla de los años ‘50 y ‘60 quedó definida, en Occidente, a favor de la segunda de esas tendencias, y el Neoliberalismo fue su hijo dilecto.

Enfrente, una crítica, a nuestro juicio parcial y demagógica, de todo lo Moderno, que hizo convivir, en las páginas redactadas por autores supuestamente progresistas, a lo peor de la derecha con el psicoanálisis y el marxismo estructuralista. Una “melange” soporífera, inconducente y melancólicamente pesimista, que terminó siendo funcional al individualismo, a partir de un ataque impiadoso contra el concepto de Comunidad. Ese “post modernismo” paralizante, nihilista y de bajo vuelo, que está detrás de muchos conversos tardíos y traidores conscientes a la ideología de su juventud. Hoy, todos juntos caminan en fila en defensa de las grandes corporaciones, como las ratas del cuento de Hammerling.

Ello me mueve a realizar la siguiente confesión: me asquea tanto la derecha conservadora, con su naturalismo decimonónico y su desprecio por el otro, como esa “náusea” pesimista que sostiene, con su demoledora desconfianza en el Hombre, el Darwinismo Social de las élites capitalistas. Será porque, como ellos suelen decir, el virus del Populismo anida en nuestra alma; o porque simplemente detestamos la petulancia intelectual, en todas sus formas y colores.

El Justicialismo, o más precisamente su “Doctrina”, no abjura de la Modernidad, pero tampoco de la Escolástica; porque quizás su fundador, siguiendo a René Descartes (1596-1650) – uno de sus referentes – no las consideraba opuestas, sino más bien complementarias. Ese Humanista que fuera Juan Domingo Perón (1895-1974), había comprendido que, lejos de existir rupturas entre los pensadores medievales y los modernos, había en realidad una “continuidad crítica”. Friedrich Nietzsche (1844-1900), uno de los enemigos más acérrimos del pensamiento Cristiano y Progresista, lo vio con claridad. Somos hijos y herederos de una tradición común en Occidente que ha buscado, desde los griegos hasta el Socialismo, hacer convivir dos ideas, a priori opuestas: la Libertad y la Fraternidad. Fueron los liberales – y sus supuestos críticos posmodernos – quienes, al modo de los sofistas, consideraron esa empresa inviable e incluso peligrosa.


Por lo tanto, no son sólo los Liberales Smithianos los únicos cultores del Egoísmo, también los pesimistas de las corrientes defensoras del “deconstructivismo”; los que hoy mantienen en pie un sistema de valores que abjura de principios trascendentes y subordina casi todos los actos humanos al goce pleno de la autonomía del YO. Quizás por esa razón, para unos, los populistas somos un remedo del Marxismo y, para los otros, del Fascismo. Para ambos, somos el enemigo principal, porque ponemos al Individuo dentro de los límites de un Orden sustentable, por medio de la Justicia Social.

En nosotros, la Persona Humana convive con la Comunidad. No teme al Estado ni desconfía morbosamente del OTRO, sino que lo encuentra en tensión con lo colectivo, y busca realizarse en compañía de los demás, y no a pesar de ellos y contra ellos. Es, en el fondo, un problema de “identidad”, filosófico, de Fe. Porque desde un empirismo abstracto y naturalista, también es posible justificar todo, en gran medida por que el Hombre, en su tremenda complejidad de bondad y maldad, altruismo y egoísmo, humildad y soberbia, es Todo, antes de convertirse en Nada. Es falible, es imperfecto; es Humano.

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