Por Silvano Pascuzzo
Alarma el escenario político argentino. Sentimos, urge decirlo desde las primeras líneas, una dosis importante de frustración y dolor. Lo que parecía un Gobierno moderado pero firme, se ha convertido – en pocos meses – en una maquinaria burocrática, cuya única política es comentar la realidad y no intentar cambiarla. Alguien pudiera decir, con cierto grado de justicia, que es demasiado pronto para hacer balances, para verter opiniones demasiado categóricas. Incluso que la herencia recibida y el COVID-19 lo han complicado todo, y que no es posible, por ahora, pensar en otra cosa que en la defensa acrítica de lo hecho en estos primeros meses. Un planteo entendible, pero que lamentamos no compartir.
Queda flotando en el ambiente, sobre todo entre los votantes de la fórmula Fernández- Fernández, cierto descontento sordo, callado, como cohibido por una mezcla de temor y esperanza. Y por supuesto, contándose quien esto escribe entre esos votantes, su primera tentación fue apelar a la Fe, entendida como depósito sosegado de temores y ansiedades, en un limbo deletéreo de buenas intenciones. Pero, por formación y convicción, estamos acostumbrados a decir lo que pensamos, a riesgo de enojar a algunos amigos susceptibles, o ciegos a los signos oscuros, que se avecinan en el horizonte.
El caso Vicentín demuestra los límites de una alianza conformada con el único objetivo de “sacar a Macri” del Poder. Todos sabíamos que muchos de los componentes del Frente de Todos no quieren, ni quisieron nunca., arrebatarle poder a las corporaciones. Sólo aspiran a ser administradores prolijos de sus intereses. Nadie como Cristina y Néstor, enfrentaron al sector de capital concentrado; nadie les dio, en el último siglo, una batalla más dura. Pero, como sabemos, justo cuando lo más álgido de la misma estaba en desarrollo, algunos muchachos se fueron a construir otras alternativas, que decían ser “superadoras”. La famosa “vía del medio”, que fracasó estrepitosamente, entregándole a la derecha el poder, al fragmentar la base electoral del campo popular. No doy nombres, no porque tenga temor a hacerlo, sino porque todos los conocen de sobra.
La intervención a la cerealera era un acto necesario, luego de que sus dueños tomaran préstamos en la banca oficial, para luego fugar divisas, tercerizando operaciones vía Paraguay. Salvar la empresa y los puestos de trabajo, es una de las imperiosas necesidades de dicho acto; pero una no menor, es que el Estado recupere capacidad para intervenir en el las operaciones de exportación, suministrando los dólares que desesperadamente necesita nuestra economía. El castigo de los responsables y la visualización del tema, tampoco son elementos a descartar, a la hora de defender la expropiación – definitiva o transitoria – del grupo empresario, ahora en quiebra.
Pero las vacilaciones y la intervención del PJ santafesino, a favor de las corporaciones financieras y mediáticas, han quitado al Gobierno la iniciativa, y abonado el campo para que, en plena pandemia, un grupo de reaccionarios e incautos salgan a vociferar contra “El Marxismo” y a favor de la “propiedad privada”, cual si el Mundo estuviera congelado en 1962. Lo sorprendente no es que existan ciudadanos argentinos tan obstinadamente irresponsables; sino que el Estado vacile a la hora de ejercer sus facultades legales y jurídicas, en un mar de indefiniciones, que asustan y preocupan a quienes algo de política entendemos. Nos desafían porque sienten que no tenemos un rumbo claro; y eso no es culpa de los otros, es exclusivamente responsabilidad nuestra.
Tampoco se avanza en el impuesto a los ricos y en la Reforma Judicial, tan estridentemente prometida el 10 de diciembre de 2019. Y es evidente que si no se modifica la estructura corrupta y decadente que hoy maneja los tribunales de Justicia en el país, la gobernabilidad se verá – como en 2013 y 2014 - seriamente comprometida. Formar comités de asesores no resuelve la dinámica del conflicto; la acelera, por omisión y falta de decisión. Es la peor de las respuestas a una crisis, como alguna vez lo sentenciara irónicamente, el ex líder y fundador del Justicialismo.
La lucha contra la pandemia, incluso, ha entrado en un cono de sombras, más que nada por el intento de pactar con algunos personajes nefastos de la política argentina, como el Gobernador de Jujuy y el Jefe de Gobierno Porteño. La Derecha ha decidido demoler “el aislamiento social obligatorio”, para que explosione el sistema de salud, y el Kirchnerismo – particularmente el Gobernador de Buenos Aires – pague la factura ante una sociedad confundida, anómica y, en muchos segmentos, irresponsable.
Hay ministros que no se les ve el rostro desde el día uno, dirigentes que han desaparecido de los medios afines y opositores, después de “vedetear” a lo loco los primeros meses, cual bailarines del Teatro Colón; funcionarios de alto nivel que se expresan con galimatías, metáforas y frases hechas, en un remedo malo de la poética oriental, a lo Mario Benedetti y Eduardo Galeano. No tenemos estrategia internacional, no ponemos en marcha los programas de infraestructura y viviendas y, fundamentalmente, no controlamos con fuerzas federales – como en los inicios – a los argentinos y las argentinas, que violan las leyes y reglamentos vigentes, poniendo en riesgo la salud sus compatriotas.
Hace falta corregir. Retomar la iniciativa con hechos y no con palabras. Se requiere liderazgo, no sobre la estructura putrefacta de partidos, sino sobre los votantes nuestros de 2019, que esperan, entre temerosos y ofuscados, el cumplimiento de las promesas de campaña. Hay que cambiar los jueces macristas, hay que hacer funcionar el Congreso para avanzar con la grabación de rentas extraordinarias, hay que imponerle a los gobernadores e intendentes opositores – y a los propios también - las líneas maestras de una política que sea, en todo, la contraria de la que sostuvieron hasta el último día al lado de su jefe. Hay que dejar de vacilar, perorar y explicar; hay, en pocas palabras, que ponerse a gobernar.