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Miguel Fitzgerald

Por Paris Goyeneche

Miguel Lawler Fitzgerald (Buenos Aires, 1926 - 2010) fue piloto civil que, entre varias proezas, realizó dos viajes aéreos a las islas Malvinas. Sus acciones tuvieron el propósito de reivindicar la soberanía argentina sobre el archipiélago.



Hijo de padre y madre irlandeses​, realizó sus estudios secundarios en la escuela técnica Otto Krause, recibiéndose como técnico mecánico en 1945. Tres años antes, en 1942, obtuvo su primer licencia como piloto. A lo largo de su carrera, ha realizado vuelos privados, fotografía aérea, taxi aéreo, traslado de aviones Cessna desde Estados Unidos, piloto de Aerolíneas Argentinas, de vuelos ejecutivos y transporte de cargas, entre otros. ​


En 1962, realizó el primer vuelo sin escalas desde Nueva York a Buenos Aires, a bordo de un Cessna 210.​ En ese mismo año, voló desde Estados Unidos a Manila, Filipinas, en el mismo avión y con escalas en Alaska y Tokio. Su desafío era unir Miami con Manila en menos de 65 horas.


El 8 de septiembre de 1964, y con su pequeño avión Cessna 185 matrícula LV- HUA, bautizado Don Luis Vernet, Fitzgerald voló hacia las islas Malvinas desde Río Gallegos y aterrizó en la pista del hipódromo de Puerto Stanley. Enarboló una bandera argentina, y exigió infructuosamente ser recibido por el gobernador británico, para reclamarle por la soberanía argentina sobre el archipiélago. Luego emitió una protesta y regresó al continente antes de ser atrapado por las fuerzas del orden locales. ​



En ese entonces, muchos pilotos argentinos tenían la idea de volar hacia las islas para flamear la bandera argentina. Fitzgerald tomó su decisión en forma secreta. Habló con el diario La Razón para obtener cobertura periodística, pero a su director no le interesó la historia. Entonces, habló con el diario Crónica, que sí se interesó y le ofreció cubrir los gastos si también viajaba un fotógrafo del diario, pero Fitzgerald lo rechazó. Ciro Comi, amigo y dueño de la agencia Cessna de la localidad de Luis Guillón, le prestó el avión y le financió el combustible. ​



Partió el 6 de septiembre hacia a Río Gallegos. Y desde ahí voló a las islas, sin hoja de ruta y con cálculos propios para no ser captado por los radares. Aterrizó en las islas el 8 de septiembre, colgó la bandera argentina en un alambrado del hipódromo y entregó a unos locales una proclama pidiendo que se la remitan a su gobernador. Luego una gran cantidad de isleños lo escoltaron hasta su partida hacia el continente. En la capital malvinense solamente estuvo 15 minutos.


De sus memorias escribe:

“Varias veces hube de desistir de mi intento de volar hasta las Malvinas por diversas circunstancias. Si hubiera anunciado mi intención, declarándola en la hoja de vuelo, no habría sido autorizado a salir. El mismo día que cumplí los treinta y nueve años, besé a mi mujer y a mis hijos, y me encaminé hacia el avión Cessna 185, cuyos asientos habían sido sustituidos por tanques de combustible y en el que había un equipo de radio y un teléfono. Con provisiones de chocolate y café, levanté vuelo hacia Río Gallegos, capital de la provincia de Santa Cruz, siguiendo en seguida y en línea recta hacia el archipiélago malvinense, que se halla a quinientos cincuenta kilómetros.


Navegando entre nubes, advertí algunos claros que me permitieron fijar la situación de las islas, orientándome entre la isla Gran Malvina y la isla Soledad cuando vi el canal de San Carlos. La bandera británica ondeaba sobre la residencia del gobernador, mostrándome la dirección de los vientos, cosa que aproveché para aterrizar, después de describir varios círculos sobre la población. Tomé tierra en un campo de carreras de caballos…





Inmediatamente icé la bandera argentina en un poste. Llegaron cinco personas que me preguntaron en inglés si deseaba o necesitaba algo. Les dije que solo queda entregarles un pliego que llevaba destinado al representante del gobierno británico en el archipiélago. Así lo hice. Diez minutos después, levanté nuevamente el vuelo para dirigirme a Río Gallegos. Estaba cumplido mi anhelo. Mi vuelo había sido registrado por Gran Bretaña. Si así no hubiera sido, habría tenido que repetirlo, no por animosidad contra el país ocupante sino en defensa de lo argentino. Por otra parte, todo lo tenía previsto; hasta que me hubiesen arrestado. Para esa coyuntura también tenía un plan de fuga en la misma avioneta. Olvidaba decir que el episodio había tenido un curioso prefacio: horas antes de emprender el vuelo, los habitantes de las Malvinas habían escuchado por las principales radioemisoras de Buenos Aires un mensaje que decía: Isleños: no se asusten. No les haremos daño. Nuestras fuerzas llegan a la una de

la tarde. Exactamente a esa hora yo aterrizaba entre ellos”.


El mensaje entregado al gobernador británico decía:

“Yo, Miguel Fitzgerald, con todo el derecho que me da ser ciudadano argentino, les exijo que se retiren de las Islas Malvinas”. A su regreso, Fitzgerald fue recibido por una multitud que se había reunido en el aeródromo metropolitano de Buenos Aires, que lo saludó como a un héroe. Iba a ser sancionado por la Fuerza Aérea Argentina, que iba a retirarle su licencia de piloto, pero ante las masivas expresiones de apoyo al piloto, el presidente Arturo Illia decidió anular el castigo. Miembros del Movimiento Nacionalista Tacuara lo subieron a un Jeep y lo llevaron a dar vueltas por toda la ciudad.


Tras su llegada, el diario Crónica fue el único que vendió ejemplares, ya que cubrió la noticia con el titular “Malvinas: hoy fueron ocupadas”. Hasta ese momento los kioscos de diarios compraban los periódicos. A partir de allí, los kiosqueros y repartidores comenzaron a pedir que se acepte la devolución de los ejemplares no vendidos, quedando en consignación.


El viaje de Fitzgerald causó una protesta del Reino Unido en la ONU, que fue rechazada tajantemente por el gobierno argentino, alegando que no estaba involucrado en el hecho. Como consecuencia, Londres decidió destacar en las islas un contingente permanente de Marines Reales.


Mientras tanto, el gobierno colonial británico decidió que el hipódromo sea bloqueado para prevenir la llegada de otro avión argentino. Sin embargo, los obstáculos fueron retirados posteriormente y, en 1966, llegó un avión de Aerolíneas Argentinas tomado por militantes.


Cuatro años después, en noviembre de 1968, Fitzgerald realizó un segundo viaje a las islas desde Río Gallegos, esta vez al mando de un avión bimotor Grand Commander propiedad del diario Crónica, en el que también viajaban Héctor Ricardo García, director del citado matutino, y el periodista Juan Carlos Navas. Esta vez la pista del hipódromo había sido obstruida, por lo que se vio obligado a tomar tierra en una carretera (Eliza Cove Road), que produjo la rotura de una hélice.


Fueron detenidos minutos más tarde por un oficial británico, luego de lo cual fueron declarados inmigrantes ilegales, por lo que pasaron 48 horas detenidos. Luego fueron subidos al HMS Endurance de la Royal Navy con destino a Río Gallegos,​ en el que también viajaba el canciller británico, de visita en las islas.


Dentro de nuestra mente racional y civilmente educada, hazañas como estas pueden pasar por un abierto caso de desobediencia civil. Pero pongamos en contexto el momento en que el ciudadano de a pie no sólo pensaba, sino que además tenía la capacidad de reaccionar. El año del primer viaje, se estaba hablando precisamente del conflicto de Malvinas frente a la ONU, y el clima estaba bastante caldeado. Además, el hecho de que el espacio aéreo no se encontraba tan militarizado como en esta época, eran comunes vuelos de este tipo por todo el territorio nacional, ya que era otra forma de conectar a la Nación grande con otras vías de transporte que, en esa época, no eran tan experimentales, pero eran los primeros esbozos de aviación comercial argentina. El caso de Fitzgerald fue el único intento exitoso de cumplir con el sueño de muchos. Y lo logró.


Mi papá se crió en el barrio de la concesionaria Cessna de Ciro Comi, en el partido de Esteban Echeverría. Los vio a diario, soñó con ellos, y nos pasó el gusto por la aventura aérea. Hoy día pertenece al parque industrial Luis Guillón, donde todavía perviven actualidad y antigüedad. Los hangares guardan, como tótems inmóviles, el secreto de varias historias, como la del irlandés volador.


Hay muchas fotos, relatos y recuerdos sobre el tema. Aquí les incluyo un corto del canal Encuentro de data reciente, y un PowerPoint creado con muchísimo cariño por los descendientes de Miguel Fitzgerald, a pocos años de su desaparición.


Bon Appetit.



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