Por Silvano Pascuzzo
“Como los pueblos de habla inglesa, permitieron por imprudencia, descuido y bondad, el rearme de los malvados”.
Winston S Churchill.
Memorias de la Segunda Guerra Mundial.
Estamos transitando un momento clave, en el devenir de la política argentina. Un gobierno elegido con un apoyo considerable en las urnas, no puede traducir en hechos concretos, la legitimidad que el fracaso de la Derecha le otorgara, casi de forma automática, a fines de 2019. El Presidente de la República – un hombre formado en la cosmovisión liberal progresista del mundo y de la vida – muestra vacilaciones y demoras, al momento de tomar decisiones y avanzar con reformas impostergables. Y escudados detrás de una supuesta autocrítica, muchos de sus partidarios justifican dicha actitud, en razonamientos sesudos y rebuscados que, a estas alturas, parecen un lamento reprimido, más que una defensa de la gestión.
Muchos de los que votamos a Fernández, tenemos una preocupación creciente, sobre la capacidad del oficialismo para superar la dura prueba a que la crisis económica y sanitaria globales someten al país. Vemos con dolor, que las promesas electorales no se concretan y que un “dialoguismo” infructuoso y estéril, diluye a las mismas en un mar de indefiniciones, que desdibujan y debilitan la acción gubernativa, desperdiciando un tiempo precioso. El adversario se rearma y contraataca, munido de una violencia verbal y una determinación, que ha sorprendido a más de uno de los actores relevantes del Frente de Todos, dejándolos sin respuestas.
Verbalizar, a siete meses de haber asumido, estas dudas y temores puede parecer algo apresurado; pero creemos que advertir sobre los peligros de la inacción y las demoras en medio de una crisis, puede ser un aporte útil a la construcción colectiva. Vemos signos preocupantes en el horizonte, sobre los costos, más o menos inmediatos, de una pérdida acelerada de apoyos sociales, producto de un “tiempismo” mal entendido y ejecutado, que funciona – a todas luces – más como una excusa, que como una real administración de las decisiones claves.
Ocurre que el Presidente, sumido – es cierto – en la discusión sobre múltiples y complejos problemas, avanza y retrocede en algunas medidas que sólo él, por propia decisión, puso en la agenda pública, con cierta estridencia, antes y después de ser elegido. La Reforma Judicial, es el caso más emblemático de una política de Estado, que se anunció con bombos y platillos, para quedar en un limbo de indefiniciones, meses más tarde. Al tratar de avanzar en la realización de sesiones virtuales en el Senado o en resolver la quiebra de Vicentín; quedó claro que no haberse ocupado de la desarticulación de la mafia judicial al comienzo de la gestión, ha condicionado negativamente su desarrollo y eficiencia, de modo considerable.
Los peligros de estas dudas y vacilaciones, son conocidos para quienes estudiamos la Historia. Sobre todo cuando enfrente, hay grupos o sectores cuyo compromiso con la convivencia y la Democracia deja mucho que desear. El Macrismo – todo el Macrismo, y no una parte, como creen ingenuos comunicadores del propio sector – carece de la aptitud sincera y comprometida, que habría que tener, para posibilitar acuerdos de largo plazo. Convencer a tipos y tipas cegados por el odio y la arbitrariedad, de que no somos la causa de “todos los males”, no es tarea de gobernantes y dirigentes políticos, sino de psicoanalistas y terapeutas. Nosotros tenemos que administrar y hacer uso del Poder, condicionando y obturando todo intento deliberado por erosionar la gobernabilidad y la capacidad del Estado, para avanzar en la implementación de sus decisiones
Winston S. Churchill (1874-1965) nos enseñó en sus famosas Memorias, los efectos devastadores que puede tener, en situaciones límite, la candidez y la bonhomía frente a quienes no dudarían en incurrir en las peores bajezas e iniquidades, a los efectos de lograr sus metas. La política de moderación y diálogo llevada adelante por el Gabinete Británico entre 1933 y 1939, que condujo precisamente a lo que trataba de evitar: la Guerra; resultó paradojalmente el vehículo más apto para posibilitarle a Adolf Hitler (1889-1945) la consecución, en tiempo récord, de sus objetivos políticos y militares. Una enseñanza que el viejo Winston llevó consigo hasta el fin de sus días; y que trató de utilizar en más de una ocasión posterior, con éxito relativo pero con inocultable sinceridad intelectual.
A veces ocurre, que “el camino al infierno está plagado de buenas intenciones”, y las más honestas de las actitudes, pueden convertirse en la herramienta para el avance de las ambiciones más crueles y despiadadas. Confiar en el respeto de personajes como el ex Presidente y sus colaboradores más cercanos, hacia la convivencia y la paz social, es un error inocultable, que necesariamente terminará en un fracaso de consecuencias imprevisibles para el Proyecto Nacional y Popular. Hay que aislar a estos verdaderos enemigos de la sociedad – porque eso son Macri y sus secuaces – y ello implica, ante todo, avanzar con realizaciones concretas y actos contundentes, destinados a desarmar los entramados de corrupción y bandidaje, enquistados desde hace décadas en el corazón de la administración pública argentina. No entenderlo así, y pensar ingenuamente en que con gestos y diálogo, los “lobos” pueden convertirse en “princesas”, es una equivocación tremenda e injustificable.
Quien esto escribe, desea advertir sobre los peligros que ésta actitud aparentemente prudente y bien intencionada, puede tener para el futuro del país y del Gobierno. Existe una oposición autoritaria, corrupta, portadora de odios ancestrales contra el Pueblo y sus expresiones políticas y sociales, que no ha trepidado en utilizar los medios más execrables, para borrarnos de la escena institucional, en más de una ocasión en el pasado. Ofrecer la otra mejilla en política, suele conducir a efectos terribles sobre quienes intentan demostrar, con ello, superioridad ética o una supuesta inteligencia mal entendida. Sólo desarmando sin escrúpulos las bases de sustentación del enemigo, se triunfa en las confrontaciones humanas por el uso de la autoridad. El resto son consideraciones morales, que sirven para construir edificantes discursos de seminario.
Es peligroso tratar de conformar a todos cuando se gobierna. El resultado de esa actitud, suele ser la inacción y el inmovilismo. Gobernar es elegir, y elegir es ganarse enemistades y odios. Saber cargar con eso, es la precondición de todo buen gobernante. El apoyo de otros, debería bastar para hacer tolerable la desazón y la desesperanza, que provoca una actividad tan desagradable como la política. Dudando y demorando la ejecución de las propuestas de transformación, prometidas en las horas del triunfo electoral; los gobiernos democráticos suelen quedar inermes ante la violencia despiadada y amoral de sus enemigos, y el doloroso desconcierto de sus partidarios. Hay que avanzar y usar el Poder con soltura y determinación; sino no se desea desembocar – como en otras ocasiones – en el retorno de los malvados.
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