top of page

Los efectos de la globalización en la democracia liberal. ¿Hacía nuevos fundamentalismos?

Por Lucas Cachan

¿Cuál es la verdadera herencia de la globalización? Los cambios que trajo a la vida cotidiana a nivel tecnológico, económico y social, ¿generaron una exaltación de las pasiones de un grupo contra otro? Esta lucha de intereses y demandas de grupo la catalogo como una tensión de identidades, que tienen la potencialidad de transformarse en fundamentalismos cada vez más exacerbados, empujados por sus emociones.

En este sentido, se ha dado lo que llamo un “fundamentalismo dual”, donde se encuentran aquellos que luchan por sostener la tradición y aquellos que se arriesgan al cambio porque sus intereses no fueron correspondidos. Ambas facciones comparten un patrón, que son las emociones expresadas en ira, vergüenza, remordimiento y miedo, que guían su vida, y la forma en la que creen que se debería tomar la política. De esta manera, el conflicto político radica pura y exclusivamente en la pérdida de legitimidad de la democracia liberal y su representatividad como herramienta de transformación social.

La globalización no solo introdujo incertidumbre a nuestra vida, sino que además reestructuró nuestro modo de vivir. El período que va desde principios de la década del ‘70 hasta mediados de la década de 2000, fue testigo de una importante ola de democratización, ya que el número de países que se volcaron hacia la obtención de la democracia aumentó de aproximadamente treinta y cinco a más de cien. En dicho período, la democracia liberal se convirtió en la forma de gobierno predeterminada para gran parte del mundo, o al menos como aspiración. En paralelo a este cambio en las instituciones políticas, hubo un crecimiento correspondiente de la interdependencia económica entre los países, lo que conocemos como globalización. La democracia liberal, triunfante una vez derrumbada la Unión Soviética, prometía y brindaba un mínimo de respeto, apoyándose en el otorgamiento de derechos fundamentales. Lo que garantizaba dicho sistema es que, en democracia, las personas son igualmente respetadas en la práctica. La democracia liberal, más la interdependencia económica, arrojó como resultado una globalización en la que la producción mundial de bienes y servicios se cuadruplicó y extendió el crecimiento de prácticamente todas las regiones del mundo. Sin embargo, y a pesar de toda apariencia, dichos volúmenes de producción no solo no beneficiaron a todos por igual, sino que generó un aumento de la desigualdad y una mayor concentración de la riqueza en la élite.

Para fines del siglo pasado, se impulsó un orden mundial cada vez más abierto y liberal, que comenzó a fallar estrepitosamente. De más está decir que las crisis financieras, tanto la del año 2008 como la crisis económica griega, provocaron una marcada insolvencia para toda la Unión Europea, que condujo a fuertes recesiones, altos niveles de desempleo y caída del ingreso. Así, la relación entre democracia y globalización comenzó a tensarse fuertemente y a generar una brecha cada vez más notoria en las sociedades que se encontraban sumergidas en las falencias de la globalización. Un régimen democrático liberal, basado en los derechos individuales, consagra la noción de igualdad en términos de dignidad ante la ley, al reconocer a los ciudadanos como agentes morales capaces de compartir su propia autonomía; pero, para muchos, la globalización interfirió en las promesas brindadas por la democracia liberal.

Luego de la consolidación neoliberal a partir de la década del ’80, una vez presenciada la desaceleración de la llamada edad de oro del capitalismo dada por el Estado de Bienestar, hemos asistido a la desterritorialidad del capital. El modo de accionar de las empresas se basó en la búsqueda de mano de obra barata en el exterior. Este proceso comenzó a mostrar sus frutos dentro de las fronteras de cada país desarrollado. Esos frutos fueron la pérdida de empleo, la precariedad, y la insatisfacción de una clase media, que han sido el soporte sustancial de toda estructura social occidental. Ahora bien, ¿cuál fue el rol que han jugado ante estas cuestiones los partidos políticos, con sus ideologías a cuestas, y de todo el sistema democrático liberal?

Aparentemente, los primeros no pudieron dar respuestas concretas a las demandas sociales y económicas de todo el conjunto de la sociedad, y, en cuanto al sistema democrático liberal, ha sufrido una fractura que permitió el ascenso de una nueva clase política, que supo capitalizar las demandas del pueblo. La histórica discusión entre izquierda y derecha se vio resquebrajada por un avance de carácter emocional, que alimentó aún más la polarización de la sociedad. Allí se ven los pensamientos y sentimientos, que se relacionan estrechamente con el miedo, la incertidumbre y la sensación de crisis eterna. El surgimiento de líderes populistas encarna aquello que el pueblo ha querido expresar por siempre, ya que gracias al avance tecnológico de carácter comunicacional pudo hacer acto de presencia en la escena política. Lo que intentan demostrar los líderes populistas, en términos de antiglobalización, es que la renacionalización de la política y de la renta es posible. A medida que los resultados de la globalización no allanen una posible solución, tanto los populismos de izquierda como de derecha se verán obligados a manipular el descontento del pueblo, en pos de brindar una nueva legitimidad y representatividad. Las fronteras que separan a la izquierda y a la derecha comienzan, poco a poco, a diluirse.

La democracia ha sufrido los notorios ataques de los mercados financieros y, en los últimos tiempos, del Big Data. Ante la incertidumbre que nos rodea, el impulso a buscar respuestas no nos condujo a informarnos más y mejor. Si bien las redes sociales son un producto del avance tecnológico y de la globalización, cada vez penetran con más fuerza en la conciencia de las sociedades - los últimos años fueron una muestra de ello - y el socavamiento a la democracia también, ya que a muchos se les “enseñó” qué pensar y qué decir. Al trabajar con los instintos, Facebook y Cambridge Analytica accedieron al impulso emocional de las personas, y dieron muestras de cómo se pueden manipular las emociones de todo grupo social, sobre todo los que aquí denomino “fundamentalistas”.

Hemos visto cómo la democracia liberal ha sido desafiada por formas cada vez más estrechas de reconocimiento, que a la postre ha derivado en un choque de identidades. Cuando esta sea reconocida, estaríamos en condiciones de afirmar que la identidad ha pasado de ser un asunto personal a ser propiedad de un grupo, que a su vez va a estar enfrentado a otro grupo de identidad. Se perciben como amenazas unos a otros, puesto que la identidad no es negociable. Pero ni el nacionalismo ni la religión desaparecieron como fuerzas en la política mundial. Entonces, ¿están surgiendo nuevos fundamentalismos ideológicos que se corren del espectro izquierda-derecha? O mejor dicho, ¿la transformación de ambos extremos de la política no habrá dado lugar a fundamentalismos que no tienen en cuenta a ninguna de esas dos como guía ideológica?

Durante el siglo XX, la política se organizó a lo largo de un espectro de izquierda a derecha definido por los problemas económicos; la izquierda fue en búsqueda de más igualdad, mientras que la derecha quiso más libertad para la sociedad. Los objetivos de la izquierda han virado hacia la preocupación por contener y respaldar las minorías, dejando de lado su lucha por la igualdad económica. La izquierda promovió los intereses de una amplia variedad de grupos sin nada que perder y mucho por qué luchar, percibidos como marginales; negros, inmigrantes, refugiados, mujeres, hispanos, etc. Mientras que la derecha se ha redefinido como patriotas que buscan proteger la identidad tradicional, una identidad que a menudo está explícitamente relacionada con la raza, el origen étnico o la religión. Así, actuales líderes políticos han movilizado a sus seguidores en torno a la percepción de que la dignidad del grupo había sido ofendida, desprestigiada o ignorada. Un grupo humillado que busca la restitución de su dignidad tiene mucho más peso emocional que las personas que solo buscan una ventaja económica. Podríamos afirmar que la dignidad se dirime entre lo perdurable y lo efímero. Esta disyuntiva es el corazón del “fundamentalismo dual”, entre aquellos que buscan la permanencia de las tradiciones y los que buscan aventuradamente los riesgos porque no tienen mucho que perder, ello incluye, como dije, a las minorías y a los que entienden que la destradicionalización da vía libre a la acción del espíritu.

Un fundamentalismo involucra a aquellos que defienden la tradición, temen los cambios de la nación, la familia, y de las formas de relacionarnos. En definitiva, no quieren que su modo de vivir sea modificado, desean volver el tiempo atrás. El otro fundamentalismo, es aquel que explica la reacción de un grupo que se identifica con los riesgos como una forma de salir de las desventajas y desigualdades, porque siente que la globalización y sus efectos la llevaron a un lugar de insoportable incertidumbre, obteniendo además precariedad y pocas expectativas.

En conclusión, ninguno de estos dos fundamentalismos puede apoyarse ciegamente en el actual sistema democrático liberal, ya que este no ha sabido brindarles respuestas concretas y necesarias a estos grupos, que se vieron empujados a sostenerse del factor emocional como defensa de sus intereses. El conflicto político pasa por la pérdida de legitimidad del sistema representativo y por el desalineamiento del pueblo con las instituciones democráticas. Esto es aprovechado por muchos líderes sin formación necesaria para revitalizar la democracia. Vivimos en una etapa de la historia que se caracteriza por la capacidad del individuo de cambiar los ejes de la política internacional, a partir de la autodeterminación de la identidad y sus intereses; el caso reciente de Chile es el mejor ejemplo. Los temas de preocupación, que eran monopolizados por los Estados, pasaron a las manos del individuo, una vez que el proyecto de la modernidad, como heredera del iluminismo, ha dado muestras de su rotundo fracaso.


106 visualizaciones
bottom of page