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Las lecciones de Maquiavelo

Por Lautaro Garcia Lucchesi

El ejercicio del liderazgo, por parte del Presidente Fernández, no constituye uno de sus puntos fuertes. Demasiados dimes y diretes, idas y vueltas, marchas y contramarchas no colaboran a construir la imagen de un Presidente firme y resoluto, figura del Presidente que tenía Alberdi, en sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, al imaginarlo como reemplazo del monarca que no tuvimos, o no pudimos conseguir.

Y si hablamos de liderazgo y ejercicio del poder, no podemos no referirnos a Nicolás Maquiavelo. A partir de su experiencia política como secretario de la segunda cancillería encargada de los Asuntos Exteriores y de la Guerra de la ciudad de Florencia, cargo que ocupó hasta el regreso de los Médicis al poder, en 1512; elaboró un pensamiento político centrado en el funcionamiento del Estado y la psicología de sus gobernantes.

Al mismo tiempo, al decir de Giovanni Sartori, Maquiavelo fue quien constituyó a la política como una esfera autónoma de la moral y la religión, la cual tiene un imperativo propio, dentro del cual la moral y la religión se constituyen como instrumentos de ella. “Maquiavelo no se limitó a señalar la diferencia entre la política y la moral; llegó a proclamar una vigorosa afirmación de autonomía: la política tiene sus leyes, leyes que el político ‘debe’ aplicar”. Por lo tanto, en tiempos de constante apelación al consenso, los buenos modales y el vegetarianismo, repasar el contenido de estas leyes es indispensable.

En primer lugar, una dosis de realidad: “(...) muchos son los que han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto ni conocido jamás realmente, y está tan lejos el cómo se vive del cómo se debería vivir, que quien renuncie a lo que se hace en aras de lo que se debería hacer, aprende más bien su ruina que su conservación”. En política, no hay que apelar a invocaciones etéreas, más propias de la metafísica que de la política. Esta última se basa en la realidad, y es desde ella desde donde debe partir la toma de decisiones. El peronismo es filosofía de la praxis, y ésta reconoce al conflicto como parte necesaria de la política. Apelar constantemente a la unidad y el consenso, temiendo a la confrontación de intereses, sólo termina por erosionar tu gobernabilidad.

Una vez establecido el campo de acción en el que discurre la política, pasamos a las características que debe poseer aquel que ejerce el poder. Como es bien sabido, la característica fundamental que, según Maquiavelo, debe poseer aquel que detenta el poder es la prudencia. Pero no es esta la única característica que menciona el pensador florentino. Por un lado, “sería bueno que al príncipe le tuvieran por liberal; sin embargo, si practicas la liberalidad de forma que todos te consideren generoso, te perjudica; pues, si la utilizas virtuosamente y como es debido, no será conocida y no te evitará el ser tachado de lo contrario (...) Así pues, el príncipe prudente, al no poder practicar de forma manifiesta la virtud de la liberalidad sin que revirtiera en perjuicio suyo, no debe preocuparse de que lo califiquen de mezquino, porque con el tiempo irá aumentando su fama de liberal, cuando sus súbditos vean que gracias a su parsimonia le bastan sus rentas, puede defenderse de los que le hacen la guerra y acometer empresas sin gravar al pueblo, de manera que practica la liberalidad con todos aquellos a los que no le quita nada, que son muchísimos, y la mezquindad con todos aquéllos a los que no da nada, que son muy pocos”.

Por lo tanto, entre generosidad y mezquindad, es preferible esta última, en caso de tener que elegir entre una ellas. ¿La razón? Mezquino te considerará aquél a quien no le das nada, que, como dice Maquiavelo, suelen ser una minoría. Estas minorías son las que suelen intentar movilizar a parte de la población para perseguir sus propios intereses individuales, disfrazados de una mayoría plural, que muchas veces no comprende las consecuencias de lo que reclama. Esto nos pone frente a una de las contradicciones fundamentales a las que se enfrenta un gobernante, especialmente en democracia: ¿para quién gobierna? ¿para la mayoría que lo eligió o para la minoría que comprenden los grupos concentrados? La respuesta a ese interrogante determina cuánto tiempo podrás ejercer el poder, como veremos más adelante.

Por otro lado, con respecto a la dicotomía entre ser compasivo o ser cruel, Maquiavelo responde que:

Todo príncipe debe desear ser tenido por compasivo y no por cruel; sin embargo, ha de estar atento a no hacer mal uso de su compasión (...) un príncipe no se debe preocupar de que le tachen de cruel, si a cambio mantiene a sus súbditos unidos y leales; porque con poquísimos castigos ejemplares será más compasivo que aquéllos que, por demasiada piedad, dejan continuar los tumultos que ocasionan matanzas o rapiñas, ya que estas últimas suelen perjudicar a toda una comunidad, mientras que las ejecuciones ordenadas por el príncipe perjudican sólo a un individuo”.

No se le pide a la autoridad que, como castigo, cometa atrocidades o sea vil, algo que siempre se ha ligado al adjetivo de “maquiavélico”. Lo que Maquiavelo indica es que, a aquellos que violan lo establecido, se les debe caer con todo el peso de la ley, para disuadir a sus congéneres de repetir la acción en cuestión. En tiempo de pandemia, como el que estamos atravesando, esto tiene una importancia fundamental, como forma de proteger a la comunidad. Y, ligado a esto, el florentino resuelve la dicotomía de si es preferible ser amado o temido. Lo ideal sería ambas pero, por la dificultad de conciliar ambas cosas, es preferible ser temido que amado. ¿Por qué?

Porque de los hombres en general se puede decir que son ingratos, volubles, hipócritas, huyen del peligro y están ávidos de ganancia; y mientras te portas bien con ellos y no los necesitas, son todos tuyos (...) Pero, cuando llega el momento, te dan la espalda. Y aquel príncipe que lo ha basado todo en sus promesas, al encontrarse falto de otros preparativos, se hunde”.

Este pasaje, junto con el citado al principio del artículo, son pertinentes para analizar a quién o a quiénes se dirigen las acciones y/o políticas que la autoridad pone en acción. En democracia, como ya se aclaró, se presenta la controversia respecto de si se debe responder a las demandas de la base electoral que te permitió acceder al poder o a aquellos poderes fácticos que, por el poder que poseen, pueden interferir sobre tu capacidad de gobernar.

Y de esto se desprende la cuestión de quién fija la agenda. Varias veces hemos dicho, en este portal, que la agenda del gobierno pareciera estar fijada por los medios de comunicación, que son el arma mediática de los grupos concentrados. Y acá entra la lección que Maquiavelo deja en claro en el pasaje anterior. Si el gobierno sigue esta agenda por algún tipo de promesa, o por miedo al “qué dirán”, que sepa de antemano que va a fracasar, porque no sólo no van a cumplir esa promesa, sino que cada vez le van a marcar más la agenda, y esto lo va a llevar a cometer el peor de los errores: traicionar a tus electores.

Una costumbre de los príncipes para poder mantener más seguro su estado, ha sido la de edificar fortalezas que sirvieran de brida y de freno para los que planeaban rebelarse, y de refugio seguro ante una repentina revuelta. (...) Pero la mejor fortaleza que existe es la de no ser odiado por el pueblo. Porque, por muchas fortalezas que tengas, si el pueblo te odia, no te salvarán. (...) Un príncipe no debe temer a las conjuras cuando tenga el apoyo del pueblo, pero, cuando este último esté en su contra y lo odie, debe temer todo y a todos”.

Y de eso, por más que los medios te protejan, no hay vuelta atrás. ¿Qué genera el odio del pueblo? Que la autoridad se vuelva despreciable. ¿Y qué hace a una autoridad despreciable? Que sea voluble, frívolo, pusilánime e inseguro; y que nunca tome una decisión de forma firme. Quien ejerce la autoridad debe saber que nunca una decisión será totalmente segura; por el contrario “que piense que las que tome siempre serán inseguras; porque pertenece al orden de las cosas que siempre que uno trata de evitar un obstáculo, topa con otro; pero la prudencia consiste en saber conocer la naturaleza de los obstáculos y tomar por bueno el menos malo”. Por lo tanto, aún frente a la inseguridad inherente que existe en toda decisión, la autoridad debe ser capaz de tomar una y mantenerla, si quiere preservar su poder.

Porque “se estima a un príncipe cuando es verdadero amigo y enemigo; es decir, cuando sin ningún miramiento se declara a favor de alguien o en contra de otro (...) y siempre ocurrirá lo mismo: aquel que no es tu amigo tratará de que permanezcas neutral y quien sea tu amigo te pedirá que luches a su lado”.

Una vez, tomada la decisión, se la debe defender con firmeza. Ligado a ello, Maquiavelo afirma que todo aquel que detenta el poder debe saber que existen dos formas de combatir: con las leyes, forma propia de los humanos; y con la fuerza, forma propia de los animales. Pero, como muchas veces la ley se muestra insuficiente, la autoridad nunca debe descartar la fuerza como medio.

Así pues, necesitando un príncipe saber hacer buen uso de la bestia, debe entre todas secundar a la zorra y al león, porque el león no se defiende de las trampas, ni la zorra de los lobos. Requiere, por tanto, ser zorra para reconocer las trampas, y león para amedrentar a los lobos. (...) [porque un príncipe] con frecuencia requiere, para mantener el Estado, obrar contra la lealtad, contra la compasión, contra la humanidad, contra la religión”.

Cuando la supervivencia del Estado está en peligro, no hay imperativo moral, humano o religioso que se pueda anteponer a la moral de Estado. Y esto, en política, debe quedar claro. Cuando atacan al Estado, este debe responder con firmeza; no puede escudarse sobre consideraciones ideológicas para no responder.

Para cerrar, y con el objetivo de mostrar que Maquiavelo no era tan pérfido como muchos creen, una frase que hace referencia a la lealtad en las convicciones, aún en la derrota : “Un príncipe prudente, por tanto, siempre ha rehuido a tales armas [las mercenarias], prefiriendo las propias; ha preferido mejor perder con las suyas a ganar con las de otro, considerando falsa la victoria obtenida mediante armas ajenas”. En una sociedad polarizada como la nuestra, donde las dos posiciones son tan contra mantener la identidad propia es innegociable.

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