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La UE y la nueva normalidad

Por Lautaro Garcia Lucchesi

Mientras en el área metropolitana de Buenos Aires y en algunas otras partes del país, la cuarentena volvió a una modalidad estricta para evitar el colapso del sistema de salud y el aumento de fallecidos, Europa ha dejado atrás la parte más dura de la pandemia y ha comenzado a transitar la “nueva normalidad”.

Sin embargo, a pesar del enorme impacto que tuvo el virus sobre los Estados europeos, producto de sistemas de salud faltos de inversión, carentes de insumos y de la cantidad de camas y respiradores suficientes para atender a su población; no se produjo la ruptura total con el paradigma neoliberal reinante que podríamos haber esperado. A pesar de que los hechos mostraron que un Estado pequeño y desfinanciado termina por dejar más expuesta a la población frente a fenómenos como el que estamos enfrentando, continúan existiendo resistencias para dar vuelta la página del paradigma neoconservador.

El lugar donde más claramente se visualiza esta resistencia es en el plan para la reactivación de la UE. Mientras en el seno del Banco Central Europeo (BCE) se está discutiendo la política que dispuso esta institución para atravesar el confinamiento, y la Comisión Europea presentó su plan de 750.000 millones de euros para la reactivación, la UE se encuentra dividida entre los países del Norte y el Sur.

Por un lado, tenemos a Alemania, los Países Bajos, Austria y Finlandia, entre otros, que continúan siendo fieles partidarios de la austeridad. Ya frente a la intención del BCE de emitir “coronabonos” con riesgos mutualizados, éstos países se habían opuesto porque consideraban que esto era una transferencia permanente de recursos por parte de los países ricos y ahorradores del Norte a los derrochadores del Sur.

También habían puesto el grito en el cielo frente a la decisión de Christine Lagarde, nueva presidenta del BCE, de imitar el plan utilizado por su predecesor, Mario Draghi, durante la crisis del euro iniciada en el 2010. Ésta incluía una política de alivio cuantitativo, consistente en un programa de compra de deuda e inyección de liquidez para mantener las tasas de interés bajas en toda la zona euro.

El ataque a esta política fue liderado por el presidente del Deutsche Bundesbank (Banco Central Alemán), Jens Weidmann; durante la presidencia de Draghi, también habían sido las autoridades alemanas las principales opositoras. Lo que Weidmann y los partidarios de la austeridad cuestionan es la extensión temporal y dineraria de este programa de emergencia, a lo que Lagarde respondió que no tenía límites. Este grupo es partidario de un respeto total a lo establecido en el estatuto constitutivo del BCE, el cual establece como objetivo principal salvaguardar el valor del euro, e impide, entre otras cosas, que el BCE financie el gasto público de los Estados miembro.

Weidmann cuestiona que este programa no tenga límites, y propone que esté atado a la suscripción de capital de cada banco central nacional de los países miembros de la UE; pues considera que el BCE no puede financiar por siempre, a bajo costo, a los gobiernos nacionales de la UE, ya que esto podría llevar a un aumento “desmedido” de la inflación.

Recientemente, la Corte Suprema Alemana le marcó la cancha al BCE, ordenándole a sus autoridades que justificasen su política de alivio cuantitativo, detallando en qué beneficiaba esta medida a los intereses de los bancos y ahorristas alemanes. En caso de no aceptar la explicación de las autoridades, la Corte Suprema Alemana podría ordenarle al Deutsche Bundesbank vender todos los activos adquiridos en el marco de esta política. El Parlamento alemán apoyó al BCE y, finalmente, el tribunal supremo alemán aceptó la explicación y cerró el caso. Pero le mostró al BCE que si intenta hacer oídos sordos a las demandas de las autoridades alemanas, y se desvía de las atribuciones establecidas en su Carta Magna, habrá consecuencias.

También hubo oposición de Weidmann al proyecto, todavía potencial, de crear un banco “malo” por parte del BCE. Un banco malo es una entidad financiera encargada de la adquisición de activos “tóxicos”, actuando como un fondo para la reestructuración de los activos financieros, con la intención de liquidarlos en un plazo prolongado. Básicamente, intenta mantener “sano” el sistema financiero. Alemania estaría dispuesto a la creación de bancos “malos” a nivel nacional pero no a nivel europeo, donde una sóla entidad se hiciese cargo de los activos tóxicos de todos los países de la Eurozona.

Y ahora, frente al plan de reactivación de la Comisión Europea, y luego de todo el impacto socioeconómico que trajo el Covid-19, la reacción de estos países no ha variado. El que se presenta más inflexible son los Países Bajos, que sólo están dispuestos a aceptar otorgar ayuda financiera a cambio de que los países receptores de dicha ayuda lleven a cabo reformas estructurales. Todos sabemos que significa eso: mayor disciplina fiscal con reducción de impuestos y del gasto público, flexibilización laboral, etc. Medidas que ya conocemos y que son las que pusieron a la UE en una situación sanitaria crítica. Es decir, en vez de un cambio de paradigma, estos países apuntan a una mayor profundización del paradigma hasta ahora reinante.

Por el otro lado, tenemos a los países del Mediterráneo, liderados por Francia y que son los que más han sufrido el impacto del virus, especialmente Italia. Estos países pugnan por una mayor solidaridad europea y promueven un BCE que trasciende las limitaciones impuestas por su Carta orgánica, interviniendo tanto como sea necesario para defender el empleo y reactivar la economía del bloque. Básicamente, pugnan por un BCE que no siga tan estrictamente el paradigma monetarista, sino que sea flexible e intervenga siempre que sea necesario, teniendo como eje no sólo una inflación baja, sino un equilibrio entre inflación y mantenimiento del empleo.

En el caso italiano, país sobre el cual se posan todos los ojos de los países “austeros”, la diferencia de intereses al interior de la coalición gubernamental no ayuda para poder establecer un programa nacional de reactivación económica. Mientras el Partido Demócrata quiere impulsar proyectos de inversión en infraestructura y una flexibilización de su mercado laboral, el Movimiento 5 Estrellas se opone a ese tipo de inversiones por considerarlas dañinas al medio ambiente y un derroche de dinero, y rechaza la flexibilización, frente a lo cual propone un programa de ingresos adicionales para los sectores vulnerables y para los desempleados. Asimismo, el Movimiento 5 Estrellas propuso utilizar los ingresos provenientes de la UE para financiar una reducción impositiva, a lo que su aliado en la coalición se opuso.

A todo esto, Italia tiene el agregado de un nivel de deuda en relación con el PBI que, a finales del años pasado, alcanzó el 135%; y se espera que este año alcance el 140%. Por esta razón, los países del Norte le exigen reformas estructurales como condición para aprobar el fondo de reactivación económica post-pandemia de la UE

Es paradójico que, a comienzos de junio, Merkel, Macron, Sánchez y los mandatarios de Bélgica, Dinamarca y Polonia instaran a la Comisión Europea a prepararse mejor para una futura pandemia. Pero cuando la Comisión propone un fondo para reactivar la economía, con la posibilidad de un mayor gasto público por parte de los Estados que podría ser utilizado, en parte, para invertir en el sistema de salud, una parte de estos países se opone; y, además, le exige a los países más golpeados por el virus mayores recortes a cambio de más dinero, recortes que fueron la causa de que algunos Estados respondieran de forma poco satisfactoria a la pandemia.

En síntesis, lo que observamos es que la pandemia no ha terminado por desbancar al paradigma neoliberal. Es cierto que lo ha erosionado, pero todavía tiene sus defensores, que son los que se han beneficiado de esta política. La pandemia ha dado el primer golpe; pero, para derrotarlo definitivamente, hace falta una reacción colectiva, que le diga basta y dé vuelta la página. Muchas veces hemos dicho que es falsa la dicotomía entre economía y salud. Pero, si al salir de la pandemia, continuamos con las mismas políticas, eso significa un desprecio por los fallecidos y por el esfuerzo colectivo que significó el aislamiento.

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