Por Mario Morant

Y finalmente estalló la Tercera Guerra Mundial. No de la manera que casi todos esperaban, o soñaban; esto es, un conflicto armado entre EEUU y la República Popular China o la Federación Rusa; con cada uno del resto de los países, eligiendo - por la buenas o por las malas - donde y con quien alinearse.
Se trata de un viejo problema, la guerra de la Naturaleza contra el conjunto de la Humanidad. Casi se podría interpretar como la Rebelión de la Naturaleza contra el Hombre. Cansada de vejámenes, ésta ha reaccionado con una agresión inesperada, masiva, incontrolable, tan depredadora del Ser Humano, cómo éste lo fue, al menos hasta ahora, con ella.
Esa es, sin dudas, la verdadera y única Guerra Mundial que se ha desatado a nivel global. El Coronavirus avanza de manera implacable, contundente, sin respiro, sin fallas en sus filas, marchando de manera homogénea, a tambor batiente. Del otro lado, nosotros, los humanos; que mostramos. en vivo nuestras miserias y nuestras debilidades. Rival carcomido por las desigualdades entre ricos y pobres, soberbios y humildes, ignorantes y sensatos pero, en todos los casos, un ejército dividido, sin la fuerza capaz de imponerse a las secuelas terribles de la enfermedad.
Ocurre que, durante mucho tiempo, los humanos creímos que la Naturaleza era inferior al Hombre y que, como tal, podía ser sometida a vasallaje. Nunca entendimos, lo que muchas civilizaciones originarias comprendieron ancestralmente: que somos hijos de ella. Quizás, sus hijos mayores, su mejor obra; los que veníamos desde sus entrañas, para enorgullecerla y no para depredarla; según lo cuentan las más antiguas y bellas tradiciones.
En todo caso, nos impone un castigo y, tal vez, nos obligue a aprender cosas más profundas que una vacuna; tan necesaria por otro lado. El triunfo – en esta guerra – no consiste en derrotar al agresor, sino en entenderlo y, acto seguido, revisar nuestros errores, encontrando un camino novedoso que nos permita convivir con la Naturaleza, como hijos de ella o su Obra Suprema. La nueva estructura del Orden Mundial depende de la enseñanzas que queramos asimilar. Su modelación, esperemos más justa, sigue estando en manos de los hombres.
Por otro lado, mucho se ha hablado de la “Batalla Cultural”. Se ha dicho que quien la gane establecerá los parámetros del Nuevo Orden. Todos los adelantos científicos y tecnológicos estarán al servicio de los ganadores; de los que se impongan en la batalla por el pensamiento. Y no nos referimos, a una mera lucha o reclamo por la Libertad de expresión, ante el poder de las Corporaciones. Sino a algo más profundo e importante que eso. Al fin y al cabo, uno expresa lo que piensa y, si se ha ganado la batalla del Pensamiento, de los significados; la Libertad de expresión no configura ningún problema.
Y en medio de la pandemia del Covid, también hemos visto, una vez más, a los medios de comunicación masivos, con sus monopolios y su hegemonía “informativa”, ponerse al servicio de intereses inconfesables. La visualización de los hechos, cruda, dramática y real, no vino por la desarticulación de ese poder; sino en la forma de esta guerra natural. Ella fue la que desarticuló la mentira sistemática, estratégicamente organizada, para ganar las mentes del ciudadano
común.
Las desigualdades puestas a la vista, hicieron ver que ellas no son naturales ni producto del destino ni de la incapacidad de algunos sectores para superar las adversidades, ni un designio divino. Por el contrario – queda en claro – que ese Mundo del Individualismo, de la exaltación de “meritocracia”, la fatalidad de destino, es algo falso; y que objetivamente, como ideología, juega a favor de las minorías poderosas, que necesitan de las mayorías sometidas para prosperar. El mundo que viene después de la guerra será producto de la asimilación que hagamos de estas enseñanzas.