Por Lautaro Garcia Lucchesi
La manifestación del pueblo ecuatoriano de los últimos días no es un hecho menor. No sólo representa el rechazo popular a la decisión de Lenín Moreno de eliminar subsidios a los combustibles, lo cual tendría un impacto no menor en los precios así como tambíen generaría una pérdida de poder adquisitivo de las familias ecuatorianas, sino que representa también un rechazo a la cesión de soberanía de la política económica ecuatoriana al Fondo Monetario Internacional a cambio de unos míseros dólares.
Estos dólares no son más que la representación de la voluntad de los Estados Unidos de subordinar a los países sudamericanos, en un contexto internacional de disputa por la hegemonía mundial con la República Popular China. Las autoridades norteamericanas saben que el regreso de gobiernos populares a la región pondría en peligro sus planes, porque éstos no estarán dispuestos a enfrentar esta subordinación de forma pasiva, sino que intentarán desarrollar una política exterior soberana, en la cual China puede jugar un papel central como fuente alternativa de financiamiento del desarrollo de nuestros países. Y esto implicaría el ingreso de China a su “patio trasero”.
Con conocimiento de esto es que Estados Unidos intenta subyugarnos bajo su dominio, antes de que ese regreso suceda. Sin embargo, han cometido una equivocación. Pensaron que los pueblo sudamericanos iban a quedarse callados mientras sus gobiernos los entregaban. Y eso les costó caro.
Lo que Ecuador nos muestra es que, cuando el pueblo toma conciencia de su rol como actor político y se organiza, puede torcerle el brazo a cualquiera. Porque el poder real de los gobiernos no está en el dinero ni en las armas, está en la legitimidad que su pueblo le otorga. Y cuando el gobierno actúa contra los intereses del pueblo, siguiendo la fórmula de los jesuitas, el poder vuelve a estos últimos. Lenín Moreno tuvo suerte; si estuviéramos en tiempos de la Revolución Francesa, la situación no se hubiera subsanado con una simple rectificación en la quita de subsidios; hubiera rodado su cabeza.
Pero más allá de la situación particular del Ecuador, también es necesario hacer una lectura más amplia. Debemos entender que los tiempos históricos que estamos atravesando requieren de un pueblo activo, movilizado y autoconsciente de su poder y del rol que debe cumplir dentro de la política. El pueblo es el actor de transformación social por antonomasia.
Y las autoridades gubernamentales le responden a él, y sólo a él.
Por eso, esos gobiernos deben ratificar su legitimidad de origen en cada decisión que toman. Y cuando se equivocan, el pueblo se los debe hacer saber. Alberto Fernández ya lo expresó, en un encuentro con la juventud en el barrio de Chacarita: “si alguna vez me desvío, salgan a la calle y diganme ‘Alberto, esto no fue lo que nos prometiste’ ”.
La lucha no termina con el regreso de movimientos populares a los gobiernos de la región. Esto es sólo el comienzo. Estamos atravesando tiempos turbulentos, donde el pueblo tiene que estar al pie del cañón más que nunca porque, como dijo Salvador Allende en su último discurso, “la historia la hacen los pueblos”. Si no somos lo suficientemente contundentes, la reacción del otro lado puede ser fatal, como lo mostraron los ‘70.
No debemos dormirnos ni volver a un rol pasivo; debemos tomar el destino de nuestros países y de nuestra región en nuestras manos si queremos un futuro digno, con sociedades más justas y libres, donde todos los hombres y mujeres puedan dedicar su vida a cumplir sus sueños. Pues para eso estamos en esta tierra, para ser felices.
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