Por Silvano Pascuzzo. Difíciles momentos afronta la Patria, en éstos días. Luego de cuatro años de sistemático endeudamiento externo y destrucción del aparato productivo; seguidos de una pandemia global, que arrasó con miles de vidas; Argentina está viendo fracasar una experiencia política novedosa, original y dinámica, que a partir del 25 de mayo de 2003 consiguió enamorar y entusiasmar a miles de personas.
Sumido en la indefinición ideológica, la ausencia de claridad programática y cierta cobardía táctica, el Kirchnerismo está a punto de diluir su identidad, en el marco de un proceso que recuerda a los años 90, por el banal y monocorde discurso de los sectores dirigentes; y también, por su abyecta postración ante los poderes fácticos del capital concentrado y el sistema financiero.
Son cada vez más las voces – entre preocupadas y desesperanzadas – que advierten sobre éste triste fenómeno. Algunas –l las menos – confiando en que serán escuchadas; otras – la mayoría – seguras de la inevitabilidad del fracaso, y de un eventual retorno de la “Derecha”, acompañada de un “Pejotismo” domesticado. Los militantes se agitan, muchas veces en silencio, cansados y descreídos, ante las teorías fantásticamente enunciadas, de la “correlación de fuerzas adversas” y de la “unidad hasta que duela”; como únicos remedios posibles, ante el eventual “retorno de los malos”.
Los contextos, las pulsiones de un ambiente de época, no alcanzan para encubrir groseros errores tácticos. El Kirchnerismo, no pudo, no supo o no quiso construir, en sus años de predominio sobre la política argentina: “Poder Popular Organizado”. Fue – con la perspectiva que dan los años – exageradamente electoralista y liberal. Sus métodos de acción, siempre subordinaron lo social, a cálculos de superestructura y a urgencias de gestión. Consignas sobraron, pero cuadros comprometidos con transformaciones en el plano de lo local y territorial, escasearon de modo ostensible. Se careció de dirigentes legitimados en la base, munidos de prestigio y popularidad. Se apeló, para sustituirlos, a la proliferación de agrupaciones sectarias y endogámicamente orientadas; en vez de apostar por un gran espacio movimientista, anclado en la comunidad, con estructura abierta y flexible, tal y como recomendara el General Juan Domingo Perón, en sus años de exiliado, tras un costoso aprendizaje, sobre los daños que pueden hacer, el elitismo y la proliferación de entornos verticalistas.
Es de gran vació entonces, la sensación que muchos tenemos, ante una posible derrota electoral el 14 de noviembre. Aquel espíritu, otrora ilusionado y confiado, corre el riesgo de tornarse en pesimista, impotente y desesperanzado, si no se inicia desde ahora, la reconfiguración de un espacio, que ya no puede tener al frente, a los mismos personajes que lo han conducido hasta aquí. Hubo cuando menos negligencia, al dilapidar un capital humano de la magnitud del que se disponía en diciembre de 2015, al momento de dejar el Gobierno. Una minoría activa y luchadora, que supo resistir los embates más duros de sus enemigos, vino a encallar ante la pasividad y la tibieza demostradas por un oficialismo, que no desea seguir luchando, por las mismas cosas, por las que lo hiciera, años atrás. La derrota electoral no se convierte en derrota estratégica, mientras los que la sufren, no abandonan la batalla, con las herramientas – pocas o muchas – que tienen a mano.
Las fuerzas conservadoras y el Peronismo herbívoro y domesticado, van hacia una segura convergencia, que desean presentarnos como conveniente, natural y necesaria. Es la trampa del acuerdismo que acaba de dar sus últimos estertores en Europa, Estados Unidos y los países de América Latina, presentados por los voceros de los medios concentrados como paraísos de paz y desarrollo: Chile y Colombia. Una ultraderecha reaccionaria, racista y brutal, se abre paso – mientras tanto – en medio del descrédito de los políticos acusados por un sector considerable de la población, de ser los responsables de sus desventuras y desgracias. Todo en medio de una desigualdad creciente y una falta de conciencia colectiva, alarmante.
En los próximos dos años – que serán sin dudas decisivos – Argentina debe reconstruir su sociabilidad, apostando por el trabajo, la producción y una adecuada estrategia de inserción internacional. Y no podrá hacerlo sin una herramienta política de masas, que equilibre el seguro predominio de las derechas, con energías renovadas, metas reconfiguradas y métodos modernos. Hay aún millones de compatriotas dispuestos a acompañar algo así, si se les ofrece liderazgo y compromiso. El Kirchnerismo – a pesar de sus múltiples errores – puso en el escenario esa masa crítica, que desmovilizada y confundida, aún existe y tiene considerable peso, como para ser rápidamente reorganizada y dinamizada. En los 90 ese sector no existía, hoy sí. No es poco, pues constituye un punto de partida.
Porque vamos a repetirlo, los reveses electorales no son, ni mucho menos, el centro neurálgico de la política democrática. Existe, ante todo, la lucha por encontrar en el seno de las comunidades, un equilibrio de poderes entre los sectores dominantes – las élites - y las masas. Equilibrios que son por definición inestables y complejos, pero indispensables para que los derechos proclamados por el aparto jurídico del Estado, se cumplan y se hagan efectivos. Luego sobresale la organización de las bases, la generación de vínculos múltiples entre grupos y sectores, entre individuos y colectividades. Esa cohesión tras “normas y valores” que el Liberalismo Progresista tantas veces reclamó, y muy pocas ayudó a construir. Finalmente, una política pública orientada al desarrollo con trabajo, alta productividad, respeto al medio ambiente y garantías contra los abusos, la discriminación y la violencia. Todo eso es la Política; algo mucho más importante que la “competencia entre candidatos y el marcketing demagógico de las consultoras”.
Estuvimos varias veces en nuestra historia, cerca de ese ideal, de ese óptimo. Deseado y esperado por las mayorías. Existimos, estamos aún con energías para seguir adelante; y por eso, es que habrá que superar los obstáculos, empezando de nuevo, desde un lugar distinto. Organización, representatividad, legitimidad y coherencia, es lo que hoy nos falta. Programas viables y valores rectores de las conductas colectivas e individuales, es lo que necesitamos. Poder Popular y más Democracia, es el camino. Después del 14 de noviembre, pongamos manos a la obra, y pasemos la página.