Por Matías Slodky

Los acontecimientos ocurridos esta semana son, por lo menos, interesantes y algo melancólicos para la coalición peronista gobernante. En primer lugar, la agitación del fantasma de la 125 por los grandes especuladores sojeros y eternos dueños del suelo argentino, que buscan la desestabilización y demostración de poder hacia un gobierno que no lleva ni 90 días, pero que se atreve a subir apenas un 3% de presión impositiva a sus millonarias ganancias, para el beneficio de productores más pequeños. Y, de no ser por el quiebre de la mesa de enlace, hoy estarían cortando las rutas argentinas con mayor intensidad, en vez de cancelar la venta de granos y productos por unos días, aunque sin dejar de producir e incrementar sus cosechas; a fin de cuentas, solo siguen especulando.
En segunda instancia, la sorprendente reaparición de encuestas por medios cercanos ideológicamente al gobierno, sobre el índice de popularidad del presidente, reluciendo el incremento de su imagen positiva y la deflación de su imagen negativa, dando, de alguna manera, refuerzo a la idea de que este nuevo gobierno está destinado hacia todos los sectores de la Argentina, con la real capacidad de caminar por encima de la tan mencionada “grieta” y unir finalmente, como en una película de Disney, a todos los argentinos de una vez por todas.
Hablar de la grieta, como hecho novedoso en nuestro país, parece un insulto a la historia argentina. Las divisiones sociales y cosmovisiones de país son tan viejas, que se remontan a los albores de la Revolución de Mayo y nuestra independencia, desde morenistas y saavedristas o, posteriormente, rosistas o antirrosistas, unitarios o federales, mitristas o antimitristas. Hasta llegar al ‘45 y a la cosmovisión más moderna de la fractura social argentina entre Peronistas y antiperonistas, con un claro componente adicional: esta fractura fue mutando y evolucionando en el tiempo, en ocasiones con picos de extrema violencia y en otras oportunidades momentos de distinción de la misma, hasta llegar a los días que hoy transcurren.
Es claro que el peronismo, como movimiento nacional argentino del siglo XX, aún sigue dando de que hablar y, a pesar de sus agresiones feroces, sus errores y aciertos, continúa en pie, con acción central en nuestra historia. Como también sucede con el antiperonismo, el cual nació el mismo día que el peronismo, como contracara del movimiento nacional, y cuyo único motivo de
vida, que le ha permitido sobrevivir al devenir histórico, es la existencia del peronismo. Este antiperonismo mismo nació como oposición, pero nunca pudo concretar una proyección de país y suficiente unión detr{as un dirigente para despegarse y marcar paso propio. Claro, todo esto fue hasta el 2015, con su intento más exitoso que, sin lugar a dudas, fue el macrismo. La principal razón de esto es que llegó al poder de forma democrática y no como anteriores expresiones derechistas, de manera reaccionaria y golpista, más allá que el macrismo conserva esos elementos en su composición. Aunque no es justo para esta expresión de país relatar sus hechos de forma tan acotada y sencilla, debido a que su consolidación en el poder comenzó a nacer, al menos, una década antes su victoria.
Mauricio Macri, hijo del empresario Franco Macri, comenzó su carrera al poder como presidente del club Boca Juniors, en una gestión, por lo menos, muy recordada por la gran cantidad de títulos que ostentó el equipo. Macri, sin sorpresas, integró las filas del peronismo durante el gobierno de Menem: es más, para las elecciones de jefe de gobierno del año 2003, fue la gran figura del PJ porteño, con grandes apoyos dentro del menemismo, el duhaldismo, pero, por sobre todo, del cavallismo porteño, lo cual le abrió un camino más fácil a su inserción en la política. Mauricio compartía la idea de continuación y actualización post crisis del 2001 del sistema cavallista en la ciudad, casi como parte de “la juventud de Cavallo”; solo se necesita visualizar los nombres del primer macrismo para observar tal enunciado.
El macrismo compartió, al menos, un hecho con el floreciente, y ya en el poder, kirchnerismo: pudo salir beneficiado y articulado después de la crisis. Acto que, además, se observa en la búsqueda de despojarse del gurú del liberalismo Ricardo López Murphy -ex Ministro de economía del gobierno de la Alianza-. Pues sí, el primer macrismo fue una actualización liberal y aggiornada del peronismo menemista del 90´ en el ámbito local de la ciudad.
Macri encontró su primer pared con el progresismo centroizquierdista de Aníbal Ibarra, apoyado por el kirchnerismo y el partido de Elisa Carrió -algo impensado en estos tiempos-. Ibarra fue la viva imagen del modelo de progresista en esa época, aunque la gran tragedia de Cromañón en diciembre del 2004, acabó con su popularidad a tal punto de ser destituido de su cargo, acontecimiento que catapultó a Macri, con el nuevo partido (“Propuesta Republicana”) ya formado, a la jefatura de la ciudad en 2007, desechando a todos los partidos de centro derecha de la ciudad e independizándose del peronismo porteño, y también comiéndose vivo a todo el progresismo y centroizquierda de la ciudad, que hasta los días actuales no logra sacar cabeza
en dicho territorio.
Por otra parte, es más que importante el nuevo peronismo que se impuso a nivel nacional, el kirchnerismo, en las elecciones del 27 de abril de 2003. Donde, por apenas el 22% de los votos, el santacruceño Néstor Carlos Kirchner logró imponerse en los comicios tras el declive y abandono de Carlos Menem. Néstor heredó una situación alarmante, pues 22% era también el porcentaje de desempleados en el país, por lo que su estrategia fue la gran capacidad de liderazgo en él para construir legitimidad popular, al mismo tiempo que ordenaba y desarrollaba otro tipo de Estado, tanto en su visión como en las prioridades a atender. Durante su gestión, todos los indicadores sociales y económicos tuvieron resultados más que positivos, llevando al país a ostentar un crecimiento al ritmo de la pudiente China. Además de generar superávits en todos los sectores, derivó el eje central hacía la política de derechos humanos, la importancia de sus organizaciones y la reapertura de los juicios hacía las juntas militares. En un momento regional oportuno y de fuerte integración latinoamericana, ya que la gran mayoría de países pasó a exhibir gobiernos nacionales/populares de centroizquierda, dando vuelta la página a una hegemonía neoliberal en nuestra región.
Quizás el mayor desafío del gobierno en esta primera etapa no fue la deuda externa, el FMI, la pobreza o los problemas estructurales de la argentina, sino el monstruo al que tuvo que dar respuestas y comandar, el Partido Justicialista. Un gran menjunje de la vieja política erosionada, pero que poseía un gran y poderoso aparato que había que manejar o con el cual había que pactar, teniendo en cuenta la poca legitimidad que tenía su gobierno.
La primera “independencia” que tuvo, pero también representación propia, fue recién en 2005, donde el partido Frente para la Victoria en coalición del PJ logró imponerse en las elecciones legislativas con gran ventaja.
Posteriormente, en las elecciones del 2007, donde salió electa la actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, su esposo pasó a dirigir el gran PJ. La presidencia de Néstor Kirchner finalizó con una gran aprobación del 80%, algo más que inédito para un gobierno que buscó orden, crecimiento y legitimidad, oportuno para momentos de gran agitación a partir del 2008 en nuestro país.
El 2008, sin lugar a dudas, fue un año de ruptura y nuevas identidades. La crisis del capitalismo financiero global dio golpes duros a nuestra región y nación, pero que, afortunadamente, pudo sortear rápidamente y volver al camino del crecimiento “chino” al siguiente semestre. El verdadero quiebre, y eje central de esta nota, fue el conflicto con las patronales rurales, “la 125”.
Aquel acontecimiento marcó profundamente al gobierno, y generó una fuerte reacción opositora que logró mimetizarse con una parte de la sociedad argentina, el cual se bautizó como el antikirchnerismo de masas. Ya no mas 80% de imagen positiva, ya no más consenso y orden con todos los sectores.
Este proceso demostró y sacó a la luz a la vieja oligarquía nacional, que no permitiría ni por asomo una pequeña perdida a su poder y status quo, pero también salió a relucir el antiperonismo en la sociedad argentina, haciendo conciliar el reclamo de los grandes especuladores sojeros con el antiperonismo social que, por más de que no haya visto nunca una hectárea de soja cultivada, un silobolsa o ni siquiera ser propietario de su vivienda, pasaron a defender un reclamo que creían suyo, que los hace pertenecer y relucir su odio a lo “popular” a los que este sector, con el correr del tiempo, comenzó a llamar “planeros”, “negros”, “chori con coca” “populismo” y a su líder como “la yegua montonera”, o, como bien lo describe Martín Rodríguez y Pablo Touzon en su espléndido libro La grieta desnuda: “el comienzo del pueblo macrista, que nació antes que Macri. Una síntesis urbana inesperada: la ciudad que defiende al
campo.”
Naturalmente, lo mismo sucedió del otro lado: el gobierno kirchnerista experimentó una total transformación, producto de la creciente y propia legitimidad desde su llegada al poder. Sus votantes tomaron partido, se empoderaron y pasaron a ser militantes políticos de un gobierno que transformó esa militancia en vanguardia, yendo cada vez por más y tomando una identidad totalmente propia, un crack hacia su primera etapa. De ahora en más, el gobierno se atrevió a ser más confrontativo, en otras palabras, se vislumbró un gobierno populista-como los observables en la región-.
De aquí en más, el gobierno declinó la opción de una política de convencer y agradar a todos, radicalizó mucho más su posición y búsqueda de conquistas. Aun con el peso de la debilidad institucional que generó el conflicto con las patronales rurales y la nueva oposición de masas, que recalibró su discurso antipolítico y anti estado.
La próxima debilidad se observó en el nacimiento del macrismo y Cambiemos como posibilidad nacional, las elecciones legislativas del 2009, que arrojaron la derrota del kirchnerismo y, por supuesto, la victoria de la oposición compuesta por Francisco de Narváez, Macri y el actual canciller Felipe Solá, comandados por el gurú Durán Barba. La elección llevó a pensar la posibilidad de un gobierno nuevo, uno sin peronismo en el poder, pero para eso el macrismo necesitaba más aliados y más grieta. Aquí, Durán Barba comenzó a entender que la división del oficialismo, en conjunto con su confrontación y demonización, era la artillería pesada que lo llevaría a ser una máquina electoral.
El gobierno, de a poco, encontró más enemigos, a pesar de su demostración impactante de legitimidad en las elecciones presidenciales del 2011, donde Cristina Kirchner fue reelecta con el 54% de los votos. El grupo Clarín, la ley de medios y el periodismo de guerra originó un ciclo extremadamente conflictivo, donde el medio de Héctor Magnetto utilizó todas sus herramientas, desde el “Lawfare”, las fake news y su influencia, para ganar este conflicto.
El otro conflicto fue dentro del gobierno. Varios dirigentes, gobernadores e intendentes decidieron desprenderse del kirchnerismo. Cristina tuvo siempre discrepancias y falta de asignación de un rol concreto al PJ, lo que provocó divisiones importantes en todo el partido con el kirchnerismo. Sergio Massa fue el exponente de esta disruptiva, acto visible en las elecciones del 2013 donde alcanzó la victoria con su propio partido. Sin lugar a dudas, el gobierno sufrió mucho este proceso, visible en la elección de candidatos, de manera apresurada, para las elecciones presidenciales de 2015, donde el peronismo llegó totalmente dividido: por un lado el núcleo duro del cristinismo kirchnerista, el massismo por otro lado, y restos del PJ en la figura de Daniel Scioli.
Y, del otro lado, la alianza Cambiemos totalmente reforzada, que logró unir en matrimonio a su partido con el antiperonismo de la sociedad civil, reforzando la grieta y la confrontación más que nunca y, a su vez, poniendo al radicalismo a su servidumbre. Haciendo un gran partido de derecha, organizado y seductor con un discurso que, además de falacias, nunca propuso construir nada. Pero, en su pensamiento, existía una noción de país, basada en la desigualdad, la concentración y mantención de privilegios. Una fuerte política “científica”, o compatible con una economía de mercado, al frente de Duran Barba y Marcos Peña que logró, a su vez, posicionar a María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires y al sucesor en la ciudad, Horacio Rodríguez
Larreta.
A fin de cuentas, el macrismo cayó como subió, sin construir absolutamente nada, solo destruir y mantenerse en la profundización de la grieta y la confrontación, pero organizando y dando fuerza a sectores que pregonan el odio y el antiperonismo.
Hecho que me remite a lo enunciado en el primer párrafo, sobre los sectores que se remontan al conflicto de la 125, aquellos que no buscan una visión de país que incluya y construya, sino una que especule y se funde en la mantención del privilegio de unos pocos. Sería un grave error del gobierno actual, a raíz de los hechos, mantener la idea de que esos sectores buscan cerrar la grieta y edificar un “todos” como edificaba en su campaña el presidente Alberto Fernández, puesto que también sería un mal déjà vu - que contrajo problemas en el pasado - aspirar a una aprobación de toda la sociedad argentina.
El antiperonismo en la sociedad civil seguirá siendo parte la realidad nacional, y sectores de la elite preferirán mantener sus privilegios, aunque se le prometa cualquier beneficio. Sería ingenuo pensar lo contrario, ya que no sucede solo en nuestro país,sino que es algo que se observa a lo ancho del mundo, “las elites vs el pueblo”.
Debemos destacar también que el peronismo seguirá siendo actor central de la historia argentina; el macrismo ya ha demostrado su error, creyendo que sería capaz de superarlo y desterrarlo del imaginario colectivo -casi como Aramburu en el 55-. ¿La razón? Creyó más en el marketing y la política del siglo XXI (Big data) y en su máquina de ganar elecciones que en la historia, en los símbolos colectivos y en el poder real del peronismo para transformarse y empoderar a la población que sufrió, una y otra vez, políticas y medidas antipopulares, ajustes, devaluaciones, pobreza, desempleo y pérdida real de su salario. La visión ahistórica y de rechazo a la misma lo ha llevado a su crisis.
Es tiempo de que los dirigentes sean conscientes de esto. No vaya a ser que se decepcione al propio electorado, por la única razón de cerrar algo que es más longevo que nuestra historia.