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La Dictadura Genocida. Objetivos y Resultados. Cambios Económicos y Culturales

Por Jorge Osvaldo Furman

El texto que presentamos es parte de una ponencia presentada por el autor y por nuestro Director, Silvano Pascuzzo, al Congreso Nacional de Ciencia Política; organizado por la Sociedad Argentina de Ciencia Política (SAAP), en Noviembre de 2001, en Río Cuarto, Provincia de Córdoba: La Argentina y Sudamérica, Frente al Desafío de la Mundialización.

Nota: Las consideraciones vertidas al final del presente artículo, son parte de una evaluación realizada hace casi dos décadas atrás; y por eso, no tiene en cuenta al proceso kirchnerista y sus consecuencias. Aunque a la luz de los hechos recientes, las líneas que siguen recobran actualidad; sobre todo ante la tibieza y la excesiva moderación mostrada por esta nueva etapa de gobierno peronista, encarnada por el Frente de Todos.

Visto en perspectiva, desde la realidad actual, nos parece que la Dictadura Cívico Militar Genocida sufrió, entre 1982 y 1983, una clara derrota política; pero, a la vez, gracias al enorme impacto que produjeron el terror y los cambios implementados en la cultura y en la economía, se puede concluir que, en estos campos, consiguió una inocultable victoria. Porque el Pueblo argentino fue el conejillo de indias del Régimen. José Alfredo Martínez de Hoz y Jorge Rafael Videla, conformaron la dupla fatalmente necesaria que marcó, desde lo económico y lo político, el perfil histórico de la Dictadura. El primero fue un fiel representante de la oligarquía ganadera de finales del siglo XIX, convertido en burguesía industrial a mediados del XX, claramente comprometida con el anti peronismo militante, desde 1945. Formado en la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, en los Estados Unidos, intentó dirigir el Palacio de Hacienda, bajo dos premisas muy claras: destruir la estructura económica edificada por el Justicialismo hasta 1955, y desarrollar un plan que, en sus fundamentos, buscaba poner en práctica la visión monetarista del neo conservadurismo anglosajón, por entonces de moda en muchos centros académicos del hemisferio norte. El segundo, circunspecto, serio, reservado y profesionalita, expresaba el sentir predominante de la institución militar; profundamente católico, anticomunista, convencido e identificado con el anti populismo de los jefes de la facción colorada del Ejército, a partir de 1963.

Así, cuando llegue 1980, estarán dadas las condiciones y dispuestos los actores para intentar lo imposible: regresar a la Argentina a los tiempos del Roquismo. El Proceso de Reorganización Nacional, desde su nombre hasta sus actos, se afanará por identificar su modelo de país, con el elaborado y plasmado por la Generación del ‘37, fundadora del Estado Moderno en el país. Esto fue algo inimaginable para los que, desde el campo intelectual, intentaron por entonces descubrir las motivaciones de los jefes militares y los hombres de negocio, que pergeñaron y dirigieron la Dictadura. Pensaron, ingenuamente, que la “Seguridad” era la preocupación principal, sin descifrar el objetivo último y más importante que los movía a matar, secuestrar y torturar: cambiar la Argentina desde sus bases, eliminando todo rastro de una cultura política que consideraban la causante de la crisis iniciada en 1955. Por eso, mientras el Roquismo deseaba cambiar la población del país, para producir la modernización que juzgaba inevitable y deseable; los líderes de la Dictadura intentaron achicar el número de argentinos participantes en la vida económica y política, con el fin de producir los cambios estructurales que creían imprescindibles, para terminar con la herencia dejada por tres décadas de Peronismo. Cuando, en 1860-1880, se buscó eliminar al gaucho y al indio, por considerarlos agentes del atraso; nunca se pensó que, un siglo después, los herederos del poder oligárquico buscarían lo mismo: la aniquilación, violenta y total, de los agentes históricos del legado justicialista.

Lo que hoy estamos viviendo, cobra así un sentido muy claro. El escenario actual es la consecuencia exitosa de aquel designio purificador de la Dictadura. Si la intención de Martínez de Hoz hubiese sido solamente reconstruir la Argentina agro exportadora, a través de la internacionalización de los resortes principales de la producción y el comercio; podríamos estar hablando de un fracaso evidente, pues no pudo regresar a la era de las vacas gordas y los pueblos flacos. Pero sí le adjudicamos una victoria, en la tarea de transformar culturalmente las conciencias del Pueblo, derribando las barreras que se oponían a los designios misionales de las Fuerzas Armadas y sus socios civiles. Allí, el éxito salta a la vista. El país se ha integrado a la Globalización Capitalista, de la peor manera posible; ni con el estilo del Peronismo de los ‘40 y los ‘50, ni del modo en que lo soñaba ese claro representante del patriciado criollo que fuera Martínez de Hoz; sino de manera errática y ambigua. Y puede concluirse que allí está el peor legado de la Dictadura: la imposibilidad actual de la Nación, para elegir los caminos más convenientes de inserción en la actual etapa de la Historia Mundial.

El programa de Martínez de Hoz era solamente monetario, porque perseguía el fin de hacer más rentable los saldos de exportación, beneficiando de esta manera, al sector de la burguesía terrateniente. Sin embargo, el resultado de la Reforma Financiera de 1977 terminaría consolidando al único grupo con capacidad de inserción autónoma en el mundo posterior a la crisis petrolera de 1972 y 1973: el mercado financiero local y trasnacional, que, mediante el endeudamiento público y privado, logró hacer la diferencia en un período muy corto de tiempo; descapitalizando tanto al Estado, como a las empresas productivas industriales, e inclusive a las pequeñas y medianas del sector agrícola ganadero. La apertura indiscriminada de la economía y el abultado gasto en armamento para pelear con Chile primero, y con Gran Bretaña después; terminaron creando, en 1982, el escenario adecuado para la caída vertiginosa de la Dictadura, tras la derrota de Malvinas y la explosión de la crisis especulativa en México.

En síntesis: la Dictadura buscó y consiguió un cambio definitivo y total en las bases culturales de la Argentina; y debilitó los engranajes económicos de la peronista. Quiso, y en gran parte lo logró, demoler la Argentina industrial y la sociedad del bienestar, surgida en 1930; empujando a la Nación, hacia un soñado retorno a los años finales del siglo XIX. Que ese objetivo se haya consumado a medias, es el resultado de la torpeza política de los agentes del gobierno militar y del avance de la mundialización, que puso límites objetivos a esa quimera. Pero también hay que decir que, su perduración hasta hoy, es responsabilidad de una clase política que, desde 1983, ha administrado los destinos del país, de modo irresponsable y desatinado. Muchos de los aspectos más crudos de la etapa militar, volvieron a repetirse en el campo económico y social, porque no se intentó, en los últimos veinte años, un cambio de dirección que nos colocara en mejores condiciones de participación en los mercados mundiales globalizados. De los retos futuros que tenemos por delante, y de la necesidad de una transformación del modelo estratégico para una Argentina distinta en el siglo XXI, vamos a ocuparnos a continuación.

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