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La Agonía de Nuestras Ilusiones

Por Silvano Pascuzzo

El escenario político argentino se ha manifestado, finalmente, como realmente es: binario y dual. No muestra espacios para una tercera alternativa, tanto a la derecha como a la izquierda; al menos, por ahora. El Peronismo – hace mucho tiempo sin identidad ni doctrina propias – se había expresado, desde 2003, a través del Kirchnerismo; aunque, hay que decirlo, su polimorfismo lo mostraba presente en otras expresiones electorales y políticas. Pero, como ya lo manifestáramos varias veces en Koinón, al dar forma al Frente de Todos, éste abandonó sus banderas de lucha y sus objetivos estratégicos, para sustituirlos por una letanía de generalidades que, en la práctica, han devenido en resultados efectivamente pobres.


El Macrismo tampoco expresa ya las expectativas y aspiraciones de los sectores dominantes como bloque. Estos han pactado, incluso con el Kirchnerismo, un acuerdo de gobernabilidad, teniendo como interlocutor válido, nada más ni nada menos, que al hijo mayor de la ex Presidenta. Incluso, Cristina Fernández les puso sobre aviso a sus seguidores, anunciando la inexorabilidad del cambio de rumbo; y ahora, a resultas de ello, vemos – en nuestro caso ya sin sorpresas – la concreción del pliego de condiciones abyectamente aceptado; disimulada por iniciativas pseudo progresistas, como la Ley de Interrupción del Embarazo y el mal llamado “Impuesto a los Ricos”.


En medio de las tormentas huracanadas que han provocado el COVID 19 y la crisis global derivada de él; el oficialismo se mueve y toma decisiones de un modo errático. Es culposo, porque está fácticamente impedido de girar a la derecha, como lo hiciera Carlos Menem en 1989; pero con la excusa de la Unidad, han adquirido relevancia personajes que ya no tenían peso alguno en la política nacional, o que, de fracaso en fracaso, se aferraban a la poca capacidad de impedir al Kirchnerismo consolidarse; como es el caso de Sergio Massa, Felipe Solá o del mismo Presidente de la República.


Como señalara Horacio Verbitsky hace unos días, el velatorio del máximo ídolo popular de la Historia Argentina, puso de manifiesto el abismo que hay entre el Pueblo – el sujeto colectivo – y los dirigentes políticos y sociales. Un abismo que es la nota dominante en todo el Mundo, desde hace años, y que Néstor Kirchner disimulara con su fuerza y su coraje, entre 2003 y 2010. Las personas de a pie – trabajadores, empleados, desocupados –, en su gran mayoría, no se encuentran contenidos por las estructuras partidarias y sindicales; las que, vaciadas de contenido, endogámicas y cerradas, son apenas el refugio de una dirigencia cómplice y cobarde.


Las derechas reaccionarias pueden eventualmente encontrar espacio para su crecimiento, en medio de la claudicación de los referentes más importantes del nacionalismo popular. En Argentina, el Progresismo – o sea el anti peronismo de centroizquierda – ha permitido, en pocos meses, la disolución de una identidad combativa y plebeya, coparticipando alborozado en la erección de un contubernio que busca ofrecer a los votantes, una falsa opción, entre dos candidatos liberales: Horacio Rodríguez Larreta y Sergio Massa. Un triste epílogo para una experiencia maravillosa, que cautivó a miles con su rebeldía.


Es también un dato significativo el debilitamiento de la “herramienta política” que nos expresara durante casi dos décadas. La credibilidad en duda de muchos referentes importantes del campo popular, junto a los acuerdos tejidos a espaldas de la población, entre gallos y medias noches, con empresarios y comunicadores, que hasta ayer se decía combatir; inutiliza y dilapida el capital político propio, en beneficio de los sectores más retrógrados del Peronismo y de una caterva de delirantes izquierdistas, de escasa representatividad popular.


Sería absurdo haber pretendido, después de años de retroceso, grandes transformaciones, en medio de un contexto internacional desfavorable y con una Región desunida y dominada por el Conservadurismo. Pero sí hubiese sido deseable otra perspectiva sobre el país, distinta a este insípido discurso de armonía, paz y amor, con el que se intentan tapar claudicaciones y pactos inconfesables. Ya es tiempo de ir clausurando el discurso sobre la correlación negativa de fuerzas, porque el principal gestor de la misma, es el propio Gobierno.


Lo cierto es que corremos el riesgo de ver aparecer un rechazo generalizado de los electores propios hacia el Peronismo; a raíz de la poca claridad y las ambigüedades de sus caudillos. Al no poder patentizar, en los hechos, un camino distinto, cabe la posibilidad de que se termine naufragando en el arrecife de la mera ritualización del folklore justicialista, y en la reducción de la militancia a una experiencia meramente protocolar, de cotillón. Un proceso que, desde 2010, se viene acelerando, tanto en su ritmo como en su profundidad.


Los tiempos que se avecinan serán, seguramente, lúgubres. Muchos seguirán atados al carro del oficialismo, por mera conveniencia, cálculo o especulación electoral; y también, claro está, por Fe y convicción. Nos espera, probablemente, un camino en soledad. Pero tenemos que seguir adelante, militando con todas nuestras energías, por el acortamiento de la agonía de nuestras ilusiones; como única opción válida, frente a la imprudencia, la resignación o el desencanto.


 
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