Por Silvano Pascuzzo
En las últimas semanas, se han oído múltiples críticas al desempeño del Gobierno Nacional. No es raro que esto ocurra en una Democracia. No deberíamos alarmarnos, ni extrañarnos, de que sectores diversos, con intereses contradictorios, presionen en pos de sus objetivos, a través de la prensa y los medios masivos de comunicación. Es parte de la naturaleza de las cosas, y de la lógica del Poder fragmentado de las sociedades contemporáneas.
Pero sí vale la pena reflexionar sobre algunos diagnósticos que el Gobierno tiene – o dice tener – sobre la coyuntura, que representan una divisoria de aguas, incluso dentro de las filas de sus propios partidarios. Nos referimos al tema de los “presos políticos” del Macrismo y la necesidad de su pronta liberación. Acaso el debate que siguiera a las declaraciones del Jefe de Gabinete Santiago Cafiero, denota la complejidad de gobernar la Argentina en un contexto como el actual; y las tensiones de una coalición que puso todos sus esfuerzos – públicos y privados– en la derrota electoral de la Derecha, más que en la definición precisa de un programa articulado e integral.
El asunto es que – como muchos descubren ahora – el problema de las crisis recurrentes del Capitalismo y la Democracia en la Argentina, no está necesariamente vinculado a personas y sectores específicos. Es, por definición, un asunto espinoso, intrincado y lleno de contradicciones. Los beneficiarios y cómplices del Neoliberalismo no se encuentran solamente fuera del Movimiento Nacional; también operan y han operado dentro del mismo.
No parece entonces extraño que la desarticulación de dichas complicidades, genere tensiones y conflictos en el Gobierno; porque no todos los que lo componen comprenden, ni quieren comprender, la necesidad imperiosa de desmontar los mecanismos que, sobre el Estado y la sociedad, han operado para la plasmación de un escenario de restricciones externas e internas, a la participación de las mayorías en la toma de decisiones públicas. Evidentemente, algunos no creen que la Justicia, los medios concentrados y la City sean un poder hegemónico digno de ser desmantelado. Aspiran, apenas, a cogobernar con él, en buenos y amigables términos.
No debemos ser hipócritas. La discusión sobre la situación de los compañeros detenidos ilegalmente por la Derecha, explicita proyectos distintos, aunque no necesariamente antagónicos. Claramente, estamos lo que pensamos que ciertos convencionalismos institucionalistas, no deben impedir avanzar en el camino de la desarticulación del entramado de poder erigido por la Dictadura a finales de los años ‘70; y también están quienes aspiran a administrar los resquicios escasos que ese mismo esquema permite, para el funcionamiento formal de una democracia restrictiva y de baja intensidad. En un Frente, es lógico y natural que ambas visiones coexistan, en medio de tensos e inestables equilibrios.
Ahora bien, al mismo tiempo, hay que resaltar que los liderazgos deben “conducir y persuadir a todos”, tal y como nos lo enseñara Juan D. Perón (1895-1973); y que sus detentadores circunstanciales no deben, ni pueden, perderse en intrincadas discusiones. Lo que cuentan son los actos, las acciones y, sobre todo, las orientaciones de mediano y largo plazo que deciden emprender. La reforma del Sistema Judicial fue el eje del discurso de asunción de Alberto Fernández en Diciembre de 2019. Y su puesta en marcha, algo más que una promesa: es una necesidad irrecusable. Con estos magistrados y estos mecanismos, el Poder Judicial es incompatible con una Democracia moderna.
En consecuencia, lo preocupante no son los debates y el intercambio de opiniones, sino los discursos demasiado barrocos y las demoras en la toma de decisiones cruciales. La agenda la pone el Estado pero, una vez que la fija, la condición primordial de su éxito está en la hondura y la profundidad efectiva de sus actos, de sus acciones concretas. Necesitamos hechos, más que reflexiones.
Y acaso, en los “apresurados”, esa sea la razón esencial de sus críticas. Y, en los “retardatarios”, la secreta manifestación de sus aspiraciones conservadoras. Nosotros queremos poner de manifiesto, entonces, la necesidad de que, en medio de las diferencias, sean toleradas todas las presiones y todas las manifestaciones, aunque parezcan contradictorias e incluso, en un punto, irreconciliables. El silencio y la tolerancia excesivas, la falta de coraje y un realismo posibilista plagado de excusas y justificaciones anodinas y escolásticas, puede ser tan pernicioso como un error estratégico de fondo. Hay que hacer en Política; porque el tiempo, es una variable crítica. Convencer a todos será imposible, pero lo imperdonable sería no convencer a ninguno.
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