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Jackson y Trump

Por Lautaro Garcia Lucchesi

Mientras avanza el conteo de los votos en las elecciones presidenciales norteamericanas, la élite globalista de ese país se exaspera ante la posibilidad de un segundo mandato de Donald Trump. Pero el actual presidente norteamericano no es el primero en su especie; los Estados Unidos tienen en Andrew Jackson un precursor de muchas de las ideas y estilo que ha adoptado Trump.

No tan conocido fuera de los Estados Unidos, Andrew Jackson fue un militar norteamericano que ocupó la Presidencia entre 1829 y 1837. Además de ser un renombrado hacendado y de haber participado en la Guerra de Independencia como mensajero, su salto a la fama se produjo durante la guerra contra Inglaterra de 1812.


Durante dicho conflicto, Jackson fue protagonista en dos episodios. En primer lugar, aplastó un intento de rebelión de la tribu Creek, que había asesinado a 400 colonos en lo que se conoció como la Masacre de Fort Mims. Esa masacre originó una campaña contra dicha tribu, liderada por Andrew Jackson y compuesta por fuerzas de la milicia de Tennessee, miembros del Ejército regular norteamericano y guerreros de las tribus Cherokee, Choctaw y Muscoges. Los Creek serían derrotados y despojados de poco más de 89.000 metros cuadrados de territorio, en lo que hoy son los estados de Georgia y Alabama.

En segundo lugar, Jackson comandó las tropas norteamericanas en la Batalla de Nueva Orleans contra las tropas inglesas, suceso ocurrido el 8 de enero de 1815. Aquí, Jackson se hizo cargo de la defensa, comandando a milicianos de diferentes lugares, conformando una fuerza de 5000 hombres que derrotaron a las 7000 tropas inglesas. Estos dos hechos le brindaron no sólo una gran popularidad, sino también el apodo de “Viejo Nogal” (Old Hickory en inglés), porque en la batalla era duro como la madera de ese árbol.

Habiendo sido saboteada su candidatura a la presidencia de su país para las elecciones de 1824, llegó al sillón presidencial en 1828, luego de 4 años de dura campaña en contra del presidente Adams. Su victoria fue absoluta: obtuvo 178 electores contra 83 de Adams. Jackson era la personificación del “espíritu de la frontera”, de los “pioneers”. “Los nuevos votantes de los antiguos estados se volcaron instintivamente hacia él como hacia el ‘hombre del pueblo’, prefiriéndolo a los ejercitados estadistas de la vieja escuela”1; relaciónelo con el hartazgo con el establishment norteamericano profesado en las elecciones de 2016.

Como representante de la joven democracia del Oeste del país, Jackson era la personificación del norteamericano típico de esa región: individualista, creyente en la capacidad del hombre común, odiador de todos los privilegios y nacionalista. Su nacionalismo tenía un doble origen: por un lado, al provenir de familias inmigrantes, eran agradecidos y leales para con un Estado central que les había permitido adquirir tierras en términos liberales y les había garantizado derechos totales de gobierno propio mediante su incorporación a la Unión; por otro lado, ese sentido nacional estaba atado a un sentido de dependencia con una administración central capaz de llevar a cabo los onerosos trabajos públicos que los estados particulares no podían llevar adelante, y para con una legislación que les preparó los mercados internos para el consumo de su producción agrícola.

Este nacionalismo atemperaba su individualismo, generando un espíritu de cooperación práctica con el gobierno, especialmente en aquellas áreas que estuvieran fuera del alcance privado.

Siempre consciente del principio de que el gobierno estaba al servicio del pueblo, el triunfo de Jackson significó una democratización de la administración pública, terminando con una aristocracia burocrática anquilosada en la administración central, que se había apropiado de los cargos públicos y se había olvidado de a quién debían servir.

Durante su presidencia se desarrollaron varias disputas, de diversa índole; aquí abordaremos solamente dos, que reconocemos como buenos ejemplos de la impronta que Jackson le impuso a su gobierno.

En primer lugar, tenemos el conflicto alrededor de la naturaleza de la Unión. Lo que se puso en disputa en esta ocasión fueron las medidas proteccionistas instaladas por gobiernos afines a los industriales del Norte del país, particularmente los altos aranceles aduaneros, que facilitaban su desarrollo, en detrimento de los intereses de los estados del Sur, productores de materias primas. El vicepresidente de Jackson, John Calhoun, era un representante de los intereses del Sur, y veía una oportunidad para imponer sus reclamos, en un contexto donde el campesinado del Oeste se había separado de los manufactureros del Este (estos últimos apoyaron al candidato derrotado, Adams). Como Calhoun era vicepresidente, el encargado de llevar estos reclamos al Senado fue Robert Hayes, que se enfrentó contra David Webster, un gran constitucionalista de la época.

Hayes condenaba la tendencia hacia el unitarismo y, especialmente, el uso del poder federal para imponer egoístas beneficios regionales, por eso proponía que los estados pudieran cuidarse frente a la intromisión del poder federal. Por su parte, Webster atacó los argumentos constitucionales de Hayes: negó que la Unión surgiese de un contrato entre los estados, ya que este contrato es suscrito por todos los habitantes del territorio y, por lo tanto, el Gobierno Federal no puede estar subordinado a los estados particulares; las disputas entre el Gobierno central y los estados particulares no podían ser dirimidos unilateralmente por una de las partes, sino que era el poder judicial el encargado de dirimir estas cuestiones; asimismo, Wesbter sostuvo que lo que Hayes dejaba entrever era impracticable, pues si cada estado podía hacer su propia interpretación de la Constitución y decidir si aplicar o no aranceles aduaneros, la Unión se transformaría en un conjunto de estados individuales con facultad de decidir por sí mismos pero sin autoridad para obligar a los demás.

Este debate es la base de la disputa entre el Norte y el Sur de los Estados Unidos, el cual derivaría en la guerra civil de 1861-1865.

El Presidente Jackson se pronunció a favor del Gobierno Central y de las tarifas aduaneras (aunque era partidario de unos aranceles más “moderados”), apoyando los argumentos de Webster, lo que llevó a la ruptura con Calhoun y el ascenso de Martin Van Buren a la vicepresidencia.

En segundo lugar, tenemos la controversia respecto a los bancos. Como lo reconocen Hockett y Schlesinger (1954):

El pueblo en general desconfiaba de los bancos, pues en todas partes eran creados por leyes especiales de las legislaturas, frecuentemente como premio a servicios prestados al partido oficial o por razones semejantes. Además, instituciones fundadas bajo tales auspicios estaban propensas a carecer de la fiscalización necesaria que asegurase su solvencia. Si a esto se agrega la imperiosa necesidad de dinero que tenían los colonos del Oeste para construir caminos, adquirir herramientas y mejorar sus inmuebles, se podrá entender el por qué los bancos prestaban liberalmente recurriendo a la emisión desenfrenada de papel moneda y empleando toda clase de arbitrios desordenados. Los concordatos y las quiebras eran frecuentes, con grave daño para la comunidad, especialmente para los campesinos, asalariados y otros pobres cuyos bolsillos se encontraban llenos de esos papeles desvalorizados”2.

Los sectores populares veían con malos ojos al Banco de los Estados Unidos, ya que, a pesar de ser una institución oficial, actuaba como un emprendimiento privado, que tenía el monopolio principal del país, privilegio que, como ya hemos visto, el común de las personas rechazaba; y Jackson no era la excepción.

En su primer mensaje al Congreso, el nuevo presidente propuso que el poder legislativo tratara la expiración de los estatutos de dicho banco; expiración que se daría en 1836. Jackson propuso reemplazar dicho banco por otro con poderes limitados, que fuera una dependencia del poder federal y que tuviera, entre sus atributos, el manejo de los fondos públicos. Este proyecto recién alcanzaría forma durante la posterior presidencia de Van Buren.

Al aproximarse las elecciones de 1832, el presidente del banco, Nicholas Biddle, en connivencia con los opositores a Jackson, solicitó la renovación de la concesión, suponiendo que Jackson no se animaría a pagar el costo político de vetar dicha solicitud en un contexto electoral. Asimismo, para garantizar el triunfo de su “conspiración”, Biddle había otorgado grandes préstamos a los editores de aquellos periódicos que se oponían al banco, para unificar a toda la opinión pública en su favor. Asimismo, también eran varios los legisladores que habían sido beneficiados con jugosos préstamos.

La solicitud de prórroga se efectuó a comienzos de dicho año y, el 3 de julio, el Congreso sancionó la ley que permitía la prórroga de la concesión. A Jackson no le tembló el pulso. El 10 de julio vetó la ley, argumentando que estaba en contra de cualquier legislación que hiciera al rico más rico, y al poderoso más poderoso.

Biddle y la oposición creyeron haber logrado su objetivo; nada más equivocado. Jackson recibiría 219 electores, contra apenas 49 de su principal competidor, Henry Clay.

Si reemplazamos el prestigio militar de Jackson por el prestigio del “self-made man” de Donald Trump, tenemos un arquetipo de líder muy similar, con algunas diferencias particulares, propias del tiempo transcurrido que separa a uno de otro. Por esto, si observamos el mapa que muestra la distribución de los votos en las reciente elecciones norteamericanas, no debe sorprendernos que Trump haya obtenido la mayoría de sus votos de la población del interior profundo de dicho país, en estados como Wyoming, Nebraska, Kansas, Missouri o Iowa, entre otros; y que Biden haya obtenido la mayoría de sus votos en los estados costeros del país.

Más allá del resultado electoral, lo relevante es no interpretar a Trump como un ente extraño a la realidad norteamericana, sino como un arquetipo de líder que surge frente a un cansancio del pueblo norteamericano a determinadas situaciones. Y si Biden repite las mismas políticas que las administraciones norteamericanas previas a Trump llevaron adelante, es probable que Trump, o algún otro personaje con el mismo perfil, continúe existiendo en la realidad política de ese país.

Referencias

1- Hockett, H.C. y Schlesinger, A.M. (1954). “Evolución política y social de los Estados Unidos”. Kraft.

2- Ibidem.

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