Por Gonzalo Cueto
La pandemia sigue azotando a todo el mundo, pero ahora con mayor fuerza a los países europeos y los de América del Sur. La segunda ola, ya es un hecho entre nosotros y la provisión de las vacunas es un tema de seguridad sanitaria para cualquier país del mundo, eso lo demuestra el acopio de algunos países y la desesperación de conseguirlas de otros.
Aztraseneca, una de las vacunas mas proclamadas y difundidas por los medios de comunicación al principio, hoy parece haber tocado fondo con sus problemas y efectos secundarios y están apostando a un cambio de nombre, para poder retomar el camino perdido.
Los proveedores de vacunas no solo incumplen los contratos, sino que además exigen un pago por adelantado y a pesar de esto, las vacunas no llegan para enfrentar la segunda ola que evidentemente en América del Sur está haciendo más daño que nunca. Las cuarentenas y los cierres de los negocios considerados no esenciales como las restricciones a las actividades sociales ponen en peligro nuevamente la presencialidad en las escuelas y las consecuencias que esto acarrea, tanto en lo emocional como lo cognitivo en las jóvenes generaciones. Se vuelve a plantear la necesidad del Estado presente, pero ahora sobre la calidad y los objetivos tanto en la salud como en la educación.
En cuanto al escenario global, la política exterior que lleva adelante la administración Biden, no deja de ser lo que muchos analistas creían, ya que busca nuevamente un posicionamiento de EEUU frente a un mundo cambiante, sin embargo, considerando que las estrategias de Rusia y China (en materia internacional sigan siendo similares) el gobierno estadounidense se ve obligado a continuar en la misma línea de las políticas de Trump. Pero nada volverá a ser como antes, el mundo cambió y ahora no hay una sola potencia son muchas y parecería que el espíritu del mundo como dijese Hegel se posará sobre Asia y los distintos países que lo componen.
Ante este escenario incierto, las relaciones entre China y Rusia comenzaron nuevamente un camino de acercamiento que se viene plasmando en distintas actividades, como el desarrollo de una internet independiente, la consolidación de una moneda digital para el comercio y sobre todo, el desarrollo de la tecnología que dominará las próximas décadas como es el 5G y la respuesta sanitaria para enfrentar posibles pandemias. Por último, hace días atrás ambos países realizaron una declaración conjunta en la que instaron a los estados occidentales a renunciar a la mentalidad de suma cero y dejar de interferir en los asuntos internos de cada estado, al mismo tiempo que prometieron defender los mecanismos multilaterales en medio de las tensiones entre EEUU y la Unión Europea.
"Hacemos un llamado a las potencias mundiales, en primer lugar, a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, para fortalecer la confianza mutua y actuar como la vanguardia de los defensores del derecho internacional y el orden mundial basado en él. En el contexto de la creciente turbulencia política global, es particularmente necesario convocar una cumbre de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU para establecer un diálogo directo entre ellos sobre formas de resolver problemas comunes de la humanidad en interés de mantener la estabilidad global”.
Mientras tanto, el despliegue militar en Ucrania pone en alerta a todo el mundo, ya que involucra a Rusia, EE.UU, Europa y Turquía. Se teme que el ejército ruso invada Donbass, a pesar de las declaraciones del portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, que dijo “...Por supuesto nadie va avanzar hacia una guerra, y nadie acepta la posibilidad de una guerra así.” Del otro lado, Ucrania, lo ve de un modo completamente diferente, ya que considera a Rusia un “estado agresor” ́por la anexión de la Península de Crimea en 2014 y su apoyo a los rebeldes pro rusos en Donbass. Por el lado de la OTAN, Gran Bretaña, EE.UU y Alemania ven con preocupación el despliegue militar, y a último momento, Biden se comunica con Putin para solicitar el desaceleramiento de los conflictos que se registraron los últimos días.
Hace poco tiempo que los demócratas han asumido el poder, sin embargo, son muy pragmáticos al definir las relaciones internacionales que nunca, y después de muchos años de supuestos y teorías de diferentes índoles, la vicepresidenta de los EE.UU toma la palabra y acepta que “...Durante años las guerras se han peleado por el petróleo, en poco tiempo será por el agua potable”. Poniendo sobre la mesa, lo que ya es un hecho, que el año pasado el agua comenzó su cotización como un commodities a futuro, adelantándose a lo que muchos analistas de geopolítica denunciaban.
Esta declaración es poner blanco sobre negro algo sobre lo cual vengo insistiendo y es la Antártida. En este mismo sentido hace unas semanas atrás, el asesor presidencial estadounidense para asuntos Latinoamericanos, se juntó tanto con el Canciller Argentino, Felipe Solá, como con el Ministro de Defensa, Agustin Rossi, para manifestar que EE. UU ofrece colaboración en la reconstrucción de la base que la armada argentina posee en Ushuaia. Dicho lugar es estratégico, no solo por el agua sino también por ser un puente natural para acceder a la Antártida y a los recursos que en ella hay. No es menor, el dato de que los ingleses, ilegítimos ocupantes de las Islas Malvinas, poseen allí una base militar que será ampliada a corto plazo según las últimas declaraciones del gobierno británico. Por lo tanto, vemos que existe un interés por otros países sobre parte de nuestro territorio, y sobre su explotación, como es el caso de la pesca ilegal que ocurre en nuestro mar depredado por la flota pesquera de China y que también fuera denunciada por parte de los EEUU, ojo que los intereses americanos no dejan de alejarse de los ingleses.
En cuanto a las noticias en el país, el problema de no cerrar un acuerdo con el FMI pareciera ser el mayor de nuestros flagelos económicos, sin embargo, mientras esto no ocurra el Banco Central se sigue endeudando frente a las tasas que se pagan por los pases pasivos y las leliq, pero eso es en pesos. La buena señal es que el dólar esta estabilizado del mismo modo que las reservas, el punto débil es que no estas no crecen y por el momento no hay señales de que eso ocurra. La inflación, que sí es el mayor de los problemas, está obligando a que una familia posee 90500 pesos por mes para ser clase media y los precios, tanto de los alimentos como la ropa no paran de crecer. Las empresas están liquidando su stock a costo de la incertidumbre de volver a reponerlos, pero prefieren recuperar plata y pasar a dólar esperando un escenario más claro. La cosecha no es como todos esperaban,es menos de lo proyectado, la inflación según varios especialistas pronosticada es del 4 % mensual y la única buena noticia es que las exportaciones agrarias generaron en marzo un record de dividas.
La caída del consumo del 26% en marzo, y la tendencia de que continuará de esta manera durante el primer semestre, sumado al alza de precios obliga al gobierno a redoblar la apuesta en los precios cuidados y a otorgar mayor cantidad de subsidios a los sectores más vulnerables. Estos datos, junto con la caída de las ventas en materiales de construcción y la caída en el consumo de carne, sirven de alerta ante un escenario de mayor desempleo por el lockdown, problemas que junto a la inflación son las mayores preocupaciones a las que el Gobierno de Alberto Fernández debe dar respuesta.
Estamos viviendo un gran proceso de incertidumbre a nivel global y extremadamente delicado a nivel nacional. La segunda ola nos está golpeando fuerte, el sistema sanitario está a punto de colapsar. La actividad económica está rebotando insípidamente, debido a que los números del año pasado fueron pésimos, pero esto es una situación delicada a nivel global, ya nos excede como país y me animo a decir, como región. Los países europeos, ya están en la cuarta ola, las comparaciones no son simétricas ni justas, pero las dificultades a las que nos enfrentamos como país, son mayores a lo que nuestra expectativa nos enfrenta hoy de cómo vamos a manejar lo que nos falta de pandemia.
El gobierno debe planear un rumbo, un programa de crecimiento con objetivos mucho más grandes que las próximas elecciones legislativas o presidenciales del 2023