Por Gonzalo Cueto
El coronavirus parece haber cumplido con su misión de cisne negro, y está obligando a realizar un cierto reseteo de la economía mundial. Por un lado, muestra la interconexión del mundo y lo difícil de poder parar una enfermedad de rápida transmisión; por el otro, nos muestra la dependencia de la producción de China y de la demanda de materia prima desde el mismo. La OMS lo declaró pandemia y el mundo entró en colapso.
En sintonía con ello, Trump hace campaña diciendo que es hora de volver a producir en el país y no dejar la producción en manos de otros países. También pidió que la gente no tome cruceros y su principal preocupación ahora es, básicamente, que el sistema de salud estadounidense pueda transformarse en su mayor obstáculo a la hora de la reelección. El Papa Francisco realizó, por primera vez, el Ángelus dominical en la Plaza de San Pedro detrás de un vidrio y se han interrumpido las audiencias de los miércoles, dado que Italia se cerró y el mundo evita los vuelos con ellos. Todos los acontecimientos masivos de gente se suspenden, por lo que las actividades se restringen debido al miedo de la enfermedad, ya que ésta podría encaminarnos a un colapso del sistema de salud, temor real de todos los gobiernos.
El barril del petróleo WTI perdió un 30% de su valor, mientras que el Brent cedió 26%. La OPEP+ no logró un acuerdo para reducir la producción y Rusia, junto con Arabia Saudita, complican aún más a las finanzas americanas. El golpe del petróleo descoloca a la economía mundial, a EEUU en particular, y a la Argentina de lleno. La caída del barril Brent no significa que Arabia Saudita o Rusia pierdan dinero, ya que la producción del barril para la extracción tiene un costo de 10 U$D, a diferencia del petróleo americano que, en su mayor parte, corresponde a petróleo esquisto (extracción por fracking), que tiene un costo de extracción mayor. Esta crisis de petróleo lleva a la imposibilidad de explotar Vaca Muerta, y también puede producir la bancarrota de las empresas petroleras americanas. Recordemos que, durante la anterior crisis petrolera del 2015-2016, casi 200 productores de petróleo de esquisto se declararon en bancarrota (el costo operativo es de 40 U$D, por eso en Argentina piden que el Estado subsidie un barril criollo por un valor de 50 U$D). Esto, más el coronavirus, más la caída del comercio, más la guerra comercial con China, han puesto en jaque al sistema financiero internacional.
La dependencia del petróleo es una realidad en casi en todos los rubros, y la caída de su precio generó mayor psicosis en los mercados internacionales. Mientras tanto, el Parlamento Ruso (Duma) permitió que Putin sea Presidente hasta el 2030; la propuesta de reforma, que debe avalar la Corte Constitucional y aprobarse en consulta popular, permitirá al líder ruso volver a presentarse a presidente.
Por su parte, las criptomonedas y el oro, que venían mostrando amplias variaciones, en los últimos días mostraron una caída significante dada la búsqueda de liquidez; el petróleo también cayó y los indicadores bursátiles por excelencia, el S&P 500 y Nasdaq, retrocedían el lunes pasado un 6,86%. Por lo tanto, las bolsas del mundo caían 10% en forma promedio; la caída de la Bolsa de Nueva York en muy pocos días se transformó en la 6° peor caída de los mercados en toda la historia. El Reino Unido recorta las tasas y el Banco de Inglaterra aumenta los gastos presupuestarios; el Banco Central Europeo (BCE) advierte que la crisis se encamina a un escenario como en el 2008 y, de no tomarse las medidas necesarias, puede ser peor, por ello el BCE realizará inyecciones de liquidez y ampliará los estímulos en 120.000 millones de euros pero no moverá los tipos de interés. Sin embargo, estas medidas no alcanzaron para calmar a los inversores y se habla de una debacle histórica; por ejemplo, tenemos el INDEX 35 de España que cae en un día un 14%. Al igual que las medidas de Trump de ayuda a las empresas y las de la Reserva Federal (FED), que anuncia el aumento de la cantidad de préstamos a muy corto plazo para acuerdos de recompra de Repo y el incremento de éstos hasta los U$D 150.000 millones (desde los U$D 100.000 millones que se tenían establecidos), permite incrementar el tope de sus intervenciones diarias en 50.000 millones de dólares, y en 25.000 millones de dólares las que tienen vencimiento a 14 días. Todas las medidas de los Bancos Centrales tratan de aumentar la liquidez disponible y así calmar a los mercados.
Por otro lado, Libia está en condiciones de entrar en Default a consecuencia del precio del petróleo, y muchas empresas americanas pueden entrar en bancarrota, tanto por la incertidumbre del mercado, como por la falta de liquidez y como consecuencia de la caída del precio del petróleo (tormenta perfecta). Todo esto hace que el precio de acciones y bonos caiga a valores impensados, pudiendo ser comprados a precios bajos, como pareciera que hizo el gobierno chino, convirtiéndose en el accionista mayoritario de varias empresas de tecnología europeas y estadounidenses .
Entonces, tenemos un aumento del dólar que obliga a muchos países de la región a devaluar sus monedas; esta presión, por el miedo generalizado, puede provocar que la brecha cambiaria en nuestro país se amplié y genere mayores presiones inflacionarias. Esto provocaría menor consumo y una caída de todos los indicadores, acentuando la recesión. También está la caída del precio los commodities, la baja de la exportación de carne a China, la sequía y el desplome del petróleo. Todo ello nos puede provocar un déficit en la balanza comercial abismal y, por consiguiente, la caída de la recaudación nacional, la cual había caído por debajo de la inflación en el último tiempo.
Bajo este escenario internacional, la reestructuración de la deuda es una misión casi imposible. El Ministro Guzmán busca una quita de casi del 60% de capital y, según el decreto 250/2020 del Poder Ejecutivo Nacional, los títulos públicos a reestructurar suman un valor total de U$D 68.842 millones, los cuales tienen jurisdicción estadounidense, inglesa y japonesa. Esto es sin incluir los vencimientos de Salta, por U$D 13 millones el próximo 16 de marzo, de la provincia de Buenos Aires por unos U$D 57 millones, los de Jujuy por U$D 9 millones, Santa Fe por U$D 8,7 millones ,Córdoba por U$D 6 millones y, por último, Chubut por U$D 11.6 millones.
Esta es una situación muy complicada para el gobierno nacional, ya que algunos gobernadores temen declarar el default, mientras otros plantean la creación de cuasimonedas; ambas son una mala señal para los mercados internacionales y una gran complicación para el gobierno nacional. El tema es que la Nación ya sentó un precedente y no ayudó a la provincia de Buenos Aires, en sus vencimientos de pago en el mes de enero. Nuestras reservas reales siguen siendo muy bajas, un total de sólo U$D 12.500 millones, y nuestro oro sigue en Londres.
Declarar el Default es el desvelo del gobierno pero, de seguir la pandemia creciendo y provocando una mayor crisis financiera internacional, cierre del turismo, caída en la compañías aéreas, disminución del comercio y un parate del sistema financiero mundial, se transformará en una realidad. La ventaja es que podemos analizar quienes son los responsables y si toda la deuda es legítima o no.
El escenario, de continuar con las mismas variables, es desalentador. Necesitamos crear alianzas con los países que nos puedan suministrar lo que necesitamos, para poder avanzar. Europa está con su propia problemática, por lo cual acordar con ellos hoy es muy difícil, además de que la crisis sanitaria pega de lleno en una de sus mayores industrias, el turismo. Rusia es quien mayor cantidad de señales dá de ayuda a nuestro gobierno, y es quien parece posicionarse en el sistema financiero como triunfador. China y Brasil están sumamente complicados; en el caso de nuestro país vecino, el real, en lo que va del año, se devaluó casi un 20%; por su parte, China ha bajado el nivel de demanda de commodities. Aún hoy, y con este escenario, no se sabe cómo nos pondremos de pie.
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