Por Silvano Pascuzzo. En el debate público sobre la Política, lo efímero se ha impuesto sobre lo trascendente; y lo banal, sobre lo importante. Alguien, con buena memoria, podría – eventualmente – corregirnos, y sostener, que siempre el corto plazo, es más relevante que el largo; y que los individuos, viven inmersos en un constante presente, con ocasionales alusiones al Pasado y crecientes temores sobre el futuro.
Quizás se tenga razón, cuando se sostiene que no debe pedirse al Pueblo, otra cosa que eso: un razonamiento orientado a la defensa de los intereses específicos. Pero: ¿Y a los dirigentes? ¿Qué rol deberían cumplir a éste respecto en la Comunidad? Es bueno y es lícito que se muevan en un inmediatismo carente de proyección estratégica?
Es, lo aceptamos, una vieja discusión, nunca adecuadamente resuelta; ni en términos prácticos, ni en términos teóricos. Maquiavelo diría con su conocida frialdad, que hay cosas que la gente común no debería pensar; pues son patrimonio exclusivo del Príncipe. Y precisamente, de eso estamos hablando: del Príncipe, del Estado. La Democracia, con su enloquecido caleidoscopio de sonidos, obliga siempre a pensar y a actuar, siguiendo las necesidades urgentes. La búsqueda de votos, es un obstáculo objetivo, para la aplicación de políticas coherentes y firmes. Estamos ante el famoso tema del “aislamiento de las élites”, tan caro a la Ciencia Política italiana del siglo XIX.
Hay un “Consenso”- un poco suicida – en torno a la subordinación de lo “importante” a lo “urgente”; un pacto para satisfacer intereses concretos, aplazando el “bien común”. Esto favorece la penetración de discursos basados en un “Liberalismo extremista”, que pone fuera de lo “Público”, la resolución de los problemas sociales. La práctica política está ayudando – y mucho – a la expansión de una “derecha dura”, tanto como los medios de comunicación; o incluso, más. No hay, en los ámbitos dirigentes, capacidad para movilizar a las personas “fuera de sí mismas”; tampoco hay modelos y ejemplos en los que mirarse. Se carece, en fin, de “arquetipos inspiradores de conducta”, en el viejo sentido que le daban a éstos, griegos y romanos.
La “representación” no queda resuelta, con el uso – más o menos regular – del “voto”; ella implica una dimensión espiritual, que desde el crudo “Materialismo” o la fría estadística, no puede percibirse. Siempre nos ha gustado esa evocación del Justicialismo ha hecho de los “sueños”. Como motores de cambio político y social. Encierra, en su aparente sencillez, una apelación profunda a movilizar las almas de los sujetos, detrás de algo superador del mero interés práctico. Claro, a partir de un crudo “subjetivismo racionalista”, resulta imposible comprender cosas como la lucha y el sacrificio, bases para la construcción de un futuro distinto, esperanzador. El ataque constante a la idea de la trascendencia, favorece el egoísmo individualista de un modo crucial.
Max Weber, el gran sociólogo de principios del siglo XX, explicó que los “líderes” deben ser inspiradores; y lo cierto es que, estamos carentes de liderazgos y atiborrados de burócratas acomodaticios y de candidatos oportunistas. Es un simple hecho fáctico, que podemos verificar todos los días. Lo estratégico es un modo de ver lo colectivo; lo táctico, un tipo de mirada nuclear, atomista y singular. Que la Democracia Representativa, muestre falencias en lo estratégico, no debería sorprender a nadie. Sin “mediaciones espirituales”, es inviable la realización de objetivos comunes. El Mercado se impone desde la coyuntural aspiración al lucro. Como decía Giovanni Sartori: “Las democracias modernas, no son otra cosa que mercados de lo intangible”.
Los “intereses colectivos”, la adecuada administración de lo público, necesitan de una dimensión ética, que aglutine esfuerzos individuales, en función de metas comunes. Aristóteles lo decía con meridiana claridad: “Es imposible vivir fuera de la Polis. Quién lo intente, o es un Dios o es una bestia”. Nuestros dirigentes están movidos por el “interés individual”; rehúyen el compromiso con causas trascendentes, aunque las evoquen en formato publicitario. Lo inmediato es hijo del egoísmo; y un obstáculo a la construcción de cosas permanentes, seguras y duraderas. La “dimensión estratégica de lo político”, es un “bien general” o no es nada.
En conclusión: el corto plazo electoralista, no favorece el progreso colectivo, y tampoco permite una adecuada gestión de lo público. Somos conscientes de que éste punto es controversial, y hasta disruptivo. Pero hay que decir lo obvio: los regímenes que en los años 90 eran presentados como modélicos, hoy están en crisis, acosados por la falta de probada Legitimidad y por altísimos niveles de corrupción. La Razón de Estado solo sirve para justificar el control de la Élite, sobre una Masa Popular apática, ignara y absolutamente ajena al debate público. Con la preeminencia en el discurso político, de un “utilitarismo” estéril y vacuo, Occidente va camino de su autodestrucción, en ausencia de una “épica de la praxis”, sencillamente, no habrá futuro.
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