Por Silvano Pascuzzo. Es una nota escrita, creo con el corazón. Se ha muerto un “Hombre” que reunía a mi juicio, tres condiciones esenciales, que dignifican, juntas, una existencia: inteligencia, bondad y solidaridad.
Autor de muchos libros y artículos, guionista y dramaturgo, novelista, profesor y polemista. Un militante de la Vida. Un intelectual argentino, porteño, y – de seguro esto no habría de gustarle – profundamente “peronista”. Una referencia insoslayable, de los últimos cincuenta años de actividad literaria y ensayística en nuestro país. Se ha muerto un gigante. Se ha muerto “el ruso”: José Pablo Feinmann.
Ante todo, debo decir, era de mi barrio: Belgrano R. Vivía, con sus padres y su hermano, en una hermosa casona de la esquina de Estomba y Echeverría, frente a la Parroquia de San Patricio. Los Feinmann eran una familia reconocida y querida por todos y por todas. El papá era un industrial PYME, de los tantos, que, produciendo bienes de consumo masivo o insumos para fabricarlos, tuvo que afrontar los avatares de una economía inestable, hija del saqueo al que las clases dominantes la han sometidos, sin solución de continuidad, al menos, desde 1930.
Mi viejo en 1985, me acercó dos libros fundamentales, en mi formación como militante: “Filosofía y Nación” y la “Creación de lo Posible”. Quedé impactado por las reflexiones agudas de éste tipo al que apenas conocía, pero que me estaba conmoviendo con la ternura que siempre demostró hacia las causas nobles y los más débiles. Eran los tiempos de Alfonsín y yo – que nunca pude digerirlo – tuve desde entonces en ese texto – que aún conservo – un apoyo argumental invalorable, en mis polémicas con gorilas y cajetillas. La Historia, tratada en la primera obra con gran erudición; funcionaba – a los ojos de un joven amante de la buena lectura – como una caja de sorpresas. Uno venía del “Revisionismo”, y esas agudas y chispeantes aseveraciones, que mezclaban la crítica literaria con la Filosofía, me cautivaron. En el segundo texto – compilación de artículos publicados en “Humor” entre 1984 y 1985 – se podía encontrar la desgarradora esperanza de un tipo honesto, al analizar el Peronismo y la Argentina, tras la dura experiencia de los años de plomo.
Una vez un amigo me dijo: “José Pablo ha realizado una obra muy interesante de reactualización doctrinaria”. Y es verdad. Lo hizo claro, a su modo; polémico, desgarrador e irónico. Todos le debemos mucho a sus escritos, pero también a su actitud; firme y decidida en momentos de traiciones y desencuentros, de confusión y vació de certezas. Siempre fue un “Humanista”, en tiempos en los que la postmodernidad, ha hecho añicos el concepto de Hombre, para sustituirlo por una y mil vaguedades. Creyó sin claudicar, en la herencia de Descartes y Sartre, pues nunca abjuró del Sujeto como base de toda reflexión constructiva y de la Comunidad, como espacio para la autorrealización y la búsqueda de la felicidad.
Además, sabemos que era bueno, casi hasta la ingenuidad. Uno lo percibía en el dolor que la muerte le producía, que la pobreza le generaba y que la injusticia le provocaba. Tenía, como antes solía decirse: “sentido de la Moral”. Su Ética, era la de los viejos cristianos, la de los judíos primitivos y la de esos ateos, que de tan rígidos y ascéticos, se parecen a todo lo que dicen rechazar. En eso fue un típico exponente de su generación, la más valiente, la más brillante y la más lúcida que nunca hayamos tenido. La Dictadura y el Menemismo – y creo que el Macrismo también – hicieron estragos en su psiquis y en su cuerpo, como expresiones genuinas de un alma desgarrada y dolorida. No podía esconder la rabia y la bronca. Su trasparencia, cristalina, era sencillamente, un artículo en desaparición.
Las preocupaciones de José Pablo en torno a la violencia, lo llevaron a romper con Montoneros en la década de 1970, y a adherir a la JP Lealtad, con coraje y determinación. Los juicios posteriores sobre Perón y su papel en aquellas circunstancias, fueron lúcidos y profundos, duros para quien los leía desde la ortodoxia y la Fe, pero esclarecedores y muy útiles. Se animó a aseverar cosas que nadie había dicho, fue más lejos que otros en la urticante cirugía analítica que estos casos requieren de un intelectual, y como protagonista de los acontecimientos, los estudió en primera persona, sin atajos ni elucubraciones estériles.
Hoy necesitamos hombres y mujeres así, y no los tenemos. La época, el clima y las circunstancias, han hecho todo más lábil, más tenue, mas gris. No me lamento claro, aunque lo vivo con cierta tristeza y desazón. Vamos a tener un hueco más en la formación de cuadros y en el debate necesario sobre el país y su destino. Una ausencia más, que se suma a las que ya tenemos. Afrontamos en soledad, siendo muy pocos, desafíos enormes. El suelo tiembla debajo de nuestras piernas, y los huracanes de injusticia y descaro de los poderosos, nos golpean una y otra vez. Tipos como José Pablo eran y son indispensables.
Son pérdidas enormes, como la de Horacio González, porque dudo que aún queden, entre nosotros, tipos con ese nivel de formación, que tuvo José Pablo. Leía libros con voracidad y penetración, y podía sacar de ellos conclusiones que, socializadas gracias a su inocultable talento, han hecho escuela. Me considero su discípulo y su admirador. Lo he criticado mucho y me enojado mucho, pero siempre con cariño y afecto, incluso con bronca, como uno se enoja con un referente y con un padre. No estuve de acuerdo en cantidad de afirmaciones hechas en sus artículos y libros, y con algunas, gracias al paso del tiempo, debo decir, me he reconciliado. Mi vida tendrá un hueco más, una ausencia cotidiana más, una luz menos para caminar. Ojalá pueda morir rodeado de afecto y cariño, de respeto y admiración, de pena y agradecimiento, como lo ha hecho Feinmann.
No hay premio mayor para un ser humano dedicado al estudio y a la reflexión, que saber a las puertas de la partida, que uno ha dejado algo. Es un buen modo de ser inmortal.
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