Por Paris Goyeneche
El “movimiento Espartaco” o "Grupo Espartaco"; forma parte de la movida cultural argentina entre 1959 y 1968. Fue un movimiento de artistas argentinos que promovieron el arte social de una época que rechazó el colonialismo cultural. Sus principales elogios vienen de escritores como Raúl González Tuñón, o Ernesto Sábato y Osiris Chiérico; o historiadores como Cayetano Córdova Iturburu.
En 1959, el entonces director del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Rafael Squirru, invita a J.M. Sánchez, Claudio Antonio Piedras, Ricardo Carpani y Mario Mollari a participar, como grupo, en el Salón Nacional de Mar del Plata de 1959. Se sumarán dos nuevos pintores, Carlos Sessano y Esperilio Bute, formándose oficialmente el Movimiento.
El nombre se toma en homenaje a la liga espartaquista capitaneada por Rosa Luxemburgo, movimiento obrero alemán de raíz marxista que se conoce como consejismo. Ese mismo año, se incorporó a la formación el fotógrafo Vallaco y el pintor boliviano Raúl Lara. En 1960, se incorporaron Elena Diz y Pascual Di Bianco. En 1965 se incorpora Franco Venturi (1937- desaparecido el 20 de febrero de 1976), primer artista plástico asesinado durante la dictadura del general Videla.
En su manifiesto "Por un arte revolucionario" se entroncan con la tradición muralista y americanista, oponiéndose al coloniaje artístico, sin negar la incorporación de novedades formales. Se editó por primera vez en 1959, en la revista Política y se reeditó en varias ocasiones. En parte de su manifiesto, podemos leer que:
“Es evidente que en nuestro país, a excepción de algunos valores aislados, no ha surgido hasta el momento una expresión plástica trascendente, definitoria de nuestra personalidad como pueblo [...] Si analizamos la obra de la mayor parte de los pintores argentinos, especialmente de aquellos que la crítica ha llevado a un primer plano, observaremos como característica común el total divorcio con nuestro medio, el plagio sistematizado, la repetición constante de viejas y nuevas fórmulas.
La gran Nación Latinoamericana ya ha tenido en Orozco, Rivera, Tamayo, Guayasamín y Portinari, fieles intérpretes que, partiendo de las raíces mismas de su realidad, han engendrado un arte de trascendencia universal. La anécdota podrá tener una importancia capital para el artista cuando aborda una temática que siente profundamente y en la cual encuentra inspiración; pero, en última instancia, no constituye el elemento que justifica y determina la validez intrínseca de la obra de arte, ni es de ella que emana el contenido de su trabajo. De ahí lo absurdo de cierto tipo de pintura pretendidamente revolucionaria, que se limita a describir escenas de un revolucionarismo dudoso, utilizando un realismo caduco y superado. No es de extrañar entonces, que por su misma inoperancia esta pintura sea tolerada y, hasta en cierto modo, favorecida. Es imprescindible dejar de lado todo tipo de dogmatismo en materia estética; cada cual debe crear utilizando los elementos plásticos en la forma más acorde con su temperamento, aprovechando los últimos descubrimientos y los nuevos caminos que se van abriendo en el panorama artístico mundial, y que constituyen el resultado de la evolución de la Humanidad, pero eso sí, utilizando estos nuevos elementos con un sentido creativo personal y en función de un contenido trascendente”.
Entre el 5 y el 16 de Agosto de 1968 se procedió a la disolución del grupo en la importante Galería Witcomb. Los Espartaco, en su despedida, manifiestan: "Hoy los fines que el grupo se había propuesto y en cierta medida conseguido, ya no son solamente sus integrantes quienes van en procura de ellos y en buena parte los han alcanzado. Pero si los objetivos del grupo son ahora los objetivos de la mayoría de sus colegas, continuar en él implicaría una actitud decididamente contradictoria con los propósitos que animaron y animan a sus integrantes: si su finalidad es hoy prácticamente la finalidad común, sus componentes deben integrar esta comunidad mayor".
Les propongo un paseo por las obras de uno de sus máximos exponentes, Ricardo Carpani (1930-1997), que supo transitar los años más productivos del Movimiento. Su estilo y sus murales son característicos de una época, siempre asociadas al sindicalismo sin Perón durante los años de proscripción. Rostros nerviosos, ojos penetrantes, colores bien tenebristas, al mejor estilo del Goya último, pero bien argentino. Describen las masas surgentes de la clase obrera oprimida, hablan de un pueblo con pulsión viviente, de Plaza de Mayo y patas en la fuente.
Tuve el privilegio de observar “in situ” algunas de sus obras, y pude sentir muy dentro mío las voces de una gran multitud manifestándose por la 9 de Julio rumbo al Ministerio de Trabajo. Un momento muy personal. Aquí comparto con ustedes algunas de sus obras, que podrán encontrar sin problemas por la red.