Por Daniel Barbagelatta
En otro texto publicado en este generoso medio, intenté analizar los orígenes de la mitología liberal de la inflación, en especial el aparentemente incontrovertible axioma que indica que toda emisión monetaria (la coloquial maquinita) genera aumentos de precios.
Una vibrante coyuntura económica, que tiene como eje central el barroco endeudamiento y las formas para reordenarlo de un modo sustentable, hace pertinente un plug in de esa reflexión.
El más grave de los problemas de la enorme masa de deuda tomada durante los últimos cuatro años es, sin duda, la nominada en moneda extranjera - dólares -, porque, desde ya, se trata de un billete sobre el que el Estado argentino no tiene poder de señoreaje, es decir, no lo emite.
La deuda nominada en moneda nacional parecería más fácil de manejar; si no se tienen los recursos fiscales, es decir, si lo que el Estado recaudó por encima de lo que gastó no alcanza o se tiene la prioridad de destinarlo a otros fines, se le puede mandar un whatsapp al Banco Central y pedirle que fabrique los pesos necesarios para pagar el capital y/o intereses que correspondan a determinado vencimiento.
Ése es el momento en el que, desde bajo de los cantos rodados, solían aparecer los talibanes del monetarismo, gritando que la emisión monetaria es la responsable del coronavirus y todas las pestes habidas en la Humanidad, incluso desde antes de que existiera la moneda.
Sin embargo, en este caso no son tan enfáticos como cuando los nuevos pesos intentan volcarse en gasto público primario, esto es, en erogaciones con destino en la economía real (sueldos, obras públicas, subsidios, créditos, etc.). Si la emisión es para pagar deuda, está mal... pero no taaaaaan mal.
Cuando analizamos la vulgata del monetarismo que se tatuó en la piel del sentido común, según la cual aumentar el circulante sin el correspondiente aumento de los bienes que ese circulante podía comprar generaría aumentos de precios, remarcamos el clivaje keynesiano entre la propensión al consumo y la propensión al ahorro.
Uno de los motivos por los cuales ese relato es cuanto menos inexacto - después veremos por qué también malicioso - es que, de acuerdo a los sectores sociales en los que se vuelquen esos nuevos medios de pago, se destinarán en diferente proporción a la adquisición de bienes y al ahorro. En pocas palabras, no todo lo que se emite se vuelca a la demanda de bienes y servicios sino que, sobre todo cuando las necesidades están cubiertas, una parte se ahorra o invierte.
El ahorro es, básicamente, poner a dormir ese dinero. Pero los que lo tienen en una cantidad significativa no quieren que duerma; al contrario, quieren que trabaje. Con ese fin se vuelca a la adquisición de activos, es decir, se invierte.
Ahora bien, si hay algo determinante para el funcionamiento del sistema económico, es dónde se invierten los excedentes. Por las diferencialidades de tasas de ganancia y de riesgo, por los regímenes jurídicos, el nivel de actividad económica, factores culturales pero, sobre todo, porque lo que es del mundo de las finanzas se queda en el mundo de las finanzas (y en muchos casos, sobre todo en países con burguesías nacionales poco afectas al trabajo, lo que es del mundo de la economía real también se escapa hacia el mundo de las finanzas); la liquidez volcada al sistema financiero, por ejemplo, por el pago de intereses o capital de un bono de deuda pública, generará demanda de otros activos financieros, cuya cotización (sobre todo si la mayor parte de aquella se vuelca a sólo uno) habrá de aumentar.
Los rasgos estructurales y las coyunturas serán los que orienten el cauce del nuevo río de billetes. Los y las de una economía con serios problemas de balanza de pagos, con recurrentes fugas de divisas y las demás características estables y contingentes del escenario local, hacen, como sabemos, que esos pesos busquen transmutarse en moneda extranjera, sea la que se vende por derecha o por izquierda.
Volcar una nube ingente de pesos a la demanda de dólares pone en alza al billete verde, cosa que nadie (salvo los que tienen ingresos en dólares) quiere. Pero entonces, ¿los monetaristas tenían razón?. Que exista más moneda circulante ¿hace subir los precios? (recordemos que el tipo de cambio, como la cotización de cualquier activo financiero, es un precio más).
Quizás sí. Y ¿por qué? Porque en el mercado financiero EL CONSUMO ES INVERSIÓN. Imagínense que todos los asalariados volcaran todos sus ingresos en la adquisición de un solo bien, digamos, lechuga. Sin duda el precio de esa verdura aumentaría. Si eso no ocurre es porque quien recibe un sueldo no solo se alimenta de lechuga, sino que debe adquirir infinidad de bienes y servicios para sobrevivir, y no dejará de comprar otras cosas que necesita para tener más lechuga.
Por otra parte, si tiene un excedente, podrá ahorrarlo, sacarlo del círculo de la demanda de bienes, dejando de presionar sobre el precio de ese bien en particular. Eso, evidentemente, no ocurre en el mercado financiero, mucho menos en el argentino. Todos los pesos volcados se “consumen” en un puñado de opciones; muy puntualmente, en aquella que (por los rasgos estructurales y coyunturales mencionados) se considera reserva de valor, de seguridad y de ganancia número uno, el dólar.
Aquí no solo no hay diferencia entre propensión al ahorro y propensión al consumo, sino que el consumo/ahorro lo es de un solo bien. En este particularísimo mercado, la teoría monetarista y su antepasado humeano (teoría cuantitativa del dinero) tienen bastante asidero.
La intención oculta detrás de los monetaristas (y es esa la razón por la que no molesta tanto la emisión que se vuelca a pagar deuda), el motivo por el que decíamos que su relato es malicioso, es que el Estado no tenga fuente de financiamiento más allá de la fiscal o la toma de deuda y que, de ese modo, deba recortar gastos retrayéndose de la economía y dejando mayor espacio y libertad a los agentes económicos (léase, las grandes empresas); o, en su defecto, deba pedir dinero prestado en los mercados financieros a los fondos de inversión que suelen pagar las apariciones públicas de los divulgadores de esas teorías.
En este doble standard light se aprecia que la voluntad del monetarismo, una escuela supuestamente tecnicista, es netamente política.
Al “tener razón” sobre la emisión en la especialísima circunstancia del pago de deuda que se puede volcar al dólar, una de las ramas más peligrosas del liberalismo muestra su ADN apologético e ideológico.