Por Lautaro Garcia Lucchesi
Este fin de semana, China concretó uno de sus principales objetivos económicos en la región de Asia-Pacífico: la firma de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP por sus siglas en inglés). Compuesto por los 10 países miembro de la ASEAN y sus socios comerciales, Japón, Australia, Nueva Zelanda, China y Corea del Sur, este acuerdo de libre comercio es el más grande del mundo, al involucrar al 30% del PBI global y a casi un tercio de la población mundial.
Las negociaciones habían comenzado en noviembre del año 2012 y, luego de 8 años, y de la decisión de India de no participar de este en noviembre del año pasado, llegaron a buen puerto; sólo resta la ratificación en los Parlamentos nacionales. El RCEP abarca la reducción de tarifas en el comercio de bienes y servicios, inversiones, cooperación económica y técnica, propiedad intelectual, fortalecimientos de las cadenas de valor mediante reglas de origen comunes a todos los participantes y la incorporación de nuevas reglas para el comercio electrónico. Se espera que, en un plazo de 20 años, los aranceles a las importaciones se reduzcan en un 90% entre los participantes.
La salida de la India estuvo determinada por presiones internas, ligadas a una industria manufacturera poco competitiva pero, principalmente, por su déficit de balanza comercial (en 2019 alcanzó los €142.654 millones), especialmente con China, ya que la balanza comercial bilateral arrojó un déficit para la India de U$S56,8 mil millones en el año 2019. No obstante esto, India tiene las puertas abiertas para incorporarse posteriormente al bloque; de suceder esto, el RCEP pasaría a representar el 47% de la población mundial.
Asimismo, es de destacar que es la primera vez en la historia que las potencias del Lejano Oriente, China, Japón y Corea del Sur, participan de un mismo acuerdo de libre comercio.
Ahora bien, más allá del impacto económico que tendrá este acuerdo sobre el comercio internacional, o si permitiría o no a China mitigar el impacto de la guerra comercial, lo interesante es analizarlo desde el punto de vista estratégico, especialmente en lo que hace a la relación entre China y los Estados Unidos.
En un artículo anterior, mencionábamos que la estrategia geopolítica norteamericana, durante el momento unipolar, en la región de Asia-Pacífico, tenía dos ejes principales: la relación económica y militar con el Japón, que transformaba a éste en una especie de protectorado norteamericano; y la participación de los Estados Unidos en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico. Esto, junto con la incorporación de China, a quien se consideraba una de las principales amenazas hacia el futuro, a la OMC y otros organismos multilaterales, buscaba mantener el statu quo en la región y evitar que el gigante asiático alcanzara las capacidades para disputar la hegemonía global.
Ante el continuo ascenso de China, esta estrategia fue complementada por dos mecanismos. Por un lado, tenemos la “Iniciativa Cuadrilateral”, un foro estratégico informal en materia de seguridad, nacido en el año 2007, descontinuado un año después y reconstituido en el año 2017, y compuesto por Estados Unidos, Japón, Australia e India. Por el otro lado, tenemos el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés), gestado durante la administración Obama, del cual Donald Trump se retiró el 23 de enero de 2017, y que ha sido rebautizado como Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico tras la salida de EE.UU.
La puesta en marcha del RCEP podría impactar, principalmente, sobre estos dos mecanismos. Analicemos por qué.
En el caso de la Iniciativa Cuadrilateral, dos de los cuatro miembros, Japón y Australia, forman parte del RCEP, y, potencialmente, también la India podría unirse. Aunque esta iniciativa está más ligada al ámbito de la seguridad, es innegable que la mayor interdependencia económica también puede constituir un factor de vulnerabilidad en lo que hace a la seguridad nacional, como ha quedado demostrado con la pandemia de Covid-19 y la paralización de las cadenas globales de valor. Asimismo, el objetivo por el que esta iniciativa pugna es por una región Indo-Pacífica abierta y libre, tal cual lo afirmara Donald Trump; en este punto, surge una contradicción: el RCEP promueve el libre comercio, la baja de aranceles, mayores inversiones y respeto a la propiedad intelectual, entre otros elementos, pero bajo la influencia de la República Popular China, que es lo que Estados Unidos desea evitar.
Japón y Australia, este martes, han dado una primera respuesta, al anunciar un acuerdo marco de defensa que permitirá a las tropas de ambos países participar en entrenamientos y operaciones conjuntas y visitar los territorios de uno y otro. Esta cooperación en materia de seguridad busca contrarrestar el avance chino sobre los mares del Sur y el Este de China. Aquí no debemos perder de vista la disputa comercial entre China y Australia, originada por la petición de las autoridades australianas de iniciar una investigación contra China por el manejo del Covid-19, a lo que el gigante asiático respondió con represalias económicas, comenzando con aranceles a la cebada australiana y extendiéndose luego a otros sectores. Las autoridades australianas protestaron, pero la paralización de la OMC los privó de un mecanismo de resolución de disputas.
Por otra parte, no debemos olvidar que Japón y el estado australiano de Victoria forman parte de la Nueva Ruta de la Seda, aunque en este último caso queda pendiente la firma del acuerdo, que estaba previsto para Marzo de este año, pero fue aplazado por la pandemia. Esto nos muestra que, a pesar de las tensiones ligadas al control del mar del Sur y Este de China, la República Popular ha sido capaz de extender su influencia económica incluso a países que se posicionan como oponentes desde el punto de vista geopolítico.
Queda todavía pendiente la reacción de la India, que es probable que siga la misma línea, ya que este país busca proyectarse como una potencia Euroasiática e Indopacífica, por lo que no puede permitirse caer bajo la esfera de influencia china. Y no olvidemos la disputa alrededor del Corredor de crecimiento China-Pakistán, que busca estimular el comercio entre Xinjiang y el puerto de Gwadar, en el mar Arábigo; India se opone a esto, pues considera a Pakistán un territorio ocupado ilegalmente, y aspira a recuperar el control sobre la región de Cachemira, por donde pasa la carretera del Karakórum, que une a Xinjiang con el puerto en cuestión, y que permite el transporte de mercancías entre ambos puntos.
Al mismo tiempo, de quedarse afuera del RCEP, China podría consolidar sus vínculos económico-comerciales y profundizar su integración con el resto de los países de la región, lo cual perjudicaría esa proyección como potencia que busca la India, pues estaría quedándose afuera de las cadenas de valor regionales y no contaría con el acceso preferencial a otros mercados de la región.
Por otro lado, la reincorporación de los Estados Unidos al TPP, medida que se anunciaba como una de las primeras que tomaría Joe Biden al asumir la presidencia, ya no parece tan probable. Esto se debe, centralmente, a que, tras la salida de EE.UU. del acuerdo, fue Japón quien se encargó de que los once países restantes permanecieran en él. Y, aún así, Japón no pudo escapar a la influencia china, incorporándose al RCEP y a la iniciativa OBOR; y esto a pesar de que el RCEP es un acuerdo mucho más limitado que el TPP inicial, pero que promueve principalmente la liberalización del comercio bajo el signo chino.
China se adelantó al movimiento de Biden, y algunos estrategas norteamericanos comprendieron esto. Un caso es el de Henry Kissinger, quien en una nota para Bloomberg instó a la nueva administración a restablecer las líneas de comunicación con la República Popular, para evitar el riesgo del estallido de una crisis que derivase en un conflicto militar, en el cual EE.UU. ya no tendría la victoria garantizada, como fue presentado en el “Military and Security Developments involving the People's Republic of China 2020”. En línea con esto, llamó a un compromiso entre las partes para no recurrir a las armas en caso de conflicto, y propuso la reconstrucción conjunta de un sistema institucional presidido por algún presidente en el que ambas partes confíen, para que actúe como intermediario entre ambos.
Otro personaje que salió a manifestarse fue Henry Paulson, ex Secretario del Tesoro durante la presidencia de Bush hijo, quien, a pesar de ser partidario del diálogo con Beijing, declaró que Estados Unidos no debería eliminar las tarifas a los productos chinos sin obtener algún tipo de reciprocidad a cambio. Paulson, al igual que Kissinger, reconocen que los reclamos de Trump han sido legítimos, pero las medidas adoptadas para revertir la situación han sido erróneas y anticuadas. Paulson propone avanzar en un acuerdo en etapas, que apunte a la apertura de áreas claves a la inversión y exportación, eliminando las “distorsiones” que introducen las empresas propiedad del Estado chino; a cambio, los Estados Unidos deberían prepararse para abrir sus propios mercados.
Lo intrigante es que proponen volver a un orden pre-Trump, como si el ascenso de China sólo se hubiera dado en los últimos cuatro años, cuando en realidad es consecuencia de un proceso de décadas, en el marco del orden pos Segunda Guerra Mundial construido por EE.UU. Biden ha prometido que su país volverá a ser el líder del comercio mundial, pero Estados Unidos no puede ya hacer frente a la competitividad de las manufacturas chinas, sino es a través de barreras arancelarias y paraarancelarias. Con el RCEP, podemos decir que China se ha consolidado como el defensor del multilateralismo y el libre comercio a nivel mundial. Y un orden liberal global como el que existía durante la época de Obama no parece suficiente como para revertir esto.
Fernand Braudel decía que la economía-mundo se dividía en zonas sucesivas: el corazón, es decir, la región que representa el centro del sistema; las zonas intermedias, que se extienden alrededor del centro; y las zonas marginales, que son subordinadas y dependientes de las otras dos. Asimismo, caracterizaba la historia del capitalismo en sucesivos procesos de centramiento, descentramiento y recentramiento, que, aunque son escasos desde el punto de vista histórico, demuestran que la economía-mundo no puede funcionar sin un centro de gravedad. Estos desplazamientos suelen darse a partir de luchas, choques y fuertes crisis económicas, como el que estamos atravesando actualmente.
En la óptica braudeliana, este proceso de desplazamiento se ha dado cinco veces desde el siglo XV: de Venecia a Amberes; de Amberes a Génova; de Génova a Amsterdam; de Amsterdam a Londres; y, por último, de Londres a Nueva York. Tal vez estemos frente a la transición hacia un nuevo ciclo de recentramiento, que abandona Nueva York, así como también Occidente, para establecerse en el nuevo corazón del capitalismo: Beijing.