Por Mario Morant
La crisis del globalismo
El paradigma de la globalización venía haciendo agua. Fuerte golpe había recibido en 2008, con la pandemia económica que en Argentina pasó casi desapercibida – especialmente – para los sectores más vulnerables. Era la presencia en el gobierno de un régimen popular que priorizaba a esos sectores. Sin embargo, el problema no era de Argentina sino especialmente de los resultados de la aplicación de una política neoliberal que centraba en la libertad de mercado el crecimiento de la economía.
El tema era mundial, los efectos involucrarían al resto del mundo y harían más cierto que nunca aquello de que, si no entendemos lo que pasa en el mundo, menos entendemos lo que pasa en cada uno de nuestros países. Este debe ser, desde nuestra realidad situada, el punto de partida de un análisis serio de las actuales circunstancias.
El capitalismo está en crisis por diversas circunstancias pero paradójicamente una de ellas, y de las más importantes, es su éxito en la producción de bienes de forma masiva y de creciente complejidad tecnológica. Este fenómeno produjo un abaratamiento de los bienes producidos de tal manera que empezó a afectar la rentabilidad de los productores, al punto que comenzaron a buscar maneras de incrementar sus ganancias por otros medios.
Ello y otras razones económicas dieron lugar a un proceso de “deslocalizaciones” de las principales industrias del mundo desarrollado – especialmente los EEUU. En efecto, trasladar la producción a países ávidos de radicación de capitales y generación de trabajo, que recibirían con gusto a aquellas industrias, al precio de sacrificar leyes laborales de protección al trabajo y merma en la recepción de impuestos por parte del Estado.
Ese proceso fue permitido, y hasta alentado, por los EEUU en relación a sus empresas, con la idea de que siempre mantendrían el monopolio de la tecnología de producción de esos bienes, lo que no permitiría a otros países hacerse de ella. Pero no fue así. Los primeros no fueron los chinos sino más bien los japoneses, pero inmediatamente China comenzó en gran escala a copiar y desarrollar tecnologías de producción de bienes y sus propias tecnologías, que superaron ampliamente la previsión americana. En ese punto, la globalización se vuelve en contra de las políticas neoliberales de los gobiernos de EEUU e Inglaterra.
Ellos habían sido los gestores de esa “Globalización” que traía aparejada una fenomenal expansión del capital financiero por todo el mundo. En efecto, el nivel de ganancias de las empresas deslocalizadas exentas de pagar altos impuestos y altos salarios comenzó a crecer.
El problema era que había que colocar ese dinero en alguna parte para que se reprodujera, y el lugar más seguro donde eso sucede son los bancos. Pero a su vez, los Bancos tienen que invertir en alguna parte para que la rueda siga girando. Aquí ameritaría una explicación más técnica a cargo de economistas y no es el objetivo de este artículo.
Pero la deslocalización había producido en Europa – especialmente – la ruptura del Estado de Bienestar. Este Estado estaba asentado, desde la posguerra, en la idea de que había en las sociedades tres actores principales: El Estado, los Empresarios y los Trabajadores. Un Estado que canalizaba las inversiones, cobraba los impuestos y distribuía la riqueza de acuerdo a parámetros capitalistas – por cierto – pero desde allí. Una burguesía empresaria que ponía a funcionar el sistema productivo y generaba ganancias para esa burguesía y recaudación para el Estado. Y, finalmente, los Trabajadores, que se beneficiarían con la creación de puestos de trabajo y salarios.
El esquema no dejaba de ser capitalista, aunque basado en la producción y el trabajo. La injusticia del sistema venia por otra parte, pero tampoco es el objetivo de este trabajo. Lo cierto es que ese esquema fue bastante exitoso mientras duró. Y esto fue hasta que comenzó la “globalización”. Allí, las deslocalizaciones afectaron a los tres componentes de esta trilogía del Estado de Bienestar.
Primero a los trabajadores, en tanto y en cuanto los de los países industrializados fueron dejados de lado por las industrias que se deslocalizaron y debieron buscar labores menos remuneradas o pasar al desempleo. Pero los trabajadores de los países “beneficiados” donde se establecieron las empresas también pues, a pesar de lograr trabajo, éste era mal remunerado y sin protección legal.
Otro tema, que no hace de momento a la cuestión, era la fuga de capitales en algunos casos y/o la remisión ilimitada de ganancias al exterior, juntamente con la creación de sociedades OFF SHORE. Así las cosas, las empresas de menor envergadura en los países más industrializados cargaban el peso impositivo y encarecían sus productos sin aportar en demasía a la recaudación del Estado. El Estado ya no oficiaba de regulador de la Economía y distribuía riqueza que ya no le llegaba. Se iba convirtiendo de a poco, y en algunos casos rápidamente, en un Estado mínimo, a gusto del paladar neoliberal.
Comenzaba a imperar la idea del Libre Mercado y el Mercado Global.
Esto no duró mucho, y un primer aviso se sucedió en el 2008, en donde la economía comenzó a explotar desde aquella “burbuja” financiera, en cuya base se encontraba la generación de dinero a través del dinero mismo, en ausencia de bienes que lo respaldaran. Fue aparentemente superada, pero no resuelta, y volvió a incubar una nueva crisis que estallaría – según los economistas – en el 2020. Ella traería aparejada una situación mundial de extrema recesión económica que afectaría el trabajo y la producción, con sus secuelas de miseria, inseguridad, etc.
Aparece el Coronavirus
En diciembre de 2019, aparece el coronavirus en la China. Dejamos de lado las suspicacias de quienes pensaron que era la mejor oportunidad para justificar una recesión mundial que se le podría imputar – ahora – a un fenómeno ajeno a la voluntad humana. Ni tampoco demos lugar a aquellos que señalaron como estratégicamente oportuno que la enfermedad se declarara en un lugar que constituía el corazón mismo de la producción de autos del más avanzado diseño tecnológico. La ciudad de Wuhan, la Chicago americana en China.
No era menos cierto que, si este fenómeno quedara circunscrito al territorio del gran país asiático, surgiría claramente el triunfo de los EEUU en la guerra comercial. El impacto de un suceso de esta dimensión reposicionaría a los EEUU como líder indiscutible en el orden mundial.
No olvidemos que estamos en plena carrera hacia un Nuevo Orden Mundial que reemplace al existente, ya caduco y agotado, que alumbrara en la posguerra. Tampoco olvidemos que el Estado De Bienestar fue fruto de ese Orden Mundial.
La Reacción de China.
La República Popular China es – sin duda – la potencia tecnológica más desarrollada del mundo.
Pero además, es la comunidad poblacional más disciplinada y con mayor conciencia comunitaria, heredada de una historia muy diferente a la occidental.
Es muy difícil para un habitante de Occidente entender los parámetros que rigen la vida individual y social de la población de China. Se trata de otra cultura, que no es posible interpretar ni juzgar desde nuestras habituales miradas de occidentales. No es solo otro régimen político; es otra forma de entender y de vivir. La reacción fue rápida y contundente, pero el virus – dominado en China – se expandió al mundo.
El primer efecto de la enfermedad en China, desde un punto de vista económico, fue el de producir un marcado desaceleramiento de la producción y el trabajo. Pero, una vez superada la enfermedad, tras tres meses, el país recupera paulatina y rápidamente su capacidad productiva.
La contracara de esta situación es que esta enfermedad, que algunos suponen era causada con la intención de postrar económica y comercialmente al gran país asiático, se convirtió en pandemia y se propagó por todos los países de Occidente también. La crisis se hace mundial y, si se quiere calificarla con mayor precisión, se hace Global.
El Coronavirus en el Mundo Capitalista
Los efectos en el mundo capitalista van a ser los que se esperaban acontecieran en la China – principalmente –. La diferencia es notable cuanto más capitalista y neoliberal sean los gobiernos de Occidente. Un efecto esperado era que la crisis que iba a ser solo económica, que dejaría un tendal de desocupados y empresas quebradas y que acarrearía posiblemente protesta, saqueos y vandalismo por parte de las multitudes afectadas, en cambio, en la medida que apareció como una maldición natural, morigeró en gran parte las reacciones populares. Por otro lado, al extenderse el virus y constituirse en pandemia, el capitalismo sufrió consecuencias fuera del ámbito de la salud.
Ahora, se puso en crisis el mismo sistema que, al paradigma del Libre Mercado, lo vio naufragar ante el desafío de la enfermedad. Por el contrario, reapareció la importancia del Estado frente a la consigna del “Estado Mínimo”, la meritocracia y la libertad individual. En aquellos lugares en donde la filosofía del individualismo – principio básico de los regímenes liberales – pregonaba la necesidad de “menos Estado”, la enfermedad hizo estragos. Allí se vio claramente como sólo una acción colectiva basada en la Solidaridad era capaz de enfrentar con éxito la pandemia.
Se trataba de un golpe al corazón del sistema.
El mundo hacia el Futuro
La búsqueda de un Nuevo Orden Mundial había sufrido un embate inesperado, que ponía en duda la posible estructuración de este Nuevo Orden en continuidad con el sistema capitalista. El Papa Francisco lo había dicho hasta el cansancio: “el problema es el sistema”, “nadie se salva solo”; la solución es el amor y no la competencia. Un Nuevo Mundo será obra de la voluntad humana, y nadie garantiza que no siga siendo la continuidad del que tenemos. Depende de nosotros mismos, de lo que hagamos y de lo que dejemos de hacer. El final está abierto.
Los Trabajadores y la Construcción del Nuevo Mundo
Los Trabajadores Organizados van a estar, lo quieran o no, en la primera línea de esta batalla.
La primera razón es que, por naturaleza, son agrupaciones basadas en la solidaridad, es decir que, para ellas, es antinatural el individualismo y la competencia. No es casualidad que, en el mundo capitalista, se haya querido minimizar y hasta suprimir la vida sindical. De cualquier modo, se ha hecho lo imposible para reducir a su mínima expresión la incidencia de los sindicatos en la vida social.
La principal metodología en aquellos países en los que la tradición sindical era fuerte (verbigracia, nuestro país), fue ir asimilándolos al sistema, para que sus dirigentes pensaran más como liberales que como sindicalistas. En otros, y según las variantes políticas, desprestigiarlos, asociarlos o perseguirlos.
El sindicalismo mundial adopta esta tónica de asimilación en el año 2006, con la creación de la Confederación Sindical Internacional – CSI. Al decir de un viejo maestro del sindicalismo mundial: “Hasta ahora le economía y la política en el mundo capitalista la manejaban los ingleses y los americanos”; ahora, también manejan el sindicalismo. Los trabajadores se ven amenazados, en primer término, por esta embestida cultural que intenta introducir en sus mentes la legitimidad y la inevitabilidad del individualismo, como si esto fuera no sólo natural sino lo mejor para los trabajadores. De esto se trata la “batalla cultural”, y no sólo en el campo del trabajo.
En segundo término, pero de la mano de lo anterior, el desarrollo tecnológico y la inteligencia artificial especialmente, le muestran a los trabajadores la depreciación, hasta la casi inexistencia, del trabajo humano.
La primera reacción – necesariamente – había sido de la Iglesia Católica, que sostenía explícitamente que el trabajo es “el instrumento de la dignidad humana”. El desarrollo tecnológico en manos neoliberales sostenía – en cambio – todo lo contrario, es decir, lo que ellos mencionaban como “el desarrollo cualitativo de la ciencia”, que terminaría reemplazando al trabajo humano.
Se trataba de sostener que, de alguna manera y muy pronto, la Inteligencia Artificial se haría cargo de la producción de la mayoría de los bienes y servicios. Sobre esa base se estructuraría el Nuevo Orden Mundial. Ello generaría un distinto tipo de sociedad, totalmente diferente al que conocemos. El trabajo humano no tendría la importancia que parece tener ahora y quedaría como una referencia histórica superada por el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Ahora sería la Inteligencia Artificial el motor de la producción de Bienes y Servicios, reemplazando al Trabajo Humano. Claro está que, detrás de ella, estarían los pocos que controlarían a esta Inteligencia.
Los Trabajadores y una Nueva Sociedad
La Pandemia del coronavirus alteró el escenario al revitalizar el valor de la solidaridad humana, que ninguna Inteligencia Artificial puede reemplazar. La certidumbre popular acerca de la importancia de este valor, generada en la dura prueba de las acciones colectivas que exige la enfermedad para poder ser superada, termina por poner a la humanidad frente a una certeza cultural acerca del fracaso de los intentos por hacer triunfar las políticas del egoísmo individualista.
La “batalla cultural” tiene un capítulo en el que los pueblos sienten y piensan que la solidaridad es lo más importante para su destino. La idea de que el hombre es un ser “social” por origen y destino, vence a la idea de la competencia darwinista.
Los Trabajadores y el Nuevo Orden Mundial
Un Nuevo Orden Mundial debe construirse sobre la base de esta clara evidencia de que la solidaridad es el instrumento de la construcción de estructuras, donde la justicia social sea el objetivo. Los Trabajadores serán, en gran parte, los que debieran hacer su aporte a esa construcción. Esto les exigirá tomar conciencia de la importancia del trabajo en esa construcción y la necesidad de generar – a partir de sus mejores experiencias – los modelos productivos que hagan realidad la distribución de la riqueza.
Pero la vida sindical tampoco va a ser la misma; primero, debe despojarse de los remanentes culturales que dejó en muchos de ellos el individualismo. Pero también deberá revisar sus propias estructuras, para ampliar y contener a todo tipo de trabajadores – no solo a aquellos que contenía tradicionalmente en la sociedades industriales capitalistas –, sino a los nuevos trabajadores que ya no son dependientes de empleadores tradicionales.
Y, claro está, conteniendo también a aquellos que son resultado de la aplicación de nuevas formas de labor surgidas de los avances de la tecnología. Pero fundamentalmente – sin abandonar los principios de la Unidad, la Solidaridad y la Justicia Social – un sindicalismo que se reestructure para adentro, buscando formas que lo hagan más eficiente – es decir, más protagonista y con mayores y mejores fundamentos. Y un sindicalismo de Proyecto y de Propuesta, sin dejar de lado el Rechazo y la Protesta. Los trabajadores tienen que determinar en que sociedad quieren vivir y participar activamente en su construcción.
Los Trabajadores de la Educación
Como parte de los trabajadores, tienen que participar activamente en la batalla cultural por el triunfo de estas ideas. Deben ser parte de la Política Educativa, generar activamente los currículos escolares en concierto con la Comunidad de la Escuela. Y un deber que no podrán eludir, y que deberán asumir como objetivo sustancial, será trabajar por la Integración de nuestros Pueblos. De ese modo, la “batalla cultural” tendrá en primera línea a los Trabajadores de la Educación.
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