Por Silvano Pascuzzo
Una alternativa frente a los gobiernos oligárquicos y autoritarios.
Es muy interesante observar, en los duros tiempos que corren, la decadencia manifiesta de los liderazgos políticos en las democracias liberales del Occidente Capitalista. Los hombres y mujeres que gobiernan carecen, a todas luces, de formación y visión estratégica. Su discurso y su mirada sobre el Mundo, es la de los “mercados”, la de las corporaciones; en el fondo, sus mandantes. Con pocas excepciones, medran entre un oportunismo moralmente nauseabundo y una incapacidad para armonizar intereses, que resulta, a la vez, preocupante y peligrosa.
El clima de nuestro tiempo, lábil y vertiginoso, inestable y muy pero muy “líquido”; refuerza esas inclinaciones sofísticas de la clase dirigente, salida de las burocracias tecnocráticas o capitalistas, y no de la lucha política partidaria. Sus silencios misteriosos, su dubitativas expresiones públicas y su temor reverencial ante eso a lo que le llaman “la gente”, muestra carencias intelectuales profundas y un vacío ético, teñido de utilitarismo nihilista. Toda la teoría de la representación – base de la Democracia Contemporánea – cruje bajo el peso de éstas verdaderas nulidades; seres timoratos, arribistas y corruptos.
Es interesante ver como China y Rusia, se fortalecen como grandes potencias, conducidas por otra clase hombres, En el primer caso, los burócratas maoístas del PCCh; audaces, coherentes, nacionalistas; en su ostensible espíritu autoritario, centralista y, a veces, brutal. En el segundo, un hombre que, en su coherencia espartana y lacónica, exhibe la tradición stalinista en la que fuera formado, con notable éxito y efectividad. El Socialismo sale aquí reivindicado, luego de cuatro décadas de ataques impiadosos por parte de los intelectuales liberales.
En una vuelta paradojal de la Historia, Estados Unidos y Europa – los vencedores de la Guerra Fría – retroceden, en materia geopolítica, ante el empuje de un Oriente enigmático, que desecha la Democracia de Partidos, y se apoya en el Estado omnipotente como el motor del desarrollo y el progreso social. Y el Capitalismo – contrariamente a los deseos de los académicos estadounidenses de los años 50 y 60 – convive a gusto con el Autoritarismo.
Las formas de representación liberales – parlamentos, partidos – gimen bajo el peso de Pueblos desconfiados y hartos de ver pospuestas sus aspiraciones, en nombre de un “posibilismo escueto”, que encubre la complicidad de los políticos profesionales con las élites dueñas del dinero y el poder real.
Movimientos sociales, protestas masivas, absentismo electoral, y apoyos crecientes a las derechas xenófobas y autoritarias, denotan un enorme malestar con la casta de arribistas que nos gobiernan.
Pero claro, aún perdura el espíritu transmitido por siglos de conformismo intelectual, que postula la inviabilidad de una Democracia Social. Vislumbrada por el Conde de Saint Simón (1760-1825) y por Pierre Joseph Proudhon (1809-1865); ella coloca a los Pueblos en el centro de la cuestión pública, cuestionando el sectarismo de las castas gobernantes y su elitismo patológico e inconducente en términos comunitarios. Un tipo de Orden que valora a la Igualdad como principio rector, y a las organizaciones libres como la base de la articulación de intereses contrapuestos; en sustitución – al menos parcial - del Estado Burocrático. Allí, la autoridad coordina y estimula, dialoga y armoniza, sin ser la representación de una clase dominante, sino de la Soberanía Popular.
Juan Domingo Perón (1895-1974), nos hablaba de ella cuando nos insistía en el fortalecimiento de la “Comunidad Organizada”, de los sindicatos, entidades barriales, religiosas y de fomento. Era consciente, como muchos otros, que las transformaciones irreversibles de los últimos dos siglos anteriores a su época hacían inviable los Gobiernos Oligárquicos, y que había sonado con claridad estrepitosa “La Hora de los Pueblos”.
Militar para reproducir formas caducas de representación, no era ni sería nunca el fin del Justicialismo. Este no intentaba remedar ni la caduca estructura partidocrática y caudillista del Liberalismo, ni la burocratización autoritaria de los socialismos reales; sino un nuevo tipo de Estado y de Comunidad, basados en la organización del Pueblo y en la emergencia de referentes surgidos de su seno.
Una enorme enseñanza, aún inconclusa en términos históricos, pero que puede ser la clave para salvar la Democracia de las amenazas autoritarias, sin remedar, una y otra vez, el decante orden de la poliarquía liberal, ostensiblemente caduca.
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