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El gigante chino continúa su marcha

Por Lautaro Garcia Lucchesi

La pandemia del Covid-19 ha traído consecuencias económicas impensadas. La necesidad de los gobiernos de instalar una cuarentena y obligar a sus ciudadanos a permanecer en sus casas para evitar la dispersión del virus, trajo consigo la paralización de la economía mundial. Las proyecciones de crecimiento del PIB global pasaron de un crecimiento del 2,4% a una caída que podría llegar al 3% (en principio).

La República Popular China fue el primer país afectado por el virus, y los analistas occidentales anticiparon que este podía ser el fin del gigante asiático. La situación en la ciudad de Wuhan parecía estar fuera de control y ya se estaba propagando a otras ciudades del país. Esta situación generó una disminución del renminbi, frente a la cual el Banco Central chino no tomó ninguna medida. También comenzaron a surgir rumores de un desabastecimiento de equipamiento médico para combatir el Covid-19 en China y, cuando se filtró a la prensa la intención de Xi Jinping de cerrar las fronteras de Wuhan para evitar la propagación del virus, el precio de las acciones de los sectores vinculados a la tecnología y a la industria química cayeron un 44% (muchas de las empresas afectadas eran de origen europeo y norteamericano).

Los inversores norteamericanos y europeos comenzaron a vender sus acciones pero, ante la falta de demanda, el precio de las acciones se devaluó. Una semana después, cuando las acciones cayeron hasta el límite mínimo permitido, el gobierno chino compró todas las acciones de los inversores europeos y norteamericanos al mismo tiempo. Con este accionar, China no sólo obtuvo una ganancia de U$S 2.000 millones, sino que también se transformó en el accionista principal de las compañías involucradas, por encima de los inversores europeos y estadounidenses. Además, se ha convertido en el único propietario de la industria pesada de la que dependen la Unión Europea, los Estados Unidos y el resto del mundo. De esta manera, China fijará el precio de este sector del mercado y los ingresos obtenidos no saldrán de China, lo que permite proteger el oro chino. El nombre de la operación fue "jaque mate"; imposible ser más certero.

Para evitar que este accionar, u otro similar, se repita, algunos países ya han tomado medidas al respecto. Por ejemplo, la India decidió que cualquier inversor extranjero, proveniente de algún país que comparte fronteras con la India, sólo podrá hacer efectiva su inversión si el gobierno le otorga su aprobación. El objetivo es, justamente, evitar que inversionistas oportunistas se apoderen de empresas cuyo valor de mercado ha caído producto de la pandemia. El gobierno chino ya formalizó una protesta, argumentando que esta medida viola los principios instituidos por la Organización Mundial del Comercio en materia de comercio e inversiones. China ya posee inversiones en la industria india por un valor superior a los U$S 8.000 millones, incluyendo los sectores automovilístico, de celulares y de infraestructura. Según el Global Public Policy Institute, el gobierno alemán también ha comenzado a elaborar medidas para contrarrestar esta situación, reforzando las regulaciones relacionadas a la inversión extranjera. El avance de la Nueva Ruta de la Seda sobre el Viejo Continente le permitió a China controlar parte de algunos sectores estratégicos, como puertos, energía y robótica. Las autoridades europeas temen que la República Popular pueda aprovechar la situación de vulnerabilidad para extender su influencia.

Con respecto a la UE, la falta de solidaridad entre el norte y el sur no permite poner en marcha un programa coordinado de recuperación económica post- pandemia, a partir de la emisión de nueva deuda pública europea. El gobierno italiano propuso la creación de un Fondo Europeo de Reconstrucción, financiado mediante la emisión de “coronabonos”: instrumentos de deuda emitidos por el Banco Central Europeo con garantía común de todos los países (el riesgo es compartido o mutualizado por todos los países miembros), que todos los países miembros podrían adquirir para enfrentar la crisis económica y sanitaria. Pero los países del norte de Europa, especialmente Alemania y los Países Bajos, se opusieron completamente. Alemania argumentó que la emisión de este tipo de bonos no se encuentra dentro de los tratados constitutivos de la UE, por lo que se debería avanzar en un nuevo texto comunitario, lo cual llevaría entre 2 y 3 años, según la Canciller Merkel. Por su parte, los Países Bajos se oponen a la mutualización de la deuda, porque consideran que esto significaría una transferencia permanente de los países ricos del norte a los derrochadores del sur.


El presidente italiano Giuseppe Conte declaró que, en esta crisis “o todos ganamos o todos perdemos (...) La UE y los países de la zona euro no pueden darse el lujo de repetir los mismos errores cometidos durante la crisis financiera de 2008, cuando no fue posible ofrecer una respuesta conjunta”. Por su parte, Emmanuel Macron afirmó que la UE no tiene otra opción más que emitir este instrumento de deuda con garantía mutualizada. La alternativa “es el colapso de la UE como proyecto político”. Josep Borrell, representante de la UE para la Política Exterior, consideró que los Estados se verán obligados a entrar en el capital de las empresas, para solucionar problemas que ya no son de liquidez, sino de solvencia.

Pero no todos los Estados europeos cuentan con los mismo recursos para intervenir en las empresas, y muchas se verán obligadas a caer en la bancarrota si no hay un accionar común en toda Europa. Frente a eso, el gobierno chino podría aprovechar la caída en el valor accionario de algunas empresas para transformarse en socio mayoritario de ellas.

Por otro lado, la colaboración del gobierno chino con el resto del mundo, enviando equipamiento médico necesario para combatir la pandemia, modifica la imagen que muchos países del mundo tienen del gigante asiático. El gobierno chino comprende la idea de los tres niveles del poder de Joseph Nye a la perfección: sabe que el poder militar es sólo efectivo en el muy corto plazo, y sus costos son muy altos; por ello, opta por el poder económico y por lo que Hans Morgenthau denomina el imperialismo cultural, operando sobre la imagen que el resto del mundo tiene sobre su país.

Estados Unidos y sus aliados son conscientes de esta mejora de la imagen de China, especialmente cuando las potencias occidentales, que inicialmente subestimaron la pandemia, se hunden frente al avance del virus. Para intentar contrarrestar esta retórica, Trump ha comenzado a hablar del “virus chino” y sus aliados, como Francia y el Reino Unido, han comenzado a pedirle explicaciones a China. Estos cuestionamientos se contradicen con los elogios que muchos líderes habían pronunciado hacia China por su manejo inicial del virus, como el mismo Trump hizo en un tweet a finales del mes de enero.

Al mismo tiempo, la decisión de Trump de cortar el financiamiento de su país a la Organización Mundial de la Salud, y de oponerse a que el FMI pueda otorgar ayuda financiera a China e Irán no contribuye a mejorar su imagen en el mundo. La improvisación inicial con la que se manejó Trump llevó a que los Estados Unidos superaran a Italia como el país con mayor cantidad de muertos e infectados por Covid-19. La imagen de Estados Unidos como el modelo a seguir, uno de los pilares del poder blando norteamericano, se ha resquebrajado completamente. Y la única respuesta gubernamental frente al colapso del sistema de salud ha sido culpar a China de todo. Por si el control del virus no fuera lo suficientemente complicado, la paralización económica también tuvo un fuerte impacto en el sector petrolero norteamericano. El precio del West Texas Intermediate llegó a hundirse hasta los U$S -37,63 el barril, lo que significa que los productores norteamericanos de petróleo pagaban a los compradores para poder colocar los barriles. Esto se debió a que, producto de la paralización de la producción en todo el mundo, las instalaciones para almacenamiento de crudo se están llenando y no son suficientes para poder almacenar la producción diaria de crudo. El hundimiento global de la demanda provocó que los recortes de producción acordados entre los países de la OPEP y sus aliados, incluyendo a Rusia, fuera insuficiente; el sector petrolero presenta el agravante de que un pozo, una vez abierto, nunca se cierra (exceptuando el caso de los pozos de fracking) debido a la dificultad de recuperar la presión original de un reservorio cerrado, por lo que la producción puede reducirse pero no detenerse. En un contexto de hundimiento de demanda, la oferta continúa expandiéndose, y esto lleva al precio del crudo a la baja.

El impacto económico total y la forma en la que se llevará a cabo la recuperación económica todavía son una incógnita. Pero, en principio, la República Popular China parece salir mejor parada de cara al futuro. El gigante chino continúa su marcha hacia la construcción de un nuevo orden global. Y ni siquiera el virus parece poder detenerlo.

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