Por Silvano Pascuzzo
Sobre el Falso Maquiavelismo de la Unidad Nacional: El discurso de la “Unidad Nacional” en las sociedades modernas, ha sido siempre peligroso. En primer lugar, porque puede esconder aspiraciones conservadoras y totalitarias, que en el fondo lo que buscan es eliminar y reprimir los conflictos, en su creencia de que son disruptivos del “orden social”, natural o convencional. En segundo término, en otra versión, esta vez más cándida y “naif”; persigue la concordia y la convivencia, diluyendo el concepto de poder estatal, hasta el punto de volverlo impotente. Esta última visión, es riesgosa frente a los embates de los sectores violentos y autoritarios, que encuentran en él la rendija para violar la ley y amedrentar a las fuerzas políticas democráticas.
Nosotros hemos venido reiterando, a lo largo de varias notas, que el Gobierno Nacional parece estar dormido y anestesiado. Que se esfuerza – vanamente – en emitir gestos de distensión y buenos modales; mientras permite que los grupos más dinámicos y brutales de las clases hegemónicas y sus lacayos fascistas de la clase media; gorilas y reaccionarios; aprovechen las circunstancias y avancen con su rearticulación, luego de la derrota de octubre de 2019. La confianza en el “diálogo”, lo ha dejado “rengo” al Estado, en su necesaria faceta de autoridad.
La justificación maquiavélica que sostiene que debemos ponernos en “modo amigable”, no está dando resultado en la imposición de los temas de la agenda pública, ni en la dinámica política real. La derecha elige los temas y los lugares de la disputa, y nosotros respondemos con gestos altisonantes y motivados por loables aspiraciones; pero absolutamente ineficaces a la hora de llevar a puerto, los objetivos planteados a la sociedad, al inicio del mandato. La pandemia de COVID 19, no es una excusa – y no debe serlo – para no corregir la estrategia de acumulación de poder, frente al enemigo – porque no es adversario, es enemigo – del Movimiento Nacional.
La ampliación de las alianzas ya se ha realizado. Ahora hay que gobernar. Y dar solución a los múltiples problemas de la Argentina. Necesitamos eficacia en la gestión, dinamismo en la acción y, sobre todo, aliados confiables, que no significa obsecuentes. Esos aliados deben estar comprometidos con una visión de país similar a la nuestra, y deben reunir requisitos que avalen, por lo menos, su compromiso real con la misma. Sumar nombres y sellos para la foto, puede ser una jugada interesante para que cuatro analistas y tres periodistas bien pagos, lancen mensajes de convivencia por los medios que simpatizan con el Gobierno; pero no aseguran la consolidación de un Frente Político que ya no tiene como objetivo ganar una elección, sino gobernar y quebrar las inercias de un país injusto y desigual.
Uno entiende que los funcionarios públicos se muestren mesurados y serios, pero no que intenten justificar la inacción y la lentitud en las decisiones fundamentales, poniendo como excusa la pandemia. Y menos, que nos digan, con total desparpajo, que la Sociedad Rural Argentina, la Cámara de la Construcción y el sector “amigable” del PRO, ahora son algo distinto de lo que fueron hace pocos meses. Con sinceridad, eso tiene el aspecto de un discurso para “la gilada”. Es lógico articular políticas con ellos, es natural reunirse por cuestiones sectoriales; pero es una falacia evidente que vayan a plegarse a una “estrategia de reconstrucción nacional”, cuando han sido parte de la destrucción que ahora hay que reparar y superar. Suena más a un indulto, que a un razonamiento político serio. Es casi, una puerilidad.
Estas cosas siempre siembran malestar en las propias filas, sin comprometer seriamente a nadie del otro lado, en acuerdos duraderos. Los policías que espiaban a Cristina, eran de la Policía de Larreta. Su gobierno es un aguantadero de delincuentes y bandidos. No se puede sostener que Vidal es ahora una persona razonable y moderada, cuando todos sabemos que es uno de los elementos más reaccionarios y peligrosos de la oposición. No es justo, y útil, tomar a nuestras y nuestros fieles compañeras y compañeros, por “idiotas”, que creen cualquier discurso de ocasión. Pueden aceptar transitorias agachadas, por Fe o buena voluntad; pero no agresivas puerilidades sobre “realismo”, que no cierran por ninguna costura.
Argentina está dividida. Dicha división no se cierra con palabras y con fotos. Se cierra con gobiernos eficientes y ejecutivos, que usen el poder y lleven adelante reformas, en las anquilosadas estructuras que sostienen la hegemonía oligárquica y la dominación de una élite corrupta y cipaya. Estos tipos no creen en el diálogo y la convivencia, son facciosos, oportunistas y, sobre todo, traidores congénitos. Sus ideas “liberales” llevan ínsitas las inclinaciones utilitaristas, que les impulsan a justificar cualquier latrocinio, con cara de piedra y total desparpajo. Confiar en Rodríguez Larreta, Funes de Rioja o, incluso, en personajes como Duhalde, es un error gravísimo.
Las buenas costumbres son para las fiestas de 15; no para el ejercicio del poder. Tener gente educada en el Gobierno, no significa confiar en la reciprocidad de individuos cuya historia, lejana y reciente, los ubica inexorablemente en contra de lo que hagamos; del modo que lo hagamos. Tenemos que ampliar la base social de nuestro proyecto, empezando por conservar a los votantes que confiaron en nosotros. Si los defraudamos con demoras, gestos equívocos y desmesuras gestuales hacia nuestros adversarios, corremos el riesgo de sembrar ingratitudes y desconcierto, reduciendo apoyos en lugar de ampliarlos. Los fieles, también tienen sus límites; al momento de sentirse ultrajados. Es conveniente no olvidarlo nunca.