Por Silvano Pascuzzo
Maximización de beneficios y socialización de pérdidas.
La deuda externa, ha sido, para los argentinos un verdadero “crimen social”, tal y como la caracterizara Néstor Forero en el título de su conocida obra sobre el tema. El análisis de sus causas y sobre todo de sus consecuencias, es lo suficientemente denso, como para no poder realizarse, seriamente, en unas pocas líneas. Pero sí, es posible dejar planteados algunos temas que transitan, con notable persistencia, la evolución de la economía nacional, y que tienen un estrecho vínculo con la cuestión del endeudamiento público.
En 1975, en el mes de julio, el gobierno de María Estela Martínez de Perón, ponía en funcionamiento, una maquinaria perversa de acumulación, consistente en ajustar el conjunto del aparato productivo del país, a la desmesuradas ambiciones de lucro, de una minoría de empresarios locales, asociados al capital financiero global; por medio de tres mecanismos básicos: la devaluación del peso, la fuga de divisas al exterior y la liberalización de los costos de la economía; con efectos dramáticos sobre el salario de los trabajadores y el mercado interno.
El “Rodrigazo”, fue entonces, la primera experiencia práctica, de vaciamiento de la riqueza nacional, por parte de un grupo de tecnócratas y empresarios, que dominarían el escenario económico argentino, durante más de cuatro décadas.
El “Plan de Estabilización” de abril de 1976, fue la consecuencia inmediata de las decisiones tomadas por hombres que transitaron los meses previos y posteriores al Golpe del 24 de Marzo, por los pasillos de la cartera de Hacienda: Ricardo Zynn, Aldo Ferreres y Guillermo Walther Klein; los discípulos dilectos del Profesor de la Universidad de Chicago y economista ortodoxo, Milton Freedman, colaboradores tanto de Celestino Rodrigo como del Ministro Civil de la Dictadura Genocida: José Alfredo Martínez de Hoz.
La matriz de acumulación que nacía por entonces, no ha podido ser quebrada ni transformada, por ninguno de los gobiernos surgidos del voto popular, a partir de 1983. Grupos económicos locales, en alianza estratégica con el capitalismo mundial, pusieron en marcha, al amparo del terror primero, y de una dirigencia política débil, después, un esquema de valorización de activos y de fuga de recursos monetarios, sin precedentes en la Historia Argentina. A través de la toma de créditos externos, dispendiosamente entregados por bancos y por organismos multilaterales, se pudo montar una maquinaria de especulación y usura, que transformó a la postre, esa “deuda privada”, en “deuda pública”; fugando dividendos cuantiosos, socializando las pérdidas entre todos los argentinos.
La Deuda ha sido – y es – la principal fuente de enriquecimiento, para una minoría selecta, que vive y ha vivido de la “timba financiera”, y que suele presentarse, como la vanguardia del desarrollo y el progreso nacionales.
Succionando dinero de la actividad productiva – básicamente de las pequeñas y medianas empresas - , del Estado y de los bolsillos de los trabajadores; una parte de la burguesía se ha hecho varias veces millonaria.
Es importante que pongamos énfasis en ésta dimensión del problema, porque no han sido ni la inversión, ni los negocios exitosos, ni la competitividad, el origen y la fuente de la riqueza de éstos empresarios; sino una operación sistemáticamente arrasadora de los sectores generadores de empleo, fraudulenta y nociva en extremo. Y, dicho sea de paso, han contado sus autores, con la complicidad activa de intelectuales, periodistas, políticos y dirigentes sindicales; así como de gobiernos extranjeros y de instituciones como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Los acontecimientos ocurridos en los últimos meses, repiten – calcados – estos mecanismos de succión de capitales y valorización financiera, a través del instrumento de la deuda pública, y la posterior fuga de dólares a paraísos fiscales, nidos y aguantaderos de ganancias procedentes de la corrupción, el narcotráfico y la venta ilegal de armas. El “Macrismo” ha hecho, por sexta vez en un siglo, lo que otros gobiernos hicieron, pero con un punto de partida distinto: la operación – tan burda y descaradamente impune, cómo las anteriores – pudo ésta vez ser visualizada con mayor nitidez, gracias a la política de desendeudamiento iniciada en 2005 por Néstor C Kirchner. Hoy es posible, identificar no sólo a los responsables del saqueo, sino a sus beneficiarios; al mismo tiempo, que se generan las condiciones óptimas para estudiar y decodificar, llevándolos a conocimiento público, los perversos mecanismos legales y financieros utilizados para saquear el país.
A partir de la asunción del próximo gobierno, habrá que detener la sangría de recursos que sufre la economía nacional, obturando los diversos canales por los que éstas van a engrosar las cuentas privadas en el exterior, alimentando negocios cortoplacistas de fondos especulativos. Pero también, habrá que recordar, que los actores hegemónicos que han desarrollado éstas políticas desde 1975, no son integrables a ningún proyecto nacional autónomo y democrático.
Ellos no han respetado ni siquiera la figura de uno de sus hijos dilectos, el Presidente Mauricio Macri, vástago de una de las familias que ha constituido el grueso de su patrimonio, asociada con la Dictadura genocida, y con un Estado prebendario y ciegamente orientado hacia el abismo, por políticas pensadas para defender sus intereses particulares.
Es importante, de éste modo, que podamos reflexionar sobre las causas de nuestra frustración como país, sin miedo y sin temores que puedan inmovilizarnos. Los miles de millones de deuda contraída en pocos meses, han ido una vez más a beneficiar a unos pocos, en detrimento de la mayoría. Son el resultado, creemos, de una ideología que exalta el egoísmo y la prevaricación, presentándolos como virtudes; y de la hegemonía social y cultural de una clase dominante, que disfruta de su opulencia, bajo la mirada de un Pueblo empobrecido y de una Nación postrada.
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