Por Matías Slodky
El año 1945 representa en nuestra historia, sin lugar a dudas, un año decisivo. El ‘45 es, a grandes rasgos, el definitivo cierre de un largo proceso histórico, social y político iniciado en los albores del gobierno de Mitre, con la instauración de una seguidilla de gobiernos de enjambre conservador-oligárquicos, que gobernó el país por casi 80 años de forma constante e ininterrumpida. De tal forma que, en ese año, la idea del país predominante confrontó arduamente – y con varias ventajas – contra el nuevo movimiento, joven, heterogéneo, novedoso y, en algunos aspectos, muy desorganizado como lo es y fue, en ese entonces, el “peronismo”.
La intención de este artículo no será relatar de forma sistematizada los hechos que conllevaron al 17 de octubre, sino que, a partir de esa fecha tan simbólica, describir y conjeturar sobre el proceso histórico que se originó hasta finalizar en las elecciones del 24 de febrero de 1946, en la cual los hechos auspiciados por la clase obrera , los sindicatos, en fin, por los sectores marginados y desclasados de la sociedad Argentina que marcharon aquel mencionado 17 de octubre en contra de todo pronóstico, con un único fin, la liberación inmediata de su líder, apresado días antes en la Isla Martín García en manos de un sector del ejército que veía en Juan Domingo Perón una grave amenaza al orden establecido hasta el momento; por esto no dudó en pactar con el viejo régimen previo a la intervención militar del ‘43 - mejor llamada Revolución del ‘43- para despejar a este carismático general. Aquel 17 de octubre, el peronismo selló el pacto con el movimiento obrero y las masas populares que, como renglones atrás mencioné, se ratificó en forma electoral e institucional en febrero del ‘46.
Ahora bien, la seguidilla de hechos hasta llegar a las primeras elecciones democráticas y transparentes desde 1928 son, además de muy interesantes, piezas eje en la formación institucional del peronismo; la causa de lo mencionado es, por un lado, la formación de los partidos integrantes del movimiento peronista, la línea dirigencial que se forma a partir de estos hechos, la simbología discursiva que instrumenta Perón - propia de su carisma e inteligencia -, formando un movimiento populista, donde la discursiva del líder para identificar al enemigo es más que esencial y, por la otra cara de la moneda, la conformación de la oposición interpartidaria, como lo fue la Unión Democrática al frente de sus candidatos José Tamborini y Enrique Mosca.
En primera instancia, luego del llamado a elecciones por el gobierno militar de Edelmiro Farrell, la oposición, o mejor denominada la “Vieja” política Argentina que enfrentó al peronismo, estaba conformada por los bastos y antiguos partidos políticos de nuestro país, por lo que era totalmente heterogénea y contenía un gran espectro dentro de ella, que iban desde el Partido Comunista, Partido Socialista hasta la Unión Cívica Radical, Partido Progresista o incluso sectores del Partido Conservador.
Esta coalición de partidos se propuso al momento de armar las candidaturas a Presidente y Vicepresidente de la Nación, para la recuperación a toda costa del control político, económico y estamental que había perdido en 1943; la búsqueda insaciable de lo que creyó que era suyo por naturaleza, por ésta y varias otras torpezas que sucedieron durante la campaña electoral, derivó en la derrota avasallante contra el peronismo. Es jocoso pensar que la Unión Democrática creyera, ingenuamente, que la sola apertura de comicios libres le otorgaría un contundente triunfo en los mismos, ignorando completamente el proceso que había vivido el país desde el ‘43, sumado a la ligereza con que trataron a la figura de Perón.
En primer lugar, ignoraron el crecimiento económico que había experimentado nuestro país a partir del ‘43; la contundente masa de obreros que crecía día a día debido al proceso de industrialización llevado a cabo en la Argentina hacía más de 10 años, pero con mayor fuerza y como política central de Estado a partir del ‘43. A su vez, se cegaron al ver como la totalidad del reciente movimiento obrero y sindicatos se estructuraban de forma empoderada detrás de la figura del director de la Secretaria de Trabajo y Previsión, un tal Juan Perón, desplazando así a sectores del partido comunista que dirigía o “creía tener la lealtad” de varios sindicatos. Es por esto que, en esos 36 meses de gobierno militar, habían ocurrido procesos políticos y sociales tan profundos que habían conseguido desembocar en este gran movimiento de masas que marcaría con su presencia toda la década siguiente.
Siguiendo con esta lógica, la Unión Democrática analizó catastróficamente el escenario internacional, el cual, en esos años, comenzaba a salir arduamente de la mayor guerra en la historia de la humanidad, donde los países victoriosos utilizaron al Estado como eje y motor central para encender sus economías devastadas, inyectando dinero para generar demanda, como lo había promulgado Estados Unidos ya en los ‘30 con el New Deal, realizando lo que se denominó Estado de Bienestar.
Todos estos errores fatales de análisis político y análisis internacional, hicieron ver a esta fórmula de varios partidos totalmente anacrónica con los tiempos que transcurrían, a pesar de utilizar a los cuadros políticos más respetables, si se quiere, de la política argentina, pero que no lograrían ser Presidente y Vicepresidente de la Argentina en esta tumultuosa elección, aunque quizás sí lo hubieran logrado veinte o veinticinco años atrás.
Aunque, sin duda, el error más grave de la oligarquía y la vieja política fue la campaña discursiva y simbólica que utilizaron para denostar a la figura de Perón. La campaña giro a través de un profundo odio irracional a Perón, mencionando, cada vez que podían, que la Argentina estaba en peligro si ganaba este personaje “NaziFascista” o que, simplemente, era un agente alemán; esta intensificación y fabulación de Perón como un monstruo produjo dos cosas realmente llamativas: La primera es la creencia, por parte de los propios dirigentes, de que lo que escribían era cierto y que la única solución era aplicar la doctrina Rodríguez Larreta para que existiese la posibilidad de una invasión aliada para destruir a este líder “Nazi” que azotaba a nuestro país; en segunda instancia, sus expresiones de odio o pintadas de odio como “Nazismo o Libertad” produjeron que se viera a la Unión Democrática como totalmente anacrónica y burlesca, al utilizar a Perón como blanco único de sus ataques, agigantando sin lugar a dudas su imagen popular y convirtiendo a sus persona en la encarnación de lo que una parte del país sentía como legítimo. Esta grave destilación de odio cegó completamente a la oposición peronista, obviando por completo cualquier virtud de Perón y sus capacidades para dirigir y persuadir.
En contraposición a lo mencionado, el camino de Perón a la victoria enfrentó muchos más desafíos, por la heterogeneidad de su movimiento y su débil institucionalización por fuera de la provincia de Buenos Aires, ya que varios dirigentes y familias patronales de provincias como San Juan y Mendoza, quitaron apoyo a la figura de Perón semanas previas a las elecciones.
El peronismo se vio convalidado por dos partes esenciales; la primera fue la reconfiguración de parte del radicalismo que se unificó tras la figura de Perón, en su mayoría dirigentes de segunda y tercera línea de la Unión Cívica Radical, la cual se denominó Unión Cívica Radical Junta Renovadora, presidida por el futuro vicepresidente Hortensio Quijano. Esta Junta Renovadora se propagó por todas las 14 provincias de ese entonces, procurando varios dirigentes de tradición Yrigoyenista en su mayoría, pero no escatimando en alvearistas y antipersonalistas, como lo fue
Quijano. La segunda parte fue la integración por parte del sector popular y sindical, dando lugar al Partido Laborista, el cual era presidido por Cipriano Reyes - del rubro de la carne.
No hace falta decir que estos dos sectores que, en su mayoría, integraban el partido peronista, tuvieron fuertes conflictos durante la campaña y la imposición a la hora de la elección de los candidatos, tanto a gobernadores, como lo fue el gran amigo de Perón, Domingo Mercante en la Provincia de Buenos Aires - electo días antes de los comicios - como varios Diputados o Senadores, generaron que fueran en listas separadas sólo en ese rubro.
Sumado a este cóctel, un gran conjunto del conservadurismo integró el peronismo, ya que este sector entendía la necesidad de un proceso ordenado como respuesta a los cambios de carácter inevitable que configuraban el espectro nacional. De esta forma, otorgaron en forma de alianza y unión al peronismo, el aparato electoral, principalmente en las provincias del interior - y mismo la de Buenos Aires -, a Perón durante las elecciones. El partido llevó el nombre de Partido Independiente, el cual contenía el nombre de reconocidos dirigentes, como es el caso de Manuel
Fresco, ex gobernador de la Provincia de Buenos Aires.
Así, estos dos modelos de país llegaron a las elecciones, donde la prensa “Independiente”, como la Nación, La Prensa y Clarín, expresaban en sus líneas el convencimiento que la fórmula opositora sería la victoriosa y ganaría con una clara ventaja en todas las provincias, principalmente la de Buenos Aires, la intendencia de Capital Federal o mismo, las provincias del interior. Hecho que no logró resistir los primeros datos, donde Perón sacaba ventaja clara en la mayoría de las provincias y, en las provincias que comenzó segundo, finalmente se revirtió ocasionando la victoria en 13 de las entonces 14 provincias y, por supuesto, a nivel nacional con un resultado apabullante de 269 electores a 64.
Llegando a las conjeturas finales, lo que apareció en el ‘45 fue una serie de valores y evidencias que determinaron la jornada del 17 de octubre y el 24 de febrero, cuyo resultado fue la expresión numérica de una gran revolución popular, una gran conciencia y empoderamiento a toda la clase trabajadora y posterior politización. La figura de Perón expresaba juventud, novedad y, en cuanto a la política, se quebró profundamente a toda la nombrada vieja política, ya que ofreció una alternativa totalmente diferente de las presentadas hasta ese entonces. Esa fue la real revolución que logró realizar, desplazando a todo el arco político y sus figuras, como las de Sabattini, Tamborini, Mosca, Solano Lima, Palacios y Ghioldi, entre varios grandes dirigentes que formaron la Unión Democrática que, a fin de cuentas, fue la expresión de liberalismo y la oligarquía de manejar el país como si se estuviera viviendo diez años atrás, o mejor dicho, - como se mencionó antes - como si no hubiera existido una proceso de industrialización, una guerra mundial o la incorporación de miles de trabajadores y trabajadoras a la vida política, social y cultural Argentina.
De esta forma queda en evidencia lo que destacó Félix Luna en su gran libro “El 45”: “A Perón no se lo odiaba por su ambición ni por su demagogia sino porque había venido a interrumpir abruptamente el inofensivo juego político que se había jugado hasta ese entonces, en el que todos los partidos tenían premios. La súbita aparición de este intruso que pronunciaba palabras inimaginables, que entregaba a las masas la peligrosa claves para la compresión de la realidad nacional”.