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El Brexit es (casi) un hecho

Por Lautaro Garcia Lucchesi

La victoria de Boris Johnson en las elecciones británicas del último jueves, transforman la salida del Reino Unido de la Unión Europea en, prácticamente, un hecho. Aunque habrá que esperar hasta el 31 de enero del año próximo, fecha en la que se termina la última prórroga otorgada por la Comisión Europea. El Partido Conservador logró la mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes, al obtener 365 escaños (la mayoría se obtiene con 326 solamente).


Esta es la mayor victoria electoral obtenida por los tories desde 1979, época de gloria de la “Dama de Hierro”, Margaret Thatcher. Ello se explica, más que por el liderazgo de la figura de Johnson, por la abrumadora caída en el apoyo al Partido Laborista, que registró su peor performance, en cuanto a escaños, desde 1935 (su líder en dichas elecciones era Clement Attlee, que 10 años después se transformaría en Primer Ministro).


Este resultado revela, entre otras cosas, un hartazgo de la población británica con el tema “Brexit” y con las intenciones del Partido Laborista de convocar a un nuevo referéndum sobre el tema, para después tomar una decisión al respecto. Por esta razón, ciudades del norte y centro de Inglaterra, históricamente bastiones laboristas, cambiaron su voto hacia los conservadores. También el apoyo de Nigel Farage al Partido Conservador, al retirarse de la elección, canalizó todos los votos euroescépticos hacia ese partido.


El otro ganador de este comicio fue el Partido Nacionalista Escocés (SNP por sus siglas en inglés). El partido liderado por Nicola Sturgeon obtuvo 48 de los 59 escaños que se disputan en las circunscripciones de ese país, aumentando en 13 escaños lo obtenido en las elecciones de 2017.


Esta performance del SNP, y la victoria de los conservadores, hacen esperable que los nacionalistas escoceses presionen al primer ministro para que les otorgue un nuevo referéndum por su independencia, dada la bifurcación en los caminos de ambos Estados respecto de la relación con la UE. Recordemos que, en el referéndum por el Brexit, los escoceses apoyaron mayoritariamente la continuidad en ese proceso de integración.


Las próximas elecciones parlamentarias escocesas están pautadas para el 2021. Si el SNP revalida su liderazgo, y Nicola Sturgeon continúa como Jefa de Gobierno de ese país, el choque con Westminster está garantizado. Boris Johnson ya ha expresado que no está dispuesto a convalidar un nuevo referéndum, por lo que un conflicto como el que se vive en Cataluña puede ser una posibilidad.


El otro territorio hacia el cual debemos dirigir nuestra mirada es Irlanda. Este país miembro de la Unión también votó mayoritariamente en contra la salida de la UE, por lo que se abre la posibilidad de que allí también se origine una presión contra el primer ministro para que les otorgue un referéndum. Además, por primera vez, los nacionalistas irlandeses han obtenido más escaños en la Cámara de los Comunes que los pro británicos. En caso de que este referéndum se concretara, y de que las dos Irlandas volvieran a ser una, el acuerdo de Johnson con la Comisión Europea debería ser modificado. Uno de los principales escollos para lograr el acuerdo era la frontera entre las dos Irlandas, pues la instalación de una frontera física podría poner en peligro los acuerdos del Viernes Santo.


Sin embargo, tanto la aprobación del referéndum como la unión de las dos Irlandas no son posibilidades factibles, al menos, en el corto plazo. Subsanada la disputa comercial entre China y Estados Unidos con el acuerdo en fase 1, la única diferencia que existía entre Trump y Johnson ha desaparecido. Por esto, la posibilidad de un Tratado de Libre Comercio entre ambos Estados, algo con lo que Trump ya había coqueteado, también puede vislumbrarse en el horizonte. Este TLC debe ser analizado con detenimiento, porque no debemos olvidar los aranceles que la actual administración norteamericana impuso a la UE, por unos 7.500 millones de dólares en concepto de un fallo de la OMC a favor de EE.UU. por subsidios a Airbus. Aunque éstos, en su mayoría, gravaron a productos comestibles o bebibles. Sin embargo, Trump ya ha amenazado con imponer nuevos gravámenes a las importaciones de automóviles y autopartes provenientes de los países miembros de la UE.


Aunque, recientemente, la Comisaria de Comercio Cecilia Malmström declaró que considera improbable que Trump cumpla con esa amenaza, dado el anuncio de postergación de dicha medida, no hay que descartarlo. Aún más si el TLC con el Reino Unido se concreta, porque esto podría impulsar una relocalización de las automotrices europeas hacia Gran Bretaña con el objetivo de evadir esos potenciales aranceles y poder exportar libremente hacia los Estados Unidos. Esto afectaría fuertemente a los principales países industriales de Europa, tanto a nivel ingresos como a nivel empleo.


Esto podría impactar sobre el descontento que existe de algunos sectores europeos con los partidos políticos tradicionales, muchos de los cuales han canalizado su enojo en apoyo a los partidos euroescépticos de extrema derecha. La concreción del Brexit podría transformar la propuesta de salir de la UE de estos partidos de una mera amenaza discursiva a una realidad concreta. Esta idea parece más firme aún si incorporamos al análisis que, más que un derrumbe económico, la victoria de Johnson fue acompañada por una suba de la libra esterlina, frente al dólar, de un 1,3% y una suba positiva generalizada en las diferentes bolsas del mundo, como consecuencia del fin de la incertidumbre respecto al Brexit.


Y, si a todo esto le agregamos que la Organización Mundial del Comercio ha quedado virtualmente paralizada, por la decisión de Trump de negarse a nombrar nuevos jueces para que formen parte del Tribunal de Apelación en materia de conflictos comerciales de ese organismo multilateral, la UE no tendría instancias en las cuales apelar esa decisión, debiendo conformarse con la imposición de medidas unilaterales, que podrían derivar en una conflictiva escalada comercial con los EE.UU.


En síntesis, una realidad que muchos analistas subestimaban como casi imposible, se ha transformado en una realidad que sólo es cuestión de tiempo. Esto abre nuevos escenarios que, a primera vista, asoman como conflictivos. Sólo queda esperar hasta el 31 de enero de 2020, para poder observar cómo se reconfigurarán las posiciones de los diferentes actores involucrados, tanto al interior del Reino Unido como en el exterior.

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