Por Silvano Pascuzzo
La crisis económica y la pandemia de COVID 19, han puesto a prueba a la coalición liberal progresista que gobierna nuestro país, desde el momento inicial de su mandato. Timoratos, dubitativos y vacilantes, sus jefes no han atinado a acertar con una sola de las medidas tomadas, para morigerar los efectos de ambas catástrofes. Como venimos diciendo reiteradamente desde nuestras columnas, se han quedado a mitad de camino, empezando ya a no conformar a nadie, y a disgustar a todos, por motivos convergentes pero distintos. La falta de rumbo no es el resultado de la “Unidad”, sino del esquema táctico que ésta ha sostenido para llegar al gobierno y ejercer la dirección del Estado.
La famosa superación de la “Grieta” ha sido el discurso, el caballito de batalla del Frente Renovador – léase el Peronismo de derechas – desde hace mucho tiempo. Presume la existencia de una masa de votantes dispuestos a sostener un proyecto superador de las contradicciones históricas de la Argentina. Y, en realidad, lo que Sergio Massa y sus acólitos querían – y siguen queriendo – es formar parte de un conglomerado de fuerzas políticas que pacte con el “poder Real”, para instaurar un orden favorable a sus intereses, sin resistencia social organizada, ni liderazgos que amenacen su predominio. Un Infierno, acondicionado a las exterioridades de un falso Paraíso. Lo que la semana pasada llamábamos: “El Contubernio Herbívoro”, parafraseando al gran Arturo Jauretche, en la elección de los vocablos.
Es evidente que el ex militante de la Juventud Liberal de Álvaro Alsogaray en los años ‘80, es quien gobierna hoy, a través del “Vicario” que ocupa los despachos de la Casa Rosada, por decisión del único liderazgo en la Historia Argentina que se ha auto inhibido de coronar una Victoria: el de Cristina Fernández de Kirchner. Es el Frente Renovador quien controla el devenir de las principales políticas públicas aplicadas, quien incentiva el diálogo con los empresarios de las grandes corporaciones y quien domestica a la dirigencia gremial, por medio de los dirigentes corruptos y cobardes que manejan ilegítimamente al Movimiento Obrero. El Kirchnerismo es apenas el anzuelo, que mantiene fieles aún a los incautos, a los temerosos y a los comprables. Un rol menor, como de decorado.
Es curioso que el Movimiento Nacional intente, después de los años de Menemismo, reeditar la ecuación que intentaran Raúl Alfonsín y Antonio Cafiero, hace más de treinta años. En un contexto mundial muy diferente, y con problemas estructurales que se han agravado desde entonces, sin encontrar una vía de superación efectiva y duradera. La clase política se comporta, más que nunca, como una “casta de extraviados” que, lejos del Pueblo y de sus pulsiones íntimas, sólo es abyecta ante los poderosos, en lugar de serlo “ante la Voluntad de las Mayorías”; a las que no conduce ni lidera, y a la que, cada cuatro años, le pide el voto, para seguir usufructuando cargos y canonjías.
El adversario tiene, por el contrario, conducción, estrategia y un proyecto para pocos. Además, dispone de una masa de votantes y simpatizantes que, luego de la derrota de 2019, se ha dado cuenta que el Moloc del Kirchnerismo es apenas un pequinés desdentado, sometido a los amos del país, con una correa que él mismo se ha puesto en el cuello, para ser el convidado de piedra, en el circo caleidoscópico de los desaguisados del Presidente y su elenco de funcionarios cobardes y timoratos. Presiona, moviliza y gana las calles con virulencia y ambición de retorno, en la seguridad de que nunca ha tenido el antipopulismo una oportunidad como ésta, de matar dos pájaros de un tiro: a los herederos de la juventud maravillosa y a los de la corrupta y decadente burocracia sindical.
Sus líderes se muestran combativos, seguros de sí mismos, confiados. Con su natural cinismo, pregonan generalidades y eslóganes vacíos, avanzando firmes hacia su meta de destrozar lo que queda de un espacio político que, hasta hace muy poco, les quitaba el sueño. Se sienten impunes luego de salir indemnes de un fracaso ostensible, pero que no hay que olvidarlo, representó un triunfo, pues les permitió a ellos y a sus amigos empresarios saquear al Estado, sin consecuencias aparentes a la vista.
Las cartas parecen echadas. No hay reacción alguna entre quienes debieran tenerla, que continúan adormilados en un conformismo y una pasividad alarmantes, dado el contexto mundial, regional y nacional en el que hoy estamos inmersos. Azorados, muchos se preguntan que ha quedado de aquellas promesas de revisar la deuda, reformar la justicia y promover un desarrollo industrial sólido y con perspectivas de futuro. Sólo se mendigan mendrugos de apoyo entre terratenientes e industriales, que esperan de Larreta o Massa la concreción de sus esperanzas: un país sin Peronismo, con bajos salarios, informalidad y desempleo, transitando en paz y armonía, en medio de las aguas borrascosas de la Globalización.
El escenario que nos espera a quienes no estamos de acuerdo con la línea elegida, será probablemente el de caminar – otra vez – por un gran desierto de soledades e incomprensiones. Sentimos que un ciclo se cierra del peor modo posible: con una capitulación no forzada, de la única persona que, hasta aquí, parecía distinta, luego de la muerte de su compañero, en 2010. Eso no nos releva de las responsabilidades de seguir trabajando por persuadir al mayor número posible de compatriotas – con exiguos medios pero gran convicción – de que, si éste Gobierno fracasa, y naufraga en manos del Liberalismo insípido que nos propone todos los días, no sólo estará en riesgo el Sueño prometido por Néstor Kirchner el 25 de Mayo de 2003; sino la continuidad de otro más trascendente e importante: el de una Nación llamada Argentina.