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Dictadura, Crímenes de lesa Humanidad y Transformación Estructural de la Argentina

Por Jorge Osvaldo Furman

El texto que presentamos, es parte de una ponencia presentada por el autor y por nuestro Director, Silvano Pascuzzo, al Congreso Nacional de Ciencia Política; organizado por la Sociedad Argentina de Ciencia Política (SAAP); en Noviembre de 2001, en Río Cuarto, Provincia de Córdoba: La Argentina y Sudamérica, Frente al Desafío de la Mundialización

Quienes estaban detrás del Golpe de Estado acaecido en 1976, tenían la expresa vocación de crear un modelo de país distinto. Esta férrea vocación se plasmó en el plan integral que se aplicó a partir de la asonada militar. Ese modelo fue tan drástico, dramático y terrible, que no desconoció el hecho de que sin terror era imposible su implementación. Por ello, el terror fue absolutamente necesario como metodología principal del régimen. De ahí, que la función del Proceso de Reorganización Nacional no haya sido la de reemplazar al gobierno de turno, ya sea por ineficacia, impericia o falta de legitimidad, y que ni siquiera haya perseguido la idea de que los peronistas nunca más accedieran a la Primera Magistratura Nacional. Los promotores del quiebre institucional estaban detrás de una profunda transformación de las costumbres culturales cotidianas de nuestros hombres y mujeres.

El mejor exponente de éste tipo de pensamiento, fue el Ministro de Economía de los primeros cuatro años del Proceso, José Alfredo Martínez de Hoz. Este fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano. De aquella Democracia Cristiana que fue furibundamente antiperonista, hasta el punto de haber respaldado el golpe de estado de 1955. Ahora bien, cuando ese partido revisó su postura con respecto a la desestabilización del orden institucional y al derrocamiento del Peronismo, Martínez de Hoz abandonó su permanencia partidaria y la actividad política momentáneamente.

Para Martínez de Hoz, la Argentina tenía dos grandes problemas. El primero de ellos estaba dado por la industrialización exagerada y no competitiva. Y el segundo era una consecuencia del primero, pues para Martínez de Hoz, esa industrialización exagerada y no competitiva, había generado el Peronismo. En una palabra, la solución nacional residía en una transformación profunda y virulenta de la estructura socioeconómica argentina. Y eso fue – nada más y nada menos – lo que denodadamente intentó hacer desde el Ministerio de Economía.

Sus pretensiones abrigaban la idea de regresar a la Argentina de la década de 1930. Sólo de esa forma sería gobernable nuestra República, pues no debemos perder de vista que, para él, el antecedente legado por la experiencia populista, con sus lógicos efectos colaterales, había instalado en la población determinadas pautas culturales que la hacían proclive a la caída en las fauces del Marxismo Leninismo. Para él, la Revolución Cultural que había desencadenado el Peronismo no era, ni más ni menos, que la antesala del Comunismo. Eso sí, para que ello fuera posible, previamente la Nación debía ingresar – a causa de ello – en una situación de anarquía y desgobierno constante. Para Martínez de Hoz, eso ya estaba ocurriendo.

De acuerdo con su análisis, nuestro país padecía tres excesos: en primer lugar, uno económico, encarnado en la industrialización; en segundo lugar, uno político, cristalizado en la aparición del Peronismo; y finalmente, en tercer lugar, un exceso demográfico, lo que significaba que el país tenía demasiados habitantes. La solución descansaba entonces en disminuir la población, desindustrializar el país y suprimir la actividad política partidaria y democrática. Lo que pretendía concretar Martínez de Hoz era un cambio dramático en la mentalidad de colectiva de todos los argentinos. Y eso fue lo que diferenció esencialmente al Proceso de Reorganización Nacional de todos los Golpes de Estado anteriores.

Muchos podrán afirmar que lo que realmente diferenció a la Dictadura de anteriores asonadas fue la cantidad de víctimas; pero el número de muertes fue la consecuencia de este planteo y no una causa. No se cometieron asesinatos de forma irracional, esa idea es totalmente falsa. Los asesinatos estuvieron justificados en la ejemplaridad el acto. Cada muerto debía ser un elemento disuasivo para las potenciales subversivos. Tal vez pueda ser discutible si todo el Régimen estaba de acuerdo con la clandestinidad y el anonimato de los actos. Pero, sin lugar a dudas, todos coincidían en la cantidad de vidas eliminadas. Estaban convencidos de que era necesario. ¿Necesario para qué? Pues bien, necesario para hacer posible la transformación de la sociedad argentina.

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