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Cuando falta la política

Por Daniel Barbagelatta


La triste postal de la multitud de adultos mayores rebosando las veredas de las cercanías de las sucursales bancarias ha sido insistentemente señalada como un grave error en la gestión de varios entes gubernamentales, principalmente ANSES y el Banco Central.

Sin duda, se trató de un error y, sin duda, fue grave, pero lo que deseamos postular aquí es que lo que falló no fue la gestión sino la política. Más que fallar, la política FALTÓ. Y consideramos que este caso es un doloroso ejemplo de lo que venimos señalando cada uno de los integrantes del Grupo Soberanía en su ámbito: debe ser la política quien conduzca a la gestión.

Esta última, sin duda, debe ser eficiente, diseñada por cuadros formados, capaces e idóneos. Pero ya desde Max Weber, y antes, sabemos que la burocracia puede ser una máquina de arrolladora eficiencia, pero si no es conducida políticamente, es ciega.

Ante la desorganización generada por la necesaria cuarentena, decenas de funcionarios diseñaron mecanismos para que jubilados y pensionados cobraran sus haberes. Se trata de miembros de una conducción del Estado que no sólo en la prédica sino en los hechos ha intentado velar por los sectores menos favorecidos.

Las intenciones de la conducción política no llegaron en este caso a su ejecución práctica. ¿Por qué? Sencillamente porque los engranajes de la ejecución administrativa del Estado, sin duda idóneos en su metier, desconocen la realidad social, humana y hasta antropológica en la que esos mecanismos debían aplicarse.

Ese conocimiento, para un correcto funcionamiento del Estado, es concedido menos por formación académica en las ciencias del hombre que por la experiencia en el trato y en el cohabitar con las capas populares que da la militancia política.

El moverse en “el territorio” (tomada esta expresión más allá de su sentido estrictamente territorial – el mundo de las comunicaciones y de la cultura también pueden considerarse territorios) ejercita la sensibilidad, sin la cual es imposible que las mejores intenciones no terminen pavimentando caminos a la Estigia.

Cada uno en nuestros ámbitos de formación, trabajo y militancia, los integrantes del Grupo Soberanía hemos advertido con preocupación cómo las políticas públicas en todos los niveles del Estado se desarrollan sin conocer el mundo que se encuentra por fuera de las oficinas, y con la inconsciente suposición de que los ciudadanos que habrán de interactuar con esos dispositivos públicos, tienen los mismos rasgos, historia, experiencia y vida que el funcionario y las personas con las que éste interactúa diariamente.


A principios del siglo XX, la fenomenología, y luego Martin Heidegger, empleaban el concepto de “umwelt”, mundo circundante, para señalar la parte del mundo que una persona experimenta y que no puede menos de concebir como TODO el mundo.

Por muy impersonales y objetivas que sean las políticas públicas, están diseñadas por seres humanos limitados en su percepción. La fragmentariedad es inevitable pero, para un correcto funcionamiento, es imprescindible que el “pedazo de mundo” que le toca vivir a los encargados de generarlas se parezca en algo al que le toca vivir a las personas a las que habrá de “beneficiar”.


Compartir ese espacio es lo que permite desarrollar sensibilidad, empatía y conocimiento del material social. Y esa experiencia es lo que llamamos praxis política.

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