Por Santiago Tettamanti

El estudio del proceso de formación de los partidos políticos es una actividad que ocupa un lugar central dentro de la disciplina de las ciencias políticas.
Maurice Duverger, en su libro “Los Partidos Políticos”, afirma que el desarrollo o surgimiento de los partidos políticos está profundamente ligado a la universalización del sufragio electoral de mediados del siglo XX. Anteriormente, según el autor, solo existían asociaciones de pensamiento, opiniones políticas similares o grupos parlamentarios. Sin embargo, con el advenimiento de los sistemas de representación electoral modernos, las capacidades y la creciente influencia de los parlamentos y asambleas sobre la sociedad fueron impulsando a los grupos y asociaciones de pensamiento político a agruparse por afinidades políticas con el fin de actuar de manera coordinada y acordada, dando así paso a la creación de los primeros partidos políticos modernos.
A pesar de ello, la definición de Duverger resulta incompleta; no es hasta mediados de los años sesenta que los politólogos Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan popularizan el concepto de “cleavage” o “Clivaje”, ofreciendo una visión política/sociológica sobre el proceso de formación de los partidos políticos.
El concepto de la teoría del clivaje establece que el proceso formativo se remonta a una serie de hechos históricos que fueron capaces de fracturar la sociedad en dos bandos antagonistas, surgiendo así los partidos políticos como síntesis resultante de cada lado de la fractura, o como hoy la popularizamos: grieta. Es decir, los partidos sacan a la luz los conflictos latentes en la sociedad en la que se insertan y fuerzan a los ciudadanos a aliarse a ellos.
Lipset y Rokkan identifican una serie de momentos históricos o clivajes, de los cuales nos abocaremos a solo dos que, a mi entender, son los más representativos para explicar cómo se encuentra hoy el sistema de partidos mundial y a través de los cuales intentaremos arrojar una poco de luz sobre los conflictos sociales existentes en el mundo, que en algunos países estaban solapados u ocultos pero que la pandemia y la llamada “corona crisis” han devuelto a la luz.
Al primer clivaje o Clivaje de Clase, los autores lo sitúan a finales del siglo XVII con la revolución industrial, pero que en América surge con la segunda revolución industrial, a principios del siglo XX. Esta primera grieta o fractura enfrenta al capital versus el trabajo, o mejor dicho, a los capitalistas en contraposición a los trabajadores, dando así lugar a la formación de los partidos conservadores de centro derecha, que representaban a los capitales, y el surgimiento de los partidos socialistas y comunistas como síntesis de las ideas del proletariado. Este clivaje lo que hizo es cambiar la sociología electoral, haciendo que los votantes voten por una idea de pertenencia de clase, es decir que estamos hablando del surgimiento del voto clasista. En Argentina, este clivaje demuestra el surgimiento del Partido Justicialista, recién a mediados del siglo XX, en representación de los intereses de los trabajadores en contraposición a las ideas liberales conservadoras de la época o, como lo conocemos popularmente, peronistas versus gorilas.
Por otro lado, tenemos el clivaje identitario o centro-periferia, que se define como la división o fractura entre las elites de las zonas urbanas y los habitantes de las zonas alejadas o rurales. Este clivaje generalmente se expresa en términos de nacionalismos regionales en Europa, o en la guerra de secesión de los Estados Unidos entre el norte urbano e industrializado versus el sur agrícola y esclavista, y en la idea Unitarios – Federales en la Argentina embrionaria.
En consecuencia, podemos afirmar que el sistema democrático de partidos como lo conocemos es el resultado de “grietas” que generaron como efecto la creación de partidos políticos, que definen la idea de cada uno de los bandos. Es decir, la grieta no se soluciona, siempre va a existir, como lo demuestran los choques recientes en los Estados Unidos entre una nación racista y otra integrativa, los movimientos nacionalistas catalanes en España o, por último, la dicotomía en Argentina entre la concepción de un estado nación nacional y popular enfrentado a las ideas conservadoras neoliberales.
Para finalizar, podemos concluir que la grieta no desaparece, ni se soluciona, sino que se representa a sí misma, y perdura a lo largo del tiempo. Sin embargo, todo esto nos obliga a preguntarnos lo siguiente: ¿La grieta que se vive hoy en la Argentina, es consecuencia de una clivaje anterior ya representado, o es un nuevo conflicto que nos obliga a replantearnos un nuevo contrato social, como expresa el presidente Alberto Fernández?.