top of page

Charlas de Café I

Por Malena Barreiro Toloni y Marcelo Montenegro

“[...] Una de las cosas más difíciles de la tarea de gobernar es encontrar a los hombres con capacidad para realizarla”.

- Juan Domingo Perón.

Como bien dijo Perón, la función de conducir resulta ser la más difícil y compleja de todas. La conducción, como un arte resulta “una fuerza superior”, requiere de una destreza casi inexplicable e incluso difícil de poner en palabras.

La esencia de la conducción debe residir en la intransigencia, la comprensión, la tolerancia, la prudencia, la persuasión, la racionalidad, la intuición y una mirada crítica u objetiva de la realidad. De lo contradictorio que puede resonar esta conjunción de cualidades, los principios son el umbral que esclarece la acción. Estar sujeto a principios no resulta sinónimo de condicionar la acción, se debe entender por ello, que la acción está mucho más allá de la moral colectiva o socialmente aceptable. Para ser un buen conductor, no basta con ser un simple demócrata o constitucionalista. El príncipe no debe regirse por el ‘deber ser’, sino por el saber hacer.

Resulta inútil entender la conducción como una mera teoría o doctrina si no se comprende que la conducción triunfa con la ejecución. La historia comprendida como hechos concretos que plantean aciertos y errores en la toma de decisiones, es la única que puede juzgar y absolver a los grandes conductores, porque fácil es comprender la historia con el diario del lunes; lo complicado es interpretar la conducción situada en un presente.

Uno de los objetivos de toda conducción está dirigido a crear una masa orgánica, que sirva como contrapunto - base necesaria - del conductor. Es aquí donde se parte de la mirada totalizadora del hombre, que juega un papel transversal en todos sus niveles. Conquistar esa masa orgánica supone una superación de la relación mando-obediencia por una basada en conducción-lealtad, que se retroalimenta, funciona y se desarrolla de manera centrípeta y centrífuga entre las bases y quién las conduce.

Al interior de la masa orgánica, debe haber una causa para que los hombres que la componen no vayan sobre otros hombres. De ser así, la disputa por quién lleva la batuta será más relevante que el propio objetivo, forjándose un contubernio de burócratas individualistas que, en definitiva, beneficiarán a aquellas ideologías entreguistas, adversas a los principios doctrinarios fundantes del movimiento.

La masa, como contrapunto y respaldo del conductor, representada en aquellos militantes, hombres de a pie, trabajadores agrupados en sindicatos, organizaciones, etc., conforma la primera línea de batalla, lo que denominaremos “guardianes” del movimiento. Este papel es sumamente importante porque en ellos reside la mística, a veces incomprensible, que funciona como la fuerza motriz que lleva a poner el cuerpo. El meollo, el núcleo de cada hombre que compone la masa, está hecha de mente, corazón y cuerpo. Corazón, porque es allí donde radica y aflora el fuego, la mística, el coraje y las ganas. Mente, por una lectura inteligente de la realidad histórica que posee memoria y entiende los principios del movimiento y los promulga con convicción. Finalmente, el cuerpo, porque difunden los principios y la doctrina todos los días, con el fin de promover, perfeccionar y hacer realidad un proyecto.

“Buscar el aplauso”1 no es sinónimo de conducir. El egocentrismo es fútil. Ser un líder carismático tampoco es sinónimo de saber conducir; la legitimidad otorgada por las masas populares puede perderse fácilmente, en tanto y en cuanto el líder no cumpla con las promesas y la masa orgánica sienta una pérdida de representatividad. Son únicamente los gestos - generados con convicción - los que llegan a perforar hacia el interior de la conciencia colectiva, sirviendo de motor o mito fundante que posibilita la gobernanza y caracteriza a un buen conductor.

Un buen conductor establece una relación que se da en un 50-50 y debe poseer la inteligencia necesaria para que ese 50% de uno sea el más importante. Y es, en este sentido, a diez años del paso a la inmortalidad del Flaco, que recordamos esos gestos del 3 de enero del 2003, o aquel 24 de marzo de 2004, o el discurso del 25 de mayo de 2006, entre tantos otros.

El otro 50% nos corresponde a todos, a los leales, a los que creemos que la política es la única herramienta de transformación, a los que sacrifican un poco de lo suyo por el bien del conjunto.

En este aspecto, la derecha nos plantea un problema de ritmo. No corremos al mismo tiempo que el juego del poder económico. Con unas buenas estrategias de marketing y persuasión saben ganar elecciones, pero, hacia el interior, no son más que un grupo fraccionado con grandes sumas de dinero, que no posee ni la habilidad ni el arte de conducir. Sin embargo, no hay que desestimar su inteligencia; supieron fraguar una política de confrontación que fogonea el odio a la política, el vilipendio a los militantes y, el rencor a los dirigentes de la gente humilde2. De la violenta muerte del Chacho, a la muerte de Eva - y la profanación de su cuerpo -, a la malversación de la historia, a envilecer a Cristina - cada vez que la persiguen, la descalifican -, entre otros muchos ejemplos, forman parte de la impunidad con que exhiben “sus triunfos”.

En uno de los últimos podcast de Koinón, nuestro maestro y amigo, Silvano Pascuzzo, caracterizó nuestro contexto actual como marcadamente desesperanzado y de desesperación, el cual consideramos está totalmente acertado.

Estamos ante una realidad que carece de los valores de conducción y de liderazgo. Ese ida y vuelta que planteamos - el 50-50 - debe serlo no sólo en lo teórico, sino también en lo práctico. Esto es lo que se está perdiendo en la actualidad, con las burocracias que funcionan de manera endogámica, fomentando políticas autocomplacientes que solo sirven para una mejor autopercepción personal, pero que carecen de efectividad en la vida práctica de los pueblos. La relación pasa a ser de un 25-70.

¿En qué estamos fallando? Con una clarísima falta de gobernabilidad, no hay que pensar en la democracia y en lo ‘políticamente aceptable’, no hay que buscar ser conciliador. Se debe pensar en la moralidad de las mayorías que lo votaron. Se debe hacer lo que se tiene que hacer.

Silvano también recordó a Néstor, diciendo que, en medio de un panorama similar, Néstor Kirchner ganó las elecciones y las expectativas de la militancia volvieron a nacer.

Creemos que, ante la incertidumbre y la falta de pragmatismo que hoy observamos, debemos responder con mayor confrontación y convicción, guardar la esperanza y continuar con el querer hacer hasta que surja un nuevo 17 de octubre.

Referencias

1- “Pensé que todos iban a salir a festejar y me acusaron de cosas horribles” (Frase de Alberto Fernández respecto de la expropiación de Vicentín).

2- “[...] No desean terminar con la opresión sino cambiar la mentalidad de los oprimidos [...]”. John William Cooke.

65 visualizaciones
bottom of page