Por Paris Goyeneche
Quizás haya sido el lugar más emblemático del tango. En tiempos en los que la música ciudadana comenzaba a sufrir sus primeros síntomas de retroceso en el gusto popular, “la catedral del tango” apareció para convertirse en el espacio donde la misa tanguera nocturna demostraba – de lunes a sábado, “el séptimo día, el tango descansó” – toda su potencia y su estirpe de expresión imperecedera en un sagrada cofradía.
Abierto en marzo de 1962, en un pequeño local de la calle Uruguay, los tres propietarios – Atilio Stampone, Vicente Fiasche y el ex jugador de San Lorenzo y del seleccionado argentino, Rinaldo “Mamucho” Martino – le contaron previamente a Aníbal Troilo la idea de montar un boliche de tango. Entusiasmado, “Pichuco” no solo fue parte esencial del proyecto, sino que además bautizó a la iniciativa.
“Caño” porque la esperanza inicial no era mucha y veían que el asunto podía ser poco productivo. “Lo más probable es que nos fundamos y que nos vayamos a vivir a los caños”, dicen que habría bromeado Troilo. El número, el 14, no hacía más que aludir al mundo quinielero y a su significado, el borracho.
Ya con un nombre, la idea finalmente se concretó y el espacio apareció en la escena de la noche porteña con un buda vestido de traje y corbata, con bandoneón, como padrino y anfitrión musical.
Creado en los principios como un restaurante de comidas regionales, las empanadas las hacía la misma madre de Troilo.
El primer local, con capacidad para 100 personas, que se acomodaban en frágiles sillas de paja, estaba ubicado en la zona céntrica, en la calle Uruguay entre Paraguay y Marcelo T. de Alvear. Pronto comenzó a llenarse de espectadores, que concurrían a beber y a escuchar música de tango, por lo que, a principios de 1967, se mudaron cerca de allí, al local ubicado en el sótano de Talcahuano 975, donde previamente había funcionado la boite Samoa. Estuvo funcionando 21 años, hasta 1986, durante los cuales se expandió con temporadas en Mar del Plata, Punta del Este y hasta hubo alguna réplica en Colombia. Stampone quedó a cargo del local en 1982, junto a “Mochín” Marafiotti.
El local abría a las 23 horas, de lunes a sábado, y cerraba a la madrugada. Los primeros intérpretes que estuvieron en su escenario fueron el cuarteto de Aníbal Troilo con el guitarrista Roberto Grela, Enrique Francini con Héctor Stamponi, Horacio Salgán con Ubaldo De Lío, los cantantes Marcelo Paz y Ruth Durante y también el contrabajista Humberto Pinheiro, quien esa noche llegó y tocó junto con el pianista Lucio Demare. Siempre tuvo un ambiente de familiaridad y hasta de cierta intimidad, favorecido por las características físicas de los locales, el pequeño de la calle Uruguay y el mayor de Talcahuano, pero también porque los propietarios de entonces, Stampone, Martino y Fiasche, brindaban su hospitalidad permanentemente. Concurrían a sus veladas artistas de todas las disciplinas, deportistas, empresarios, periodistas y políticos. La reserva anticipada era indispensable y se dio el caso de que uno de los que se quedó afuera, una noche, fue nada menos que Carlos Perette, vicepresidente de la Nación cuando don Arturo Illia era presidente. Caño 14 fue un éxito mayor; otros que pasaron por su escenario fueron los bailarines Juan Carlos Copes y María Nieves, en pleno apogeo, Domingo Federico, Roberto Goyeneche, María de la Fuente, Rubén Juárez, Raúl Lavié, el cantor Roberto Mancini, Mariano Mores, Nelly Omar, Alberto Podestá, Osvaldo Pugliese, el Quinteto Real, Edmundo Rivero, el sexteto de Francini – con Julio Ahumada y Néstor Marconi en los bandoneones –, el Sexteto Tango, Virginia Luque y Alba Solís, entre otros. La locutora de radio Lucía Marcó, esposa de Stampone, era desde el micrófono la anfitriona que cada noche presentaba a los artistas. Stampone la había conocido cuando, en Radio El Mundo, era locutora en el famoso Glostora Tango Club y estuvieron juntos hasta que ella falleció, en 1998.
El único hecho triste que registra la historia de Caño 14 ocurrió el 27 de agosto de 1978. Fue cuando Enrique Mario Francini se desplomó sobre el escenario, cuando tocaba el tango Nostalgias, junto con su amigo “Chupita” Stamponi en el piano. Quienes corrieron a auxiliarlo cuentan que sus últimas palabras fueron: “mi violín, ¿dónde está mi violín?”.
Fueron 25 años de existencia de Caño 14. Un reducto tanguero que se expandió más allá del centro, con temporadas en Mar del Plata y que hasta encontró una réplica en Colombia, con un local del mismo nombre que culminó con un final trágico.
Trato de pensar en el lugar, la noche, y puedo solamente imaginarlos en blanco y negro. Pero un intenso blanco y negro. Con ruido de camarines y vasos de whisky. Pero lo veo lleno. Sus fundadores crearon un misticismo debido para la talla de sus intérpretes, que entiendo que nunca más volverán. Lo que les propongo aquí es un paseo virtual por ese escenario, esas mesas. Y para ayudarlos, les comparto fotos e interpretaciones, presentados mágicamente por Lucía Marcó, con el fraseo del Polaco, o el bandoneón de Pichuco.
Bon Appetit.