Por Silvano Pascuzzo
Democracia de Masas e Ideología Liberal en el último Reducto de los Notables.
El pensamiento político liberal es hijo de la Ilustración inglesa del siglo XVII. Surgió en un Mundo predominantemente aristocrático, rural y carente de los desarrollos tecnológicos actuales. Las instituciones pensadas por los padres del “contractualismo”- principalmente por John Locke (1632-1704) – partían de un presupuesto gnoseológico básico: que los comportamientos humanos eran reductibles, en esencia, a leyes naturales de carácter físico biológico. En una palabra, que la mecanicidad del Universo era un modelo para toda sociedad.
Hoy sabemos que estas suposiciones son erradas. Que el Mundo de los hombres – y el de la Naturaleza – no se rigen por un ordenancismo perfecto y por equilibrios espontáneamente rígidos. El Positivismo ya no es hegemónico. Y la Fe en un orden estable y duradero aparece como una quimera, sino como parte de una nostalgia tanto más delirante cuanto que se avergüenza de presentar sus asertos en el conjunto de la vida comunitaria, a viva voz.
Por lo tanto, el análisis de la Democracia debe incorporar al conflicto como el eje vertebrador de su funcionamiento regular, más que la armonía entre sus componentes. Analizar, con criterios del siglo XVII, a las naciones del XXI es casi un acto de tozudez escolástica, en manos de supuestos herederos del antiescolasticismo. El “equilibrio de poderes”, en un mundo de mutaciones constantes, es, por definición, un absurdo.
Argentina, por el predominio entre sus élites de la cultura política liberal, se empecina – al menos en sus sectores intelectuales de derecha o de izquierda – en aspirar a la construcción de un modelo institucional anacrónico. Hace tiempo que la Modernidad puso en tela de juicio a Locke y a Montesquieu (1689-1755).
Varias revoluciones y guerras mundiales destruyeron la fe en un mundo de equilibrios estables. Como aspiración moral, sigue siendo parte de una utopía humanista; como diagnóstico de la mecánica política de la Ciudad Terrenal, aparece como tragicómico.
El Poder Judicial –ese reducto último de la Sociedad de los Notables – también es parte de esa disputa de poderes antagónicos. Nada menos realista que la aspiración a la “independencia política de los jueces”. Los acontecimientos de los últimos años en todo el globo, indican que la judicatura es, en esencia, una corporación y, como tal, un poder político de enorme influencia.
Su legitimidad no es democrática, y sus privilegios son casi medievales. Es – insistimos – el último baluarte de la antigua comunidad aristocrática. Y se defiende ante los embates del “Populismo”, con obstinación y enorme violencia intelectual y discursiva.
Está claro que los pueblos, en busca de la Igualdad, reclaman a los miembros de esta casta de privilegiados una tarea casi imposible. Que defiendan los “derechos de todos”, desde un pedestal de privilegios centenarios, La independencia de los jueces es un sofisma propagandístico de enorme y brutal cinismo. Nadie cree en él. Y hace falta, en consecuencia, buscar alternativas que no fuguen hacia adelante, y conviertan a la Justicia en un ámbito más popular y
democrático.
La muerte del juez Claudio Bonadío (1956-2020) actualiza éste debate. Su persona sintetiza la “politización y oligarquización” del sistema judicial, como ninguna otra. El magistrado fue un lobista de sectores de la derecha peronista y del capital concentrado, hasta el último minuto de su existencia terrenal. Y la batalla que diera, fue contra aquellos sectores que su maestro Rodolfo Barra (1947) llamara alguna vez: “impenitentemente izquierdistas”. El escándalo de sus fallos y la dureza de su oposición al Kirchnerismo, no deben sorprender. Eran parte de la naturaleza de las cosas.
En el Mundo, el Poder Político funciona, en gran medida, como agente de los poderes fácticos del capital. Aceptar esa verdad evidente no califica a quien la sostiene, ni de marxista ni de anarquista, de modo automático. Pensadores como Max Weber (1864-1922), de ideología indiscutiblemente liberal, temían esa cooptación y la muerte simétrica de la Libertad del individuo a manos de las corporaciones. Allí radica el problema y allí deben apuntar las soluciones, para que los bellos discursos se transformen en decisiones, y no queden como poemas de idílicas aspiraciones pero de nula concreción en la Historia.