Por Elías de la Cera
“En su oscura visión de un ser secreto
que se oculta en el astro y en lodo,
late aquel otro sueño que todo
es agua, que vio Tales de Mileto”.
Jorge Luis Borges.
Esa desoladora sensación de vivir en un mundo frívolo, vertiginoso e inestable, fue plasmada por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su obra cumbre, publicada allá por el año 1999 bajo el título de: “Modernidad Líquida”.
Casi que en el título está toda la idea. Las trescientas páginas que componen la obra no hacen otra cosa que redundar y robustecer aquello que “Modernidad Líquida” por si solo nos da a entender.
Para empezar, podemos decir que “Modernidad Líquida” es una categoría sociológica que sirve como definición de la sociedad en la que estamos inmersos. La liquidez de esa modernidad, no es otra cosa que una metáfora que intenta demostrar la inconsistencia de las relaciones humanas, bien sea en lo afectivo, bien sea en lo laboral.
El cambio permanente y la transitoriedad predominan en este mundo endeble. Construir algo nuevo significa fracasar, ya que el devenir del tiempo y la propia modernidad, impulsarían su total desintegración. En esta sociedad, el hombre no tiene otra alternativa que la incertidumbre, y así transita por lo efímero de su vida con la angustia existencial de no saber qué va pasar con la economía mañana, si habrá o no una crisis, si tendrá trabajo, si formará una familia.
Lo líquido es lo contrario de lo sólido. Los sólidos son elementos con forma definida y fija, mientras que los líquidos sufren continuos cambios y son vulnerables a cualquier tipo de presión ejercida. Las cosas líquidas no se atan al tiempo y al espacio, fluyen libremente por el cosmos, pero siempre momentáneamente. Por el contrario, los sólidos no tienen esa misma libertad para fluir, ni para desplazarse con facilidad. Son fijos y perdurables: “Todas las cosas quieren perseverar en su ser”.
Mientras que la “Modernidad Sólida” se caracterizó por ser ordenada, predecible y estable, la “Modernidad Líquida” es fluida, cambiante, inestable y caótica. Bauman intenta explicar la transición entre estas dos modernidades mediante tres factores que no me voy a demorar en explicar, ya que si tanto compadreamos con la liquidez de estos tiempos, no veo porque es necesario hacer hincapié en tres factores y no en cuatro, en cinco o en diecisiete. Prefiero dejarlo al buen criterio del lector.
Los cultos religiosos, las convicciones políticas, la orientación sexual, las amistades forjadas, todo está sujeto al capricho de individuos con identidad líquida. Si hasta hace diez minutos eras peronista, ahora podés ser radical. Si ayer Horacio era tu amigo, mañana puede no serlo. Total no importa, el universo nace y muere cada cinco minutos.
El Papa (representante de la modernidad sólida) expresa su preocupación en su famoso “Laudato Si” cuando habla del avance tecnológico, uno de los factores que el propio Bauman señala como determinante en la transición de lo sólido a lo líquido. Su Santidad dice algo parecido a que tienden a reemplazarse las relaciones reales con los demás, por un tipo de comunicación mediada por internet. Esto genera un nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que ver más con un dispositivo o una pantalla que con las personas y la naturaleza. Por eso, no debería llamar la atención que, junto con la abrumadora oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento. Lo que significa un rotundo triunfo del individualismo.
Ni Bauman, ni el gran profesor que me recomendó el libro, ni yo, parecemos muy conformes con las características de este momento histórico. Más bien parecemos nostálgicos, mendigando alguna certeza en un mundo carente de sentido.
Hace poco discutimos acerca de la “Crisis de identidad en el peronismo”. Yo no digo que no exista, pero la crisis de identidad se extiende a todos los ámbitos de la vida, y el peronismo se desangra porque su doctrina tiene (como Descartes) un poco de escolástica y un poco de modernidad (sólida), las dos instituciones más criticadas por la posmodernidad.
¿Se puede apostar a una comunidad organizada en medio de esta liquidez? No se me ocurre una apuesta mejor. A mi precario modo de entender, no es momento de abjurar ni de rebajar con soda nuestra identidad. A Sarmiento le gustaba decir que las ideas no se abandonan ni aunque vengan degollando. Seguiremos apostando a los proyectos colectivos y a generar comunidad. No para concretar un berretín ideológico, sino porque creemos que esa es la única manera de que la justicia social deje de ser una nomenclatura poética y se convierta en una tea votiva.