Por Prof. Rubén “Gurú” Morales. Una nota editorial de la revista Charly Hebdo reflexionaba que la cuarentena de 2020 nos había enseñado, entre otras cosas, que era perfectamente posible reducir la contaminación ambiental y -agreguemos- aún sin que nadie se lo hubiera propuesto.
También los protocolos sanitarios que se implementaron por el Covid sirvieron para evitar la difusión de muchas otras enfermedades que se contagian de manera parecida, como la gripe común y diversas infecciones. La experiencia de la pandemia debería servir, entonces, para modificar de manera definitiva numerosas conductas sociales poco saludables que repetíamos de manera rutinaria a fuerza de costumbre.
Por ejemplo, en el ámbito universitario los herméticos “edificios inteligentes” con aire acondicionado central y vidrios “de paño fijo” pasaron a ser los lugares más peligrosos, resultando mejor ventiladas las estructuras antiguas con vetustos ventanales de chirriantes postigos. Se impone un cambio estructural, deberá hacerse un urgente rediseño de las sedes universitarias para que tengan una arquitectura mejor preparada ante futuras emergencias, además de ofrecer espacios más saludables aún en tiempos normales.
Otra cosa que todos sabíamos era que los colectivos, trenes y subtes se colman de gente en los horarios en que se mueven docentes y alumnos. Y aunque eso pasa desde la época de los tranvías, las mayores críticas se centraban en la incomodidad de viajar como ganado pero recién ahora tomamos verdadera conciencia de que el transporte público es un peligroso vector de contagio. Hasta hace un par de años a nadie parecía importarle gran cosa ¿quien no se pegó un resfrío luego de viajar apretujado en un colectivo, tren o subte en el que resonaba un concierto desafinado de toses y estornudos?
La pandemia mostró las ventajas de usar vehículos individuales y no contaminantes como las bicicletas. Sin embargo en muchas universidades e incluso en campus universitarios existen amplias playas de estacionamiento para autos y ómnibus pero no para bicicletas, como si éstas fueran un vehículo de segunda clase. Hay excepciones remarcables, como la Universidad de La Matanza, construida en el predio que fuera de una planta automotriz, con calles internas y un amplio playón para bicicletas y motos.
A la luz de la nueva normalidad, dentro de todas las universidades o en su cercanía habría que disponer de sectores seguros y gratuitos para el estacionamiento de bicicletas, motos y en especial de pequeños vehículos eléctricos para que muchos docentes y alumnos puedan mudar sus hábitos a estas modalidades de transporte con la tranquilidad de guardar sus vehículos en un lugar protegido mientras están en clase, porque -se comprenderá- los protocolos contra el Covid no sustituyen a los protocolos contra la inseguridad. Las universidades podrían establecer convenios con empresas para favorecer que su personal y sus estudiantes migren al uso de vehículos no contaminantes e incluso brindarles soporte técnico y de mantenimiento.
Hay costumbres muy arraigadas en nuestras más entrañables tradiciones que costará mucho revisar, tales como el compartir el mate en ámbitos de trabajo o estudio, incluso con esos visitantes circunstanciales a quienes se considera una gentileza convidarlos con un amargo bien cebado.
Por curioso que parezca, los argentinos deberíamos tomar el mate “al estilo sirio”, ya que los numerosos inmigrantes Sirio-Libaneses han trasladado la costumbre rioplatense a su patria de origen y son grandes importadores de yerba, salvo que allá cada uno usa su propio recipiente individual y su bombilla.
Un conjunto de medidas convergentes hacia una mayor salud en los ambientes universitarios arrojaría resultados beneficiosos incluso años después de que el fantasma del Covid19 haya caído en el olvido del imaginario social.
Puede ser que todo este devaneo suene a verdades de perogrullo, pero es imperioso sentarse a planificar los pasos a seguir hacia una vida más saludable, porque limitarnos a esfuerzos mínimos como poner en la mesa botellas de alcohol y barbijos en la esperanza de que con la inmunidad grupal se volverá a la vida de antes en un borrón y cuenta nueva puede llevarnos a volver a tropezar con la misma piedra, lo cual sería indicio de que dejamos escapar las valiosas enseñanzas rescatadas de una dramática pandemia con reminiscencias medievales que nos atacó con todo rigor en pleno Siglo XXI.