4 de Julio
- KOINON
- 8 jul 2020
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por Silvano Pascuzzo

Hay tragedias personales, que pueden converger en tragedias colectivas. Y aquella mañana del 4 de Julio de 1976, fue eso precisamente lo que ocurrió, de golpe, súbitamente. Azorados, dolidos, mis padres supieron lo que ya todos intuían: la muerte, cercana, cruel, despiadada, había caído sobre nuestros amigos, nuestros hermanos. Una patota de la Dictadura Cívico Militar Genocida, había asesinado a balazos a cinco miembros de la Comunidad Palotina, de la que orgullosamente formábamos parte. Tengo en el recuerdo, la llegada de alguien, trayendo la noticia. De las horas posteriores y del terror que en torno mío – apenas un pibe de seis años – se hizo presente. Una sensación que el tiempo, y la distancia, no han borrado aún, y que persiste en el recuerdo, obstinadamente, dolorosamente.
Ahora sabemos la verdad. Conocemos a los autores de la Masacre. Intuimos las causas de la misma, a pesar de que la Justicia – un sistema judicial corrupto y cómplice – haya olvidado procesar a los criminales que apretaron el gatillo. Cuarenta y cuatro años después, podemos decir que esa situación, es un acto de tremenda brutalidad y que nada puede repararlo, más allá de las buenas intenciones de gobiernos que tuvieron un serio y sincero compromiso con el tema, como fuera el caso de los de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, entre 2003 y 2015.
Aquellos cinco religiosos fueron parte de un Movimiento de renovación de la Iglesia, sin precedentes hasta entonces, que iluminó nuestras vidas y contribuyó a formarnos como personas, en un momento clave de la vida nacional. No eran neutrales, ni se movían en la etérea contemplación de las verdades teológicas del Evangelio. Se comprometieron con la vida y la suerte de sus hermanos, con gran solidaridad y desprendimiento, haciendo uso de una determinación y un coraje, que todos respetamos y añoramos, en un Mundo como el actual, lleno de relativismo e indefiniciones. Desde el púlpito y también en los barrios y en las escuelas que administraron, los curas y los seminaristas que cayeron asesinados, dieron testimonio de su Fe, sin vacilaciones ni dudas.

Alfredo Leaden era un hombre bueno, sereno, callado. Buen maestro y mejor pastor, todos lo querían y respetaban por su autoridad, templada y imperturbable ante los acontecimientos más desagradables y dolorosos. Tocaba el órgano y recibía a todos con una sonrisa. La Orden lo consideraba una pieza importante en su estructura organizacional en el país, y un elemento invalorable en la formación de los jóvenes seminaristas.
Pedro Duffau fue un verdadero pionero en la fundación de establecimientos escolares en el barrio de Belgrano, desempeñando funciones en la administración de los Colegios Betania y San Vicente Pallotti, durante décadas. Ya octogenario en los ‘70, lo recuerdo caminando en la soledad del patio interior de mi colegio, sumido en oraciones o quizás, en preocupaciones mucho más terribles. Hombre de otra época, la muerte lo sorprendió en la senectud de una existencia tranquila y sencilla, pero intensa.
Alfredo Kelly era temperamental y valiente. Desde el púlpito, había fustigado a los enemigos del Pueblo, con valor y claridad meridiana. Peronista, militante y solidario, nos dejó en su Diario, reflexiones y opiniones tremendamente valiosas, para calibrar sus temores y angustias, ante lo que ya aparecía como inevitable. Mis padres lo recordaban tranquilo y seguro, cuando en un gesto que lo enaltece, se despojó de sus responsabilidades al frente de la Escuela de la que era representante legal, para protegernos a todos. Lo vieron irse, en la obscuridad de ese viernes previo a la Masacre, desde el portón de mi casa, en la que se reunió con ellos por última vez.
Salvador Barbeito, representó para los que lo conocieron, la imagen del compromiso y la solidaridad. Trabajador incansable, educador comprometido con la juventud, organizador de campamentos y jornadas misionales en recónditos y olvidados rincones de la Patria. Era Peronista, pero un enemigo acérrimo de la violencia. Creía en el poder de la organización comunitaria y en la propagación de las ideas, mediante la persuasión y la enseñanza de la Catequesis.
Emilio Barletti, fue un militante apasionado de la Tendencia Revolucionaria del Peronismo, además de un tipo portador de simpatía y seductores modales, que hubieran hecho estragos, si no se hubiese comprometido con el celibato. Sus últimos días lo vieron involucrado en la ayuda a sus compañeros de militancia perseguidos por la represión, y en una polémica bastante dura con Alfie Kelly, su amigo y maestro. Enfrentó a los sicarios que lo asesinaron, con una sonrisa en su rostro; en muestra de desafío y gallardo coraje.
Vaya pues mi recuerdo, emocionado y respetuoso, para ellos. Y aunque aún esperamos Justicia reparadora por parte del Estado, sabemos que su sacrificio, es ya conocido por miles de compatriotas, que no los han olvidado. Defender la Verdad con valentía, aceptar el destino que las propias convicciones pueden depararnos de forma trágica, y ser coherente con el compromiso solidario hacia los demás; son valores que merecen ser rescatados y difundidos, en tiempos de pesimismo y descreimiento generalizados. Al menos, para quien esto escribe, desde la admiración y el orgullo, de haberlos conocido.
Alfredo Leaden, Pedro Duffau, Alfredo Kelly, Salvador Barbeito y Emilio Barletti; presentes; ahora y siempre.
